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19 de octubre de 2006

De vuelta a la metralla

Pa' Alfredito, por lo que sintió
cuando se enfermó Lupita.
Para quienes hayan leído El Capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco, de Charles Bukowski, esto les sonará conocido: un escritor con la computadora descompuesta visto en la necesidad de volver a la máquina de escribir. Y es que a veces la urgencia de exprimirle al cerebro una cuantas líneas es más fuerte que las limitaciones tecnológicas. Sí, ya lo sé, podría usar un cuaderno pero es que, estimado lector, créame, mi letra es un asco, mi libreta es un homenaje al desorden y regularmente lo que empieza en el cuaderno jamás llega a buen término; mi libreta azul es una miniantología de poemas, ensayos y artículos inconclusos. todo eso para no admititr que me he vuelto un holgazán para escribir a mano.
Resulta que el otro día, pensando en mi última metida de pata, eliminé de la computadora un archivo que resultó ser indispensable para abrir el sistema y bueno, heme aquí, ametrallando esta hoja, lamentando la casi segura pérdida de todos mis archivos, sin saber de dónde coño voy a sacar un disco de Windows 95 (diría un amigo que mi computadora es algo "añeja"). Pensando en eso, recordé un artículo en el que Germán Dehesa decía que las computadoras son como las mujeres; no recuerdo las razones de Dehesa para tal afirmación, a mí sólo se me pudo ocurrir una: cuando has vivido sin ellas no te hacen falta, incluso crees que es una exageración cuando alguien lamenta la pérdida de la suya. Pero una vez que has tenido la primera, que la has conocido hasta donde tus alcances llegan, que has pasado horas frente a ella y con ella, que has penetrado todos sus rincones, cuando has descubierto lo maravillosas que son a pesar de ser tan complicadas, te duele perderla, sobretodo si sabes que el error fue tuyo, que hiciste algo que no debías o que lo hecho, con todo y tus buenas intenciones, vino a joder el sistema. Lo mismo pasa con las computadoras: a veces reiniciar ya no es suficiente.
Debo admitir que, siendo tan bueno para la nostalgia, este momento tiene algo de mágico: volver a los diecisiete después de vivir un siglo, diría Violeta Parra. Justo en este instante y para seguir en la nostálgica atmósfera, pongo uno de mis viejos discos de rap, entre la música y la máquina de escribir el gangsta se recrea: un potente bajo, una voz pausada, letras agresivas y un sonido de metralla. Yo, por mi parte, me entrego a este tiroteo de letras que llena de casquillos el cenicero mientras las heridas no tienen para cuando cerrar.

18 de octubre de 2006

Salud, por Chavela



Voz de tequila blanco
gritando el amor,
manos como soles
para envolver un mundo
herido en su hondura.

Platícame tu rabia
Chavela querida,
llévame de la mano
por el sendero estrecho
de tus ojos pequeños.

Desgárrate Chavela

que esta noche quiero
el estruendo de tu voz
para romper las ventanas
de mi casa fría.

Tu canto es el mezcal
con que la luna se emborracha
hasta caer redonda
por las mejillas dela noche
y al final acurrucarse
en el alba de tu poncho.


Galería del Café (O el Café de no-pasa-nada)
07/Oct/'06

Cortar cartucho


So I gotta be down with the hood team,

too much television watching got me chasing dreams.
Coolio


Con la culpa en mi garganta
mientras beso el cigarro,
se me antoja una escopeta
para fundir las luces
y entretener las manos.

Dejando en los corredores
una estela de madres rotas
y cristales preocupados,
devolveré a la escalera
su quietud primigenia.
Que a cada disparo caiga
el casquillo humeante
de mi angustia cotidiana.

Sentado en una banca,
mi afición al caos despierta;
quizá deba salir
para conocer el sol.

Morir a solas

A Danka/Bond: iniquidad y dilema.

Deberíamos morir a solas,
sacar el frasco del odio
y quedarnos en la cocina
hasta fermentar el aliento.
Hay que desocupar los cajones,
subastar el librero,
aventar desde un campanario
los besos añejados en la piel
y los amores claroscuros;
tirar a la basura cualquier despojo
de nuestras torpezas y fracasos.

Sería mejor morir a solas
sin molestar a parientes y amigos.
Pero contra toda sensatez,
devotos nos afanamos
en alzar las hojas del otoño
y desgajar la vida como rayos.
Nos escondemos bajo la sombra
de los viejos sagrados
que supieron pintar la noche.
Queremos ser ellos
y cantar como poseídos
las amargas tonadas
que reservamos para la tristeza.

Nuestra dignidad se nulifica
al recordar unos labios de madera
y tenemos la indecencia
de llamarle “musa” a la maldad
que se nos salió del bolsillo.

En verdad os digo
que deberíamos morir a solas:
debajo de un puente, en un asilo,
en un motel de putas,
en el rojo de un semáforo,
en un café de traileros
lo más lejos de casa que se pueda,
en una barranca del camino,
en una multitud de desconocidos,
en una capilla incendiada
o dejando los pulmones en el cenicero.

En cualquier sitio
se puede morir a solas,
lo difícil es cerrar los ojos.

Blues

I
La tarde es un barco a la deriva
en las aguas de la espera.
Podría tan sólo irme
o sentarme en una banca
hasta que tu andar me hable.
Pero qué hago con mis manos,
dónde guardo la lluvia,
qué cajón del escritorio
podría contener
este enjambre de palabras.
¿Sería la calma
un baúl lo bastante grande?

II
Si tu viento me atrae
a la playa de tus ojos,
te regalo un Blues extraviado
y mis manos temblorosas
para arroparte por las noches.

III
Lo que no decimos
se hace humo en los labios,
cada línea de las manos
es una caricia muerta,
los instantes emigran
a las tierras cálidas.
Cerramos los ojos
con la esperanza de morir
antes de abrirlos.

Nacimiento, vida y muerte de una noticia en TV


En la televisión, lo efímero es cada vez más frecuente: artistas, programas, publicidad, modismos, modas; las noticias no son la excepción. Noticias escandalosas e impactantes que llegan a suplantar a otras y, a su vez, serán desplazadas por nuevos acontecimientos.
Supongamos un caso cuyo titular sería: “Juan de Las Pitas, asesinado a cosquillas en Amontonavit”. Ahora supongamos que Juan de Las Pitas era un hombre importante o poderoso, o bien que el asesinato con cosquillas sea algo desalmado por parte del agresor; eso causará gran impacto en la sociedad. En cuanto se vuelve noticia, empieza el bombardeo: encabezados en los diarios, cápsulas informativas en radio y TV; artículos, crónicas y fotografías en Internet; comentarios con el vecino, el carnicero y el taxista. La noticia ha nacido, caramelos para todos.
Una vez que la noticia se ha dado, hay que alimentarla para que tenga una larga y fructífera vida. Mientras la policía investiga el caso con el hermetismo acostumbrado, en televisión se inicia la indagación periodística. Así, hay enviados especiales haciendo guardia en las dependencias involucradas en el caso, los funcionarios son entrevistados, los testigos dan declaraciones, se investiga la vida de Juan de Las Pitas a fin de saber quién es el desalmado y porqué lo hizo. En el transcurso de una semana, quizá dos o sólo doce horas, ya ha sido entrevistada toda la familia de Las Pitas, vecinos, amigos, compañeros de trabajo o escuela. Al final de la jornada, el caso ya se comenta con políticos, periodistas, psicólogos, sociólogos, funcionarios, abogados, religiosos, cazafantasmas, artistas y transeúntes a fin de saber su opinión sobre el “brutal asesinato que ha paralizado al país”.
Las autoridades siguen investigando, caen dos o tres implicados en el caso, un “presunto” es aprehendido –para bien de todos, ya no anda suelto– pues le hacía cosquillas a su hijo. En cuanto la noticia toma fuerza, se le da un nombre pegajoso para que el televidente, minado por la cantidad de información que su cerebro debe procesar, recuerde al instante de qué está hablando el conductor del noticiero. Tal nombre puede tener como referente el lugar de la noticia o el nombre de la víctima; así podemos hablar del “Juanicidio”. Otras veces, al “presunto” se le pone un apodo, en nuestra noticia hipotética, hablaremos de “El Juanicida de Amontonavit”. La noticia adquiere rating.
En diversas televisoras se discute el tema desde todos los ángulos (en las dos más importantes de México, lo únicos tres ángulos son el amarillismo, el chantaje emocional y la mezcla de ambos). La autoridad local jura seguir diversas líneas de investigación para el desahogo de pruebas o algo así que puede durar meses, la autoridad estatal dice estar trabajando en estrecha colaboración con la federal a fin de mantener el Estado de Derecho.
Mientras las autoridades siguen las investigaciones sin llegar a algo concreto, los medios siguen entrevistando al Juanicida de Amontonavit para mostrar al televidente lo que llaman “radiografía de un asesino”, asedian a los familiares de Juan de las Pitas para concientizar a la sociedad de qué manera un asesinato puede dañar a una familia (algo novedoso en realidad). Los testigos cobran las entrevistas, dan autógrafos, el Juanicida de Amontonavit es aislado en una cárcel de máxima seguridad pues, aunque cometió un homicidio común y corriente, es toda una celebridad en las cárceles normales donde sus fans le darían una acalorada acogida. Derechos Humanos está al pendiente. Es una noticia en la plenitud de su vida.
Pero Roma no es eterna y el televidente, quien ya conoce santo y seña del Juanicidio, vida y obra de Juan de las Pitas, intimidades y secretos del Juanicida de Amontonavit, declaraciones de los testigos y los implicados, empieza a cansarse de que siempre se hable de lo mismo a todas horas: hace berrinche, está harto, cambia de canal, apaga la TV y le da por leer (sí, es posible). La noticia empieza a perder la atención del público. La noticia decae, envejece, la media hora que se le dedicaba en el noticiero se ha reducido a un comentario y dos o tres imágenes de archivo.
Pero, albricias, Amores que matan nunca mueren y el televidente, que quizá ya había leído dos páginas de un libro, se reconcilia con la televisión al escuchar otra noticia que con la difusión adecuada paralizará al país: “Eminente político le mienta la madre a una monja, Andrés Manuel tiene la culpa”. El conductor del noticiero, con la indignación en el ceño y un nudo en la garganta se pregunta hasta cuándo dejará de pasar es tipo de cosas. Caramelos para todos.

El blues del camaleon

Los ojos del camaleón
vigilan tus movimientos,
leen en tus labios
lo que quisiera escuchar.
El camaleón, desde el anonimato,
observa cómo se levantan los ídolos
que tu memoria inmediata
se encargará de demoler.

Escondido o al acecho,
el camaleón mira a todos lados,
no lo puedes engañar.
Pero llega un momento
en el que estás demasiado cerca,
sus ojos te miran fijamente
y no puedes adivinar
se desea besarte
o está ahí para verte partir.

Para quedarse

Afuera está la herida pero no quiero
salir a su encuentro: debo continuar
enfermo siempre.

Francisco Hernández

I
Hay mañanas
que duelen en la garganta;
al abrir los ojos,
las flores de un mal sueño
me ponen en los labios
lo amargo de las abejas muertas.

II
Esta es una de esas mañanas
en que me hago polvo
al amparo de mi sombra
para evadir la tentación
de apedrear la cara del día.

III
Haré un recuento de las noches
para saber en qué momento
la mañana se volvió aguja
y desde cuando el no decir
es el mejor pretexto
para quedarme hasta la tarde.


No te odio, la verdad, lo que pasa es que tú eres como uno de esos cuadros del pintor sin oreja: estridente, insoportable y sobrestimada; entiende mi situación: no puedo verte y respirar al mismo tiempo”. Le dije eso un día en que me sentía especialmente hasta la madre: esa sensación de ser un mojón mareado cuando es arrojado al mundo. No era la primera vez que se lo decía. Cuando me portaba brutalmente honesto con ella y le hacía toda una lista de sus defectos, en lugar de enojarse y mandarme al demonio, acariciaba mi mejilla y ponía su cara de “otro gran día de mierda, amorcito mío”. No soportaba tanta ternura, tanta devoción, tanto amor que se entrega sin más “porque eres un gran hombre y no sé qué me diste que me enamoré de ti como una loca y jamás voy a dejarte ni hacer nada que te lastime pero escúchame bien imbécil: si algún día te cacho en una movida, te castraré y colgaré tus morenos y peludos huevos en la entrada para que tintineen al abrir la puerta.” Así era la vida con Carolina: yo me quejaba de no soportarla y ella me amenazaba con toda clase de mutilaciones pero, al final del día, nos apareábamos como perros en celo.
Retrospectiva Hardcore tirándole a Gonzo
Ella había llegado a mi vida en uno de esos momentos en los que necesitamos de una pilmama, alguien que, de ser necesario, nos limpiaría el culo con la devoción de una madre.
Siempre nos encontrábamos en el mismo camión a la misma hora. Nos mirábamos el uno al otro sin sonreír y como preguntando qué tanto nos mirábamos. Así de patéticos éramos hasta que un día le agarré las nalgas, ella me mentó la madre, yo se las volví a agarrar, se bajó del camión, yo la seguí, la detuve, la besé, me besó, nos metimos a un hotel (ninguno de los dos llevábamos ropa interior), cogimos como locos toda la tarde, la invité a cenar, me llevó a su casa, volvimos a copular, me quedé a vivir con ella.
Así de fortuito fue el principio de nuestra relación. Después de varios meses, todo era agarrarle las nalgas y fornicar, ya no como locos pero sí conociéndonos cada vez más y mejor.
¡Corte! ¡Se imprime!
Casi todos sabemos querer /pero pocos sabemos amar...
Alguna vez me preguntó si la amaba, yo le respondí que, de haberla amado, no me la habría tirado a la primera oportunidad; la habría cortejado, le hubiera mandado rosas y poemas, le hubiera pedido que fuera mi novia, la hubiera llevado al cine o a algún baile, le hubiera propuesto matrimonio y hubiéramos vivido relativamente felices para siempre. “¿Eso significa que no me amas?” preguntó y se dio la vuelta. “Sí te amo, pero no como toda esa bola de imbéciles que creen que saben lo que es amar, quizá yo tampoco lo sepa pero tengo mi manera de hacerlo sin caer en la continuación del cliché”. Solía pensar que, como nunca me entendía, esa mujer era estúpida pues tenía que explicarle todo en la...
Clásica Forma De Diálogo.
–... la continuación del cliché puesto que se dejan ir por cualquier cosa que los impresione que, por lo regular, es otra letanía tan predecible como El Chavo Del 8.
–Por ejemplo...
–“Soy tu amigo más incondicional, anda, llora en mi hombro, ese hijo de puta no te merece”, los darketos de verano, los anarquistas de banqueta, los marxistas de café, “Hasta La Victoria Siempre”, “Todos Somos Narcos” –o Marcos–, “viva el amor”, “si Dios quiere”...
–No entiendo bien.
–Vuelve a escucharme que te lo repetiré en la...
Aún Más Clásica Forma De Diálogo.
–... la continuación del cliché puesto que se dejan ir por cualquier cosa que los impresione que, por lo regular, es otra letanía tan predecible como El Chavo Del 8 –le dije.
–Por ejemplo... –inquirió ella frunciendo el ceño.
––“Soy tu amigo más incondicional, anda, llora en mi hombro, ese hijo de puta no te merece”, los darketos de verano, los anarquistas de banqueta, los marxistas de café, “Hasta La Victoria Siempre”, “Todos Somos Narcos” –o Marcos–, “viva el amor”, “si Dios quiere” y toda esa serie de patrañas que impresionan al vulgo –concluí dando un puñetazo en la mesa del comedor.
Nunca conoces a alguien sino hasta que compartes el hábitat con esa persona, animal o cosa (o todas las anteriores compartiendo la misma masa corporal). Yo estaba acostumbrado a acostarme a las tres de la mañana y no despertar sino hasta las diez de la madrugada pero, al vivir con ella, mi tiempo de descanso se vio perturbado pues ella se levantaba a las ocho y, aún antes de bostezar y estirarse, Carolina ponía a todo volumen el famoso Tributo a Paquita la del Barrio.
–¿Tienes que escuchar ese pinche disco todos los días a la misma hora?
–¿Tanto trabajo te cuesta lavar tus calzoncillos que tienes que dejarlos en el cesto para que yo los lave por ti?
Esa era nuestra manera de dar los buenos días y yo no discutía, era culpable: de mis ganas, estrenaría calzoncillos cada vez que me baño. Como si Tributo a Paquita la del Barrio hubiese sido poco, una vez agarró mi cassette de Chava Flores, el de las borracheras, para grabar no sé qué ñoñadas de Maná. Esa fue la gota que derramó el vaso. La llamé a la sala, saqué su disco de Tributo a Paquita la del Barrio y lo tallé contra la pared, quedó inservible.
Close Up a la K–ra de K–rolina
El ceño fruncido, mordiendo sus labios, ojos llorosos, temblor en el párpado derecho, orejas rojas, narinas abiertas como de primate, nariz arrugada, mejillas apretadas, venita de la sien saltada (a punto de reventar), dificultad para respirar y pasar saliva, nudo en la garganta: RABIA.
–¿Porqué me odias tanto? –Me preguntó con la voz quebrada.
–No te odio, la verdad, lo que pasa es que tú eres como uno de esos cuadros del pintor sin oreja: estridente, insoportable y sobrestimada; entiende mi situación: no puedo verte y respirar al mismo tiempo.
En Lo Que Pudo Haber Terminado 1
Eso fue lo último que le dije antes de que ella aventara mis cosas a la calle y me corriera de su casa. Dicen que ahora vive con un ingeniero y que el tipo la golpea; yo nunca llegaría a tanto, ni siquiera ahora que dicen los doctores que soy bipolar y que, de no seguir el tratamiento, voy que vuelo para esquizofrénico.
En Lo Que Pudo Haber Terminado 2
Eso fue lo último que le dije antes de que ella se abalanzara contra mí con unas tijeras en la mano y yo, en un acto–reflejo, la jalara del cabello y la estampara contra la pared varias veces hasta que ya no supe qué hacer y llamé una ambulancia.
En lugar de meterme a donde merezco, me llevaron al psiquiátrico donde las enfermeras, en una actitud de solidaridad de género, dicen que soy un animal y que eso de la bipolaridad con principios de esquizofrenia en realidad fue una triquiñuela del abogado nomás para evitar que me violaran en la cárcel, a lo cual me hubiera acostumbrado.
En lo que pudo haber terminado 3
Eso fue lo último que le dije antes de que, para tranquilizarme, me fuera al café en lo que ella hacía su berrinche. Regresé a las diez de la noche con toda la intención de recogenciliarme pero no fue así; en cuanto entré, me llamó a la cocina y me dijo que estaba harta de mis arranques y que me dejaba por un skato–informático-amantedelarte celoso y obsesivo pero con alma de niño. Lloré un rato y salí para siempre; lo malo es que ni mis libros recogí y la Ingrata pérjida me provoca ardor en el estómago, un nudo en la garganta y enrojecimiento ocular.

La tarde estigmática


(Partida en tres movimientos)

I
La tarde muere, se desangra.
los estigmas parecen ser más fuertes
y muere como un cristo olvidado
en la intemperie del universo.

El cielo es una herida punzante
en estas tardes de Blues.
Mientras otros le cantan a la Patria,
yo escucho el silencio de un cigarro
que ha estado prendido el tiempo
que llevo tratando de apagarlo.

II
Una ráfaga azul me alza en vilo
al calor de mi desnudez,
el mundo huye de mí
como quien sabe que está de más
y se marcha sin palabras.

Contemplo un retrato que no tengo
y, en él, los ojos jamás vistos.

III
El tuétano de mi alma enmohecida
es el Ego, el fuego y el ruego
de ver estallar al sol:
sí, Señor Dios, lo acepto,
soy tan egoísta
que Usted y Yo
no podemos existir al mismo tiempo.

El naco estereotipado


Históricamente, el naco ha sido identificado con la gente soez, los léperos, peladitos: gente ignorante, pobre y sin la educación ni los refinamientos propios de las personas respetables. Tras la fragmentación de la clase media en media-baja, media-media y media-fregadona y media como vástagos de la Revolución, fenómeno social aunado al ascenso de los nuevos ricos, la nacada también se diversificó: parcialmente y de forma gradual, la casta y el poder adquisitivo dejaron de ser filtros sociales. Derivada de “chinaco” (otros dicen que de “totonaco”), la palabra “naco”, en la última década ha adquirido un nuevo valor dejando de ser peyorativa para convertirse en la denominación de un conjunto de características que, en medio de la discriminatoria cultura mexicana, constituyen una forma de ser.

El fracaso de la naca cursilería.
Hay una anécdota sobre las clases que un reconocido filosofo impartía: de un lado del aula ponía a los más avanzados y del otro a los peores estudiantes haciéndolos debatir algún problema filosófico. El resultado en pocas palabras: los tontos querían verse listos y terminaban pareciendo más tontos; los listos, en su afán de seguir siendo listos, acababan luciendo más tontos que los tontos. El naco promedio, en su intención de no serlo, lo acentúa aún más; y el fresa, para alejarse de su contraparte, se ridiculiza al máximo. Al final, ambos fracasos son de una hilaridad digna de la más profunda ironía.
El naco es un cursi: de acuerdo con las acepciones que Álvaro Enrigue[1] extrae de la edición de 1869 del Diccionario de la Real Academia[2], donde se define al cursi como “la persona que presume de fina y elegante sin serlo’ y ‘lo que con apariencia de elegancia o riqueza es ridículo y de mal gusto”. Estas acepciones se dan no sólo en el ámbito personal o psicológico, la cursilería se encuentra en la música, en la literatura, el cine y en otras manifestaciones humanas de diversa índole. Siendo exageradamente adornado sin ser consciente de su fallido intento, se entiende que el naco, igual que el cursi, lo es sin querer ni saber: simplemente es exagerado, estrambótico en el vestir, el hablar, en sus gustos y valoraciones estéticas. El naco quiere ser elegante, auténtico y espontáneo pero no sabe dirigir sus pasos y magnifica la elegancia con lo chillante y ostentoso. En oposición a la cursilería involuntaria e inconsciente del naco, encontramos la extravagancia voluntaria y consciente del fresa, quien es estrambótico porque, igual o más que él, los demás lo son: el estar out no es in[3].


La chequera trascendida, descontextualización.
El dinero no lo es todo. La naquedad ya no es exclusiva de los pobres, la fresez tampoco lo es de los ricos. Con algunos de los nuevos ricos que pasan de la vecindad a la residencia, también llega la opulencia que de inmediato quiere dejar atrás su complejo de inferioridad igualándose a quienes siempre estuvieron ahí, aquellos que se incomodan ante la opulencia que se manifiesta en una avalancha de adquisiciones que se sobreponen a la arquitectura o el contexto. Para quienes siempre estuvieron ahí, eso es un insulto al buen gusto; para el advenedizo, es un sueño realizado que poner en tela de juicio sería ocioso pues, si bien es cierto que la sociedad posee una cierta arquitectónica, cada quien hace de la casa en que vive su casa.
Pero también está el pobre que no por ello se resigna a quedar fuera: el fresa de barrio que compra ropa parecida a la de las boutiques más exclusivas, busca la música de moda en los puestos de Discos Apócrifo, come tacos de incógnito o porque “no había de otra”, presume el coche o la casa que un “conocido” (no especifica qué tan lejano) acaba de comprar, con pasión relata que fue al lugar de moda pero con esa misma intensidad omite el detalle de la terrible sed que sufrió pues todo en la carta excedía su límite de gastos. En fin, las similitudes entre ser naco rico y fresa pobre son más fuertes de lo que podría pensarse y radican el algo básico: la descontextualización. Pero en estos tiempos y dada la popularidad de la tolerancia, preguntarse cómo se han de comportar el pobre y el rico puede ser interpretado como discriminatorio y políticamente incorrecto.

El lanzamiento al estrellato del naco.
La mediatización en todos los ámbitos de la sociedad ha sido un factor determinante. Los medios de comunicación, en aras del rating, constantemente buscan ofrecer al espectador un entretenimiento no sólo ameno y actual sino también catártico. “Quienes manipulan la cultura de la pobreza declaran como mejor folclor al recién elaborado y lo ensalzan, desplegando su escasísima imaginación sobre un territorio inerme: la idea que las masas tienen de sus gustos y antecedentes[4]”. Así vemos que un pueblo no sólo tiene al gobierno que se merece, también el entretenimiento es a su justa medida. Y es que el espectador, cuando escucha música, lee una revista, ve la televisión o una película, no sólo busca entretenimiento sino que consciente o inconscientemente se busca a sí mismo. Quiere ver un poco de su realidad pues en el fondo se alegra de no ser el único que vive de tal o cual forma y cuando no busca su realidad busca la imagen de sus esperanzas, sus sueños y las circunstancias en las que le gustaría estar; de ahí el auge de la pornografía, además de los cuentos de hadas llevados a la TV, al cine y a la música. Y tomando en cuenta que México no es un país culto, la mayoría del entretenimiento que funciona es aquel donde somos pobres pero honrados, un mundo en el que los ricos también lloran.
La mediatización del naco empieza en la Época de Oro del cine mexicano, su emblema, Nosotros los pobres, Ustedes los ricos y Pepe El Toro; en la trilogía de Ismael Rodríguez se popularizó aun más la visión del pobre solidario, virtuoso y amable, visión que Buñuel criticaría fuertemente en Los Olvidados. La parodia del naco se dará con las subsecuentes películas, las rutinas de los programas cómicos en la TV. En los noventas, la naquedad cómica cayó un poco en desuso, la burla se había trasladado a la contraparte teniendo al fresa como blanco de mofas y sátiras. Tal cambio de hilos se debió al rencor social acumulado por generaciones clasemedieras que ridiculizaban al yupi cosmopolita que no podían ser.
Históricamente, este no poder ser ha devenido en un intenso sentimiento de inferioridad que, para extirparlo, quien lo padece busca, a partir de su propia identidad, asemejarse a aquellos que cree superiores. Así, para Michael Maccoby, La Malinche fue el origen de estas conductas estableciendo un patrón de “profundización de las heridas de la inferioridad al imitar a los poderosos, primero a los españoles, después a los franceses y más recientemente a los norteamericanos[5]”. Pero al hablar de sentimientos de inferioridad, lo que Maccoby dice no sólo es aplicable al naco; su contraparte, en el afán de ser cosmopolita, un digno hijo de la globalización, pasa la vida imitando modas extranjeras. Más adelante, Maccoby dice que el mexicano está simbolizado por el pelado, el don nadie, cuyo profundo sentimiento de inferioridad se esconde parcialmente tras el alarde[6]. Maccoby incurre en una endeble generalización, el mexicano no es un ser que se pueda englobar bajo una sola categoría, lo recién citado correspondería, más que nada, a una vaga definición de lo naco, una de tantas facetas que lo mexicano puede tener; pero podemos asentir a lo que dice si entendemos que el naco es un ser que alardea, que exagera.

De la naco–filia al naco–estereotipo.
Lo que originalmente era un insulto se convirtió en bandera y el naco se construyó una identidad a partir de lo que sus atacantes consideraban una vergüenza. Aquellos desposeídos se conformaron en sus propios círculos:
Si la nación no los admitía, construirían una identidad con saldos, despojos, expropiaciones visuales. Esta es la primera cultura urbana, el equilibrio entre el triunfo de los menos y la desposesión de los más, los requisitos que desde fuera parecen de un oportunismo inaudito, la miseria que iba adquiriendo miseria y puntos de vista (...) En pleno analfabetismo, en condiciones de máxima insalubridad sin servicios sanitarios, en tugurios inconcebibles, las masas armaron su guía de sentimientos, y su verdadera “identidad nacional” correspondió al barrio, a la región capitalina, al gremio de la actividad lícita o “ilícita”, para de allí expandirse e incorporar símbolos, poemas, modernizaciones[7].
Ya en el alba del celebrado Nuevo Milenio, se vuelve a ver al naco de forma condescendiente: déjalo, es naquito pero buena gente. Más tarde, el naco pasa de ser objeto de condescendencia a símbolo de un estrato sociocultural y de ahí a formar parte del folclor nacional, sobretodo en las ciudades. El naco adquiere una voz, una cara y una indumentaria que lo distinguen de los fresas, los darketos, los cholos, Skatos y demás grupos (incluso los sin-grupo), surge toda una industria musical, textil, mediática, editorial y de servicios de los que el naco dispone para afirmarse. Acentúa su caló (mezcla de un español cómodo y un inglés castellanizado así como la mala pronunciación de las palabras), busca una música sin ripios elevados. Cuando canta, cuando habla, cuando es, lo hace a calzón quitado; no seduce con frases lindas o fragmentos de poemas; seduce con la risa, la simpleza y recitando –casi cantando– piropos que ponen de manifiesto el efecto erotizante que el sexo opuesto tiene sobre él.
Es así como el mexicano promedio, ávido de pertenecer a algo, se proclama solidario con el naco y se une a él en un grito de guerra que amenaza con expresar su identidad nacional: si lo mexicano es naco y lo mexicano es chido, entonces verdad de Dios que todo lo naco es chido[8]. Así pues, aquellos que alguna vez lo atacaron se reivindican gritando “¡Si yo soy rete naco!” y ahora vemos legiones de naquedad por todas partes: desde las colonias populares hasta la Silla Presidencial, desde la cantina de mala muerte hasta el antro de moda, desde Las Chambeadoras hasta los libros aleccionadores de todos los tamaños y precios, desde la estación radiofónica local que transmite música popular hasta los programas de televisión con cobertura internacional. Finalmente, la cuestión es: si la visión que del mexicano se tenía en el extranjero era la del ranchero dormido junto a un cactus, ¿de ahora en adelante el estereotipo nacional será el del hombre de mundo que dice “jelou” cuando entra al “Museo de la Ubre”, donde ni vacas hay?

[1]ENRIGUE, Álvaro, Notas para una historia de lo cursi, Letras Libres, septiembre 2001, año III, Número 53, pág. 45.
[2] Álvaro Enrigue recurre a la edición del Diccionario de 1869 por ser el año en que la Real Academia Española admitió la palabra “cursi”.
[3] Aunque la diferenciación Out e In ya no se utiliza, he decidido recurrir a ellas puesto que este argot cambia constantemente y la expresión que hoy se use en un año será un arcaísmo, estará out... cuestión de modas.
[4] MONSIVÁIS, Carlos. Amor Perdido, Biblioteca Era, México DF, 1977, pp. 94.
[5] MACCOBY, Michael, El carácter nacional del mexicano, Anatomía del mexicano, Ed. Plaza Janés, México DF, 2003, pp. 249.
[6] Maccoby, Op. Cit.
[7] MONSIVÁIS, Carlos, La identidad nacional ante el espejo, Anatomía del Mexicano, Plaza Janés, México DF, 2003, pp 298-299
[8] El guacarock de la Malinche, Botellita de Jerez.

Jenny está triste


Hoy, como cada viernes, cuatro de los cinco con quienes vivo se van a sus casas para ver a sus familias y lavar la ropa; eso me gusta pues al menos por una noche tengo el cuarto para mí solo. Con suerte y hasta El Chocotorro se fue. Llego al departamento a eso de las nueve, estoy fastidiado por el tráfico y sólo quiero cenar para ver las noticias. Mi plan se viene abajo cuando abro la puerta y veo, sentados frente a un montón de botellas, al Chocotorro en evidente borrachera con su fea novia (Luci), Jenny (prima de Luci, medio tonta pero nada despreciable) y un amigo de ellas a quien no conozco. Resignado, me integro a su injustificado festejo.
Luci me sirve el resto de una botella, pone un disco de José Alfredo y nos dedicamos a tomar. Pasa un rato, ya entonados, Jenny me empieza a agradar y Luci... bueno, a esa pobre traumada ni cómo ayudarle.
Durante poco más de siete cubas Luci me dice cosas como “tú eres bien a toda madre”, “mi mejor amigo casi mi hermano”, “seríamos como dos gotas de agua pero a ti te gusta Control Machete y yo soy dark”, etc. El Chocotorro permanece callado y yo sólo le sigo la corriente a su novia.
–¡Pinche Luci! ¡Ya temborrachastes! –Exclama Jenny quien, después de media botella, me empieza a gustar.
–Aprendan a mí –interviene el amigo desconocido– ¡Yo no mempedo!
–Hijo de tu puta madre –dice El Chocotorro como pensando en voz alta.
–¡Chocotorro! –Grita Luci– ¡Si nostás a gusto, pus vete!
Se cierra la puerta con un estruendo, seguramente los vecinos ya están mentando madres. El Chocotorro se va en sandalias pero con suficiente dinero para emborrachase en cualquier otro lado, Luci se queda agarrando la mano del amigo desconocido, Jenny ya está borracha y yo le veo las piernas.
Media hora después, Luci y el amigo desconocido se encierran en la habitación del Chocotorro y yo voy junto a Jenny. Desde sus rodillas subo hasta sus pequeños senos mientras pienso las maravillas por hacer. La saco de la blusa, beso su cuello, levanto la falda y cuando estoy a punto de quitársela, ella se agacha, me baja el pantalón y los calzoncillos hasta las rodillas. Me acaricia, me chupa, me respira... Jodida gente inoportuna: sale Luci de la habitación acomodándose la blusa.
–El pendejo se quedó dormido poniéndose el condón ¡Nadie me quiere!
–¡Ni a mí! –Grita Jenny, a estas alturas ya me dejó a la deriva.
–Me quiero morir, Jenny.
–Yo también.
En tanto ellas discuten cuál de las dos es la más desdichada y con más motivos para suicidarse, yo pongo un disco a todo volumen. Al dejarme guiar por la música me digo “están borrachas y por lo mismo nomás hablan a lo pendejo”. Volteo hacia donde las dejé alegando pero han salido en el departamento. Siguiendo sus lamentos, corro tras ellas y cuando las alcanzo Jenny está a la mitad de la escalerilla rumbo a la azotea. No quiero interferir en sus suicidios pero soy demasiado humano para permitirlo; tomo a Jenny por la cintura y la bajo de la escalera. Ella se abraza a mí y rompe a llorar.
Se cierra la puerta con un estruendo, seguramente los vecinos siguen mentando madres. Son las dos de la mañana, mis llaves están en la mesa, los cigarros están en la mochila y el estéreo inunda el edificio.
–¡Mis discos! –Grita Jenny.
–¡Las botellas! –Exclama Luci.
–¿Ya ven? ¡Por sus idioteces nos quedamos afuera!
Con la esperanza de ser escuchados por el desconocido, casi deshacemos la puerta a golpes pero es inútil: está noqueado. En estas condiciones estamos cuando, oliendo a teibolera, llega un vecino electricista; tras explicarle el problema de la puerta, va a su camioneta y nos presta un mazo, un cincel y un desarmador. Mientras demolemos la cerradura, en el departamento del electricista se oyen los gritos de una esposa iracunda.
Jodemos la chapa, entramos y apago el estéreo. Luci se mete al baño sin cerrar; por el “cansancio” se queda dormida en el retrete con la puerta y las piernas abiertas. Jenny, un poco más sobria, me desnuda y se tumba en un sillón pero en cuanto apoya la cabeza en el respaldo empieza a balbucear en medio de lloriqueos infantiles; es inútil seguir, está demasiado borracha para darse cuenta. Frustrado, me pongo los calzoncillos y el pantalón; después de correr al desconocido, cerrar la puerta del baño y tapar a Jenny con una cobija, decido intentar dormir para ver si se me olvida la mala noche.
Ya en mi cuarto, apago la luz y me tiendo en la cama. A los dos minutos prendo el último cigarro, el aire de la madrugada entra por la ventana y me echo la sábana encima. Por un segundo me arrepiento de no haberlas dejado aventarse pero las ganas de dormir son más grandes. Me acabo el cigarro, estoy por quedarme dormido cuando descubro un pequeño cuerpo junto a mí: es Jenny, tiene frío y está triste.

Notas al amanecer

Pa’ Alfredito, por que Sábato dice que...


Hoy amaneció amarillo
y con ganas de no ser noche,
sin ganas de ser hombre
dormido junto al espacio
que prefiero no ocupar.

Amaneció de madrugada,
avinagrado el aliento
por una mala metáfora,
aferrado a un gerundio
escurridizo entre mis manos.
Reconocí el día de la semana
por que cada sábado
acostumbro ser más viejo.

No he podido dormir,
la cama se llenó de aguijones,
cada mañana consulto al espejo
y descubro nuevas picaduras.

Creo que mañana es domingo,
aunque a estas alturas
y con un litro de café encima
el día puede ser un túnel
escondido bajo la semana
para no morir en el trayecto.

Unas manos blancas


A Siberia, por Las Mutaciones.
...de todo aquello no me quedaba más que la impresión
de ser como una especie de idiota,
posiblemente conmovedor, ridículo en cualquier caso.
Georges Bataille.

“Aquí veo unas manos blancas. La persona para ti está en algún lugar del planeta, no te desesperes porque, quien sea, va a llegar”. J. Equis no podía evitar sonreír ante una posible equivocación en las cartas de Superrizos. Había sido una semana de cansancio emocional pues las mujeres de la ciudad estaban en huelga contra el cortejo y eso complicaba cualquier tentativa de donjuanismo.
Fue a esa fiesta sólo por compromiso con Superrizos pero estaba harto de los bufones amantes de pasarla bien. En la sala ya se había formado una rueda de gente con ganas de bailar; en el centro del círculo y como ofreciéndose al mejor postor, bailaba Bellamusa. Sus movimientos justificaban que a J. E quis le gustara desde los diecisiete años. Quería bailar con ella para estar a su lado pero la apatía no lo dejaba. De un momento a otro, la mujer salió del círculo de danzantes, destapó una cerveza y fue a sentarse en la sala. Con la espalda hecha nudos y las manos temblando de nervios, J. Equis se sirvió una cuba y se sentó en el extremo del mismo sillón donde estaba Bellamusa. No pensaba acercarse, ella siempre tenía novio. Al verlo fue la mujer quien, con el semblante triste y el aliento aguardentoso, se acercó a él.
Durante media hora Bellamusa habló de su jodida relación con Joven Político, lamentó no tener a ese hombre varonil, protector, tierno, sensible y buena onda deseado por todas, maldijo la hora en que conoció a su casi dueño y hasta lloró por las ganas de verlo muerto. J. Equis, sin sentirse culpable, en el fondo experimentaba una ligera satisfacción; decidió arriesgarse y le confesó a Bellamusa sus sentimientos. Al escucharlo, ella suspiró y sin voltear a verlo adoptó un aire de padre condescendiente a punto de confesarle a su hijo que es adoptado. Después de recitar una larga lista con todo cuanto hacía de él un gran partido, el lisonjeado, como un hijo reclamando por qué se lo ocultaron hasta los cuarenta años, se quejó de cuando las mujeres, después de alabar su belleza interior, lo mandaban al carajo. Se levantó y algo dijo Bellamusa pero él ya no quiso escucharla. El resto de la fiesta fue insoportable.
Asqueado de los besos entre las parejas recién formadas, repasaba los nombres de las mujeres que lo habían desperdiciado. Entre pretendidas y novias de semana la lista era nutrida y variada: desde la suicida potencial hasta la ridículamente feliz pasando por la drogadicta hasta llegar con la joven catequista. Al final J. Equis llegó a la conclusión de que todas las mujeres, por más especiales, hermosas o inteligentes que sean, siempre tienen algo de la mujer promedio.
Esas manos blancas auguradas por Superrizos quizá no llegarían nunca; decidió no buscarlas. Como todo hombre que ha renunciado a una esperanza imposible de conservar, dejó de salir con mujeres. Por el hueco en su tiempo empezó a frecuentar un café hasta hacerse parroquiano. Una tarde, como todas después de la fiesta, J. Equis estaba frente a la taza de americano mentando madres y burlándose de los transeúntes cuando aparecieron Superrizos y un desconocido. Quería estar solo pero su cortesía los invitó a sentarse. El desconocido era Mejillatersa, amigo de Superrizos.
En lugar de reclamar por la fallida lectura de cartas, se prestó a platicar con ellos. El celular de Superrizos sonó, habló durante dos minutos y se disculpó por tener una emergencia; Mejillatersa decidió quedarse a terminar su capuchino. Mientras hablaban de viejos programas de televisión, J. Equis se sorprendió al ver en las manos de su nuevo conocido una blancura y exquisitez marmóreas. Como un trueno, en su cabeza resonaron las palabras de Superrizos cuando le echó las cartas pero ya no quería pensar en ello. Mientras éste intentaba purgar su memoria, algo dijo Mejillatersa que le llamó la atención; al alzar la vista, J. Equis tuvo una extraña sensación al notar que, además de las manos blancas, ese tipo tenía bonitos ojos.

Wet West


Ya es de madrugada y no he podido dormir más de veinte minutos seguidos. En la grabadora, la misma cinta de música country ha dado varias vueltas pero para quitarla debo levantarme.

Mama, no dejes que tu hijo sea un vaquero
porque luego andará de chofer de camión
dile que sea abogado o doctor...


A las doce de la noche, hacíamos el amor en el asiento de un camión mientras el conductor hablaba de las hermosas luces en un lago seco que, antes de acostarme, ya inundaba algunas casas. En el asiento, tú y yo tratábamos de concentrarnos pero el chofer, que de vez en cuando volteaba, nos sonreía. A mí me daba vergüenza y tú te tapabas lo ojos. Era difícil concentrarse, al chofer le faltaban dientes y su sonrisa era un ventanal abierto. Por distracciones del chofer, un carro pasó demasiado cerca de nosotros; cuando nos pitó, el claxon sonó como violín y yo salté del asiento, todo se desvaneció.


Llegan los niños, quieren jugar
sobre las camas se van a brincar
llega la abuela a regañar
a todos manda a bailar...


Era casi la una de la mañana, estábamos en una cama llena de almohadas y, desnudos, nos acariciábamos con plumas. Eras hermosa, la más bella de las mujeres desnudas y vestidas; el clímax estaba cerca. De repente, una manada de casi quince niños con sombrero entró en la habitación. Empezaron a bailar en torno a la cama, saltaron a ella y siguieron su danza; tú y yo teníamos que hacer esfuerzos sobrehumanos para esquivar las pisadas. Intempestivamente, la puerta se abrió de par en par y apareció mi tía de noventa años con una escoba en la mano. “Niños, no molesten a estas personas, salgan de aquí y jueguen en otra parte” dijo al tiempo que llegaba hasta nosotros para surtirnos a escobazos. Al salir de la habitación, desapareciste.


Vaquero, vaquero de rodeo
siempre en los rodeos vas jineteando
tu vida es ser vaquero y montar...


Hace media hora te encontré a la mitad del ruedo de una plaza de toros. Un hombre tocaba el banjo y una mujer coja tocaba un pandero bailando alrededor de él. Corrí a abrazarte pero tú no permitías que me acercara; de pronto, la mujer gritó “¿Quieres seducirla?”; “sí”, le respondí; “entonces, tendrás que hacerlo como el Viejo Caporal de la Muerte”. Se abrió la puerta del toril y apareció un toro de enormes cuernos grises que se detuvo justo frente a nosotros. “Debemos subir” dijiste mientras trepabas al animal. Era cansado hacer fuerza en las piernas para no caer y moverme al ritmo de los reparos para mantener el equilibrio con el animal mientras tú, dándole nalgaditas al toro, ibas y venías. De repente cerré los ojos, las piernas se me aflojaron, perdí el equilibrio y fui a dar al suelo con tremendo costalazo; al depertertar, estaba en mi cama pero tú ya habías desaparecido.


En el tren de Acapulco
sucedió una tragedia:
llovía como un zopilote
cuando sentí en la cara
algo que me mojaba,
del cielo me cayó un chorrote...


En vista de que me visitarás cada noche y de que tiendo a soñar lo que escucho, creo que sería mejor apagar la grabadora y dormir con mis ronquidos como único acompañamiento.

Carmen Luvana



Me acerqué a comprar unos cigarros y ahí te conocí. En cuanto te vi sólo pude pensar en una cosa y tenía que hacerla a como diera lugar. Me acerqué más para verte mejor y vi que en tu identificación decía “Carmen Luvana”. Te quería sólo para mí y tú no tuviste inconveniente alguno en ello, fuiste a mi casa en cuanto te tomé. A pesar de la manera furtiva en la que te metí a la mochila, me sentía orgulloso ante la oportunidad de ver desnuda a una mujer como tú. Llegamos a mi ca sa, cerré la puerta con llave, me desnudé y te hice el amor dos veces sin parar.
Ha pasado un mes desde que te conocí y varias noches a la semana, si no estoy cansado o borracho, me pierdo en tu anatomía. Otras veces simplemente me limito a verte hacerlo con otros hombres y mujeres; eso no me incomoda pues he aprendido que cualquier cosa que te vea hacer es puro cuento.
Oh Carmen, cuánto te amo, cuánto te deseo. Me encantas, me gusta que nunca uses ropa interior o que te desnudes en dos segundos. Ya sé lo que se dice de las rubias; yo no soy un caballero pero igual te deseo; me gusta tu cuerpo, si me gustara tu inteligencia nos la pasaríamos platicando y nunca cogeríamos. Me encanta que me hables en inglés, si hablaras mi idioma sonarías a puta española y no tendrías el mismo encanto.
Oh Carmen, haz todo eso que me gusta. Móntate en mí, cabálgame que yo te llevaré hasta donde quieras. Abofetéame con tus senos de roca.
Pinche Carmen, qué puta eres; y yo, como un perro, lamiendo cada pliegue de tu cuerpo y besando tus cuatro labios. Estoy por terminar, ya viene, chorros y chorros de mí en tu honor...
Pero nunca falta el inoportuno que llama a la puerta cuando más cerca estoy. Ni hablar, tendré que apagar la video y fingir que me interesa lo que López Dóriga informa.

Canción del Ego

Mi verso puño cerrado

explosión del entusiasmo en el culo del diablo.

Orlando Guillén.


Soy yo: Fulano D. Tal.
¡He aquí a un hombre!
soy el Hombre.
He muerto tantas veces
y reencarnado en tantas cosas
que el pasado pasó de largo,
el presente me tiene en sus garras
y el futuro huye de prisa.

Soy yo:
la caspa del Diablo
esparcida en la mesa
de algún padrote de bar.
Sonrisa furiosa.
Llanto dulce,
felicidad amarga,
odio enamorado.
Soy el diente de león
clavado en la nalga
de una cebra virgen.
Soy el sudor en invierno
y un escalofrío en primavera.

Me gusto cuando callo
porque no estoy chingando
y me largo en silencio
y la vergüenza no me estorba.
parece que la indignación
me cerrara los ojos
y la indiferencia
me tapara la boca.
(Con perdón del gran Pablo)

Cuando nací parecía matar
y cuando he matado
he deseado no haber nacido.
Pero con todo y el asco,
aquí estoy:
vomitando sobre mí,
sobre mis pies
y mi camino.

Soy la sangre vertida
en cualquier alcantarilla.
Soy mi hambre que muere
al atragantarme con la ira.
Soy un náufrago del destino
sujeto a una tabla de ataúd.

Soy una profanación
al reino de los mortales.
Soy un hombre.
Soy El Hombre.
Soy yo, Fulano D. Tal.

Rocko diapositiva

El calor está del carajo, el cuerpo se siente como si estuviera en el coño de una muerta bajo el sol. Gentes de otras latitudes dicen que los nativos de climas calurosos somos más cálidos ¡PATRAÑAS! Tanto calor provoca insomnio, jaqueca y ganas de que nadie te joda en un día de entrepierna sudorosa. Podría beber una cerveza helada, un refresco, algo en las rocas o simplemente un vaso con agua bien fría; pero no, la cafeinomanía es más fuerte que el calor. Cigarros, cenicero, cuaderno, pluma, café y ganas de escribir; a ver si se deja.
Será una historia que tendrá el calor como pretexto. ¿La playa? ¿El desierto? ¿Amor de verano, mi primer amor? No, algo más. Se llamará Rocko y será un perro jadeante, sediento, amarillo con rayas negras, grande, cabezón y con el cuero de los cachetes colgando a los lados de su hocico. Tendría que usar más la imaginación, mentir, pero prefiero verlo por la ventana.
Rocko, siempre jadeando, se rascaba atrás de la oreja cuando atrapó un aroma proveniente de algún lugar en el llano. Aunque nunca lo había experimentado, supo de qué era ese olor tan exquisito que de inmediato agitó su respiración seca. Ladró, aulló, chilló, corrió de un lado de la azotea a otro y hasta rasguñó el concreto; pero el olor y la impotencia eran cada vez más intensos.
Creo que ese fue un buen comienzo. Debe de ser terrible, es parecido a lo que siento cuando, estando en algún café, veo un rostro maravilloso y un cuerpo de princesa guapa. Estoy dispuesto a conocer gente nueva pero a la hora de intentar levantarme y acercarme a la susodicha, algo me impide moverme haci a ella y las piernas me mandan de paso al baño. Bien me lo dijeron antes de nacer: no seas tímido, lucha contra ello desde la infancia o cargarás toda tu vida con esa cara de “si hubiera”. Lo malo de todo este asunto es que lo recordé demasiado tarde. Bien dice Armando Quiroz que “el hubiera está conjugado en tiempo pendejo.” No hubiera leído a Platón.
Al poco rato escuchó un escándalo imposible de ignorar. El concreto caliente quemaba sus patas y el alboroto de allá abajo lo tenía hecho un nudo de nervios. Sus ojos decían “no saltes, está muy alto”; su olfato ordenaba “salta, salta, debes estar cerca de ese olor”; sus oídos le susurraban “debes ir, están en tu territorio”; el gusto tan sólo murmuró “el sabor ha de ser delicioso.”
El calor del carajo, el cigarro y el café me provocaron una sed terrible; por fortuna, siempre tengo en el escritorio mi anforita. ¡Coño! El agua está asquerosamente tibia. Bajo a la cocina por algunos trozos de agua. Listo, ahora sí es ingerible. Ya no sé qué hacer con Rocko, el calor me distrae mucho.Estoy pensando en la seria posibilidad de que me guste complicarme la vida. Mis sueños de primaria y secundaria eran más fáciles de alcanzar: en la primaria quería ser veterinario y en secundaria planeaba ser abogado-político. Ahora no me imagino metiendo la mano en un coño de vaca, ni mucho menos metido en asuntos que a veces huelen a mano de veterinario. Leer mucho y escribir regular es mi oxígeno.
Ya no puedo escribir, creo que no debería oír música, no me concentro ¡Oh, por Dios y los muslos de Sus ángeles! Canonicemos a Muddy Waters, canonicemos a las putas, canonicemos a Rocko...
Después de un rato de tensión y ansias, se acercó una excitada jauría. Venían siguiendo a una perra negra y orejuda cuyo olor tenía a Rocko parado sobre las uñas. No lo dudó más y se arrojó.
Despatarrado, con varios huesos rotos y sangrando sobre la tierra sin la posibilidad de lamer sus heridas, vio cómo los perros, uno a uno, iban tomando su turno para aparearse entre ladridos y mordidas. Viendo todo el espectáculo a un metro de distancia, Rocko tan sólo pudo aspirar el aroma.
Hidalguísimo don Amaral: esto es morboso y no faltará el tonto estudiante de psicología (o lector de Erick Fromm) que cruzando la pierna, acomodándose los lentes y en un tono amigable y condescendiente diga que “durante el día usted sonríe y es feliz pero pasa las noches llorando sus frustraciones y carencias afectivas.” Por otro lado, algunas veces he sido Rocko... pero no entremos en detalles.

Didáctica del placer


¿Qué si fue placentero? “Placentero” es una buena palabra por hacer referencia a cierto complejo de placenta (mamá, soy Edipo, no haré travesuras), pero no entremos en detalles sobre los juegos del placer.

Todas las noches, a las ocho, me encontraba en la misma calle a la gorda con suerte y al tipo con una fijación hacia las grandes personalidades (¡DESCOMUNAL!). Cada vez que la veía, hacía cálculos sobre la cantidad de comida que ingería, pero eran simples aproximaciones. Una noche los seguí para saber sus rutinas. Desde la esquina donde se encontraron, caminaron tres cuadras hasta un puesto de comida. A medida que avanzaban, más risa me daba ver al tonto rodando a su gorda por toda la banqueta: el Comal y la Olla, un 10 perfecto; el pantalón a la cadera que se hubiera visto mejor de haber existido algún rastro de cintura, lonjas al aire, un prominente escote, estrías por doquier... terrorismo visual.
Mientras me comía los tres tacos que pedí para disimular, pude hacer el recuento: cuatro tacos de chorizo, dos de bistec, tres de tripa, uno de suadero, una tostada de pata, una hamburguesa sencilla pero con mucho picante, una mirinda de mandarina y tres cebollitas de cambray asadas. Esa era la rutina de todas las noches, a excepción de las veces en que además se le antojaban una palomitas de microondas o un elote cocido o unos nachos. Siempre me ha molestado la gente que hace de la alimentación un vicio irresponsable; comer es un placer sin igual, un placer que se disfruta al máximo con los cinco sentidos y esa maldita gorda le faltaba al respeto a la comida devorándola con tal indiscriminación.
Tenía ganas de hacer algo para remediar su desorden alimenticio, alguien debía enseñarle a disfrutar los delicados placeres del paladar de cualquier modo. Durante varios meses estuve meditando la mejor manera de enseñarle a comer hasta que ¡EUREKA! Me tardé otros meses más en decidirme. Una noche, a eso de las diez, tomé la decisión y los seguí. Después de cenar, se fueron caminando hasta llegar a una esquina donde se detuvieron; él intentó rodearla con sus brazos y se besaron durante cinco minutos. Se separaron y tomaron rumbos distintos. La seguí a ella, él no me importaba, podía morir de viejo o podrirse en vida. A la altura de un lote baldío le di alcance, la sujeté por el brazo y la metí al carro. Ella gritaba pero, o nadie la escuchaba o a nadie le importaba. Con todas mis fuerzas le di un puñetazo que la desmayó al instante.
Después de quince minutos llegamos a mi casa. La metí a cuestas –que si pesaba la maldita gorda– la acosté en la mesa del comedor, la amarré de pies y manos y saqué las herramientas de mi padre. Afilé el cuchillo puntiagudo con la vieja chaira, calculé dos pulgadas del lado izquierdo más abajito de la axila y hundí el cuchillo un par de veces. Pensé que iba a ser fácil pero sacar chuleta, diezmillo, agujas, arrachera y todas esas delicias que mi padre sacaba de la res, es más complicado de lo que parece. La mesa se veía hermosa, tanta carne junta y dispuesta para tantas cosas emocionantes.
Fueron dos semanas maravillosas: carne asada para almorzar, caldo de “res” para comer, tacos de tripa y de cabeza para la cena, cecina para gusguear, frijolitos guisados con manteca para las tostadas, birria para los invitados; en fin, fueron dos semanas de festín gastronómico, como cuando mi padre era carnicero. El único problema eran los huesos pues, aunque ella era bestialmente gorda, sus huesos seguían siendo humanos. Confiado en que a mi perro le gustaban las croquetas, fui dejando los huesos en una bolsa que tenía en el patio. Maldito perro, me traicionó: sacó de la bolsa uno de ellos y en un descuido de mi parte se salió a la calle; dos horas después, llegaron dos policías con mi perro encadenado y una quijada dentro de una bolsa de plástico, luego vinieron unos peritos y se llevaron toda la carne que tenía en el refrigerador. Aún así, había logrado mi propósito: enseñarla a disfrutar los alimentos, aunque para eso se lo haya tenido que mostrar directamente.

Mono desnudo


Y alimentamos los milagros de la soledad
con nuestra propia carne.
Vicente Huidobro.


Antes de ser el feto lanzado
a este rincón del mundo,
yo era un ángel
dormido en la mano de Dios...

La taza repleta de amargura,
el cenicero copeteado de angustia,
la cama rebosante de cisnes muertos,
un bar nublado en los pulmones.
En medio del naufragio,
hasta un ataúd
puede salvarme
pero no soportaría
ser arrojado a otra isla.

Buscaría el amor en una puta
pero sólo encontraría
la miseria de un billete.
Buscaría el amor en Danka
pero sus ojos distantes
serían un continuo reproche
a la sencillez de mi humanidad.

Batiz & Beer Blues



Javier Bátiz

se levantó esta mañana

y su mujer se había ido,

de veras está solo.


Tus recuerdos son nebulosos:

no estás muy seguro

de si lo sacudiste en el cenicero
o lo tibio de aquella boca

se diluyó en una cerveza.

Hoy estás a salvo,

nadie está para dejarte:

quizá ya no eres buen amante,

quizá nunca lo fuiste

y nadie te lo dijo

o deberías bailar más

y emborracharte menos,

quizá no deberías estar

tanto tiempo con tus muertos

ni siempre ser el espectador.

Quizá las respuestas

están en la cerveza.

Bebes más aprisa.

Cines XXX


Cierto es que en nuestra provincia mexicana, el nivel de tolerancia y el criterio con que se ve el sexo tiende a ser muy bajo. Hace años, en Morelia había dos cines porno: Arcadia y Cinema Rex. Si bien es cierto que un cine porno no es un lugar precisamente agradable, hay a quienes les divierte y necesitan de estos establecimientos para ver sus películas como cualquier otra persona va a Cinépolis a ver una producción holliwoodense. Hoy en Morelia ya sólo queda el Cine Arcadia, el Cinema Rex fue vendido y ahora, me duele decirlo, es un vil y paupérrimo estacionamiento público. En el Cinema Rex, a diferencia del Arcadia, la gente no iba a ver las películas porno de moda, siempre programaban películas que, dentro de la industria, son verdaderos clásicos: Sodoma y Gomorra, Garganta Profunda, Malizia Italiana, Spermaco y demás películas que dieron paso a la pornografía de hoy en día que, sobra decirlo, es bastante monótona. En fin, si usted anda por Morelia y decide visitar el emblemático y tabú Cine Arcadia, he aquí unos prácticos consejos que le serán de utilidad para evitar contrariedades incómodas y peligrosas.

Entrar a un cine porno es una experiencia, digamos, peculiar. He aquí unos sencillos consejos para cuando usted, estimado lector, decida meterse en un lugar de esos:

1. Siempre es mejor ir con un amigo, así evitará que los homosexuales y pervertidos se acerquen a usted durante la función.

2. Al entrar, no vaya directo a las butacas, tome en cuenta que usted viene encandilado de la luz exterior. Espere a que sus ojos se adapten a la luz, quédese en el pasillo durante cinco minutos.

3. Si usted va solo (a), no se siente junto a nadie, busque una butaca que quede junto al pasillo y que esté al menos a tres butacas de distancia de otro espectador.

4. No mire a nadie, concéntrese en la pantalla y que cada quien haga lo que le dé la gana.

5. Si alguien se sienta junto a usted, no es casualidad, algo quiere y ese algo se llama sexo. Recuerde: a un cine porno no sólo va gente con ganas de ver películas, también van personas con ganas de masturbarse, masturbar y ser masturbados.

6. No vaya al baño usted solo y si no tiene conpañero de aventura, cuide la puerta hasta que calcule que el baño está vacío.

7. Una vez en el baño, no toque nada, haga lo que va a hacer y salga de inmediato.

8. Si alguien se acerca a usted, trate de cambiar cuanto antes de butaca; de ahí el consejo de sentarse junto al pasillo. Uno nunca sabe con qué pervertido se puede topar en un lugar así.

9. Si ya de plano necesita masturbarse ahí, viendo la película, hágalo de manera discreta pues, en un cine porno, un pene al aire es como miel para las moscas.

10. En los puestos de revistas, mercados y tianguis venden películas a precios accecibles para que no tenga que ir a un cine porno.

11. En las escuelas, trabajos, cafés, bares, plazas y calles de cualquier ciudad, hay mujeres que usted puede cortejar y enamorar para que no tenga ni la curiosidad de ver pornografía. es más bonito el contacto humano.

Por cierto, si usted desea saber un poco sobre Garganta Profunda, acuda a

http://www.cinefreaks.com.ar

Una muerte innecesaria

17:00 PM CST 12 Dec 2005 (23:00 GMT)San Francisco (EEUU), EFEDIARIO EL MUNDO
Su última esperanza, el perdón del gobernador de California, Arnold Schwarzenegger, le fue denegada hoy, por lo que Stanley "Tookie" Williams, propuesto para el Nobel de la Paz en varias ocasiones, será ejecutado a medianoche.
Schwarzenegger dejó para el último momento una decisión con la que podría haber conmutado la pena capital por cadena perpetua, en un caso muy seguido por los medios de comunicación y que ha reabierto el debate en EEUU sobre lo que muchos consideran una barbarie.
El tribunal federal de apelaciones de San Francisco se pronunció minutos antes que Schwarzenegger y también lo hizo negativamente, lo que significa que, salvo una inesperada intervención de última hora de los tribunales, la suerte de Williams est á echada.
Las primeras reacciones a la decisión de Schwarzenegger no se hicieron esperar.
"Me duele la decisión del gobernador Schwarzenagger de escoger la venganza en lugar de la redención", dijo el activista Jesse Jackson, uno de los que más ha presionado en favor del condenado.
El Tribunal Supremo de California echó por tierra el domingo pasado una petición de la defensa de Williams, bajo el argumento de que ya se había pronunciado con anterioridad sobre similares alegaciones.
Una de las personas que testificó contra Williams, acusado de asesinar a cuatro personas 26 años atrás, tiene un historial de crímenes violentos, mientras que otro informante clave en el caso le manipuló, argumentaron sus abogados.
La defensa también recordó al tribunal que California tiene pendiente de aprobación una ley para frenar todas las ejecuciones hasta el año 2009 o cuando hayan concluido las investigaciones de una comisión especial que estudia los posibles sesgos racistas del sistema judicial de este estado.
Prueba de estos sesgos, recordó el demócrata John Burton, ex presidente del Senado de California y autor de la propuesta, es que las personas de raza negra cuentan por una tercera parte de todos los presos del "corredor de la muerte", a pesar de que son menos del 10 por ciento de toda la población californiana.
La para m uchos infernal maquinaria de la prisión de San Quintín, en la bahía de San Francisco, se puso en marcha esta mañana.
El reo seguirá hoy una rutina diseñada para "profesionalizar" el proceso, según dijo el sargento Eric Messick, portavoz de la prisión, y que incluye la famosa última cena, un menú que Williams rechazará.
"No quiero comida, ni agua, ni simpatía del lugar que me va a matar", dijo Williams en una entrevista con el "San Francisco Chronicle" a principios de diciembre pasado.
Williams tampoco desea que nadie presencie un espectáculo "enfermo y pervertido. El solo pensamiento es inhumano. Es asqueroso que un ser humano se siente para ver morir a otro ser humano", dijo el condenado.
Mientras tanto, a las puertas de la prisión, en las cercanías de una de las zonas más caras del país, las c adenas de televisión y los oponentes, entre ellos los miembros de una iglesia de Berkeley que planean desplegar docenas de cruces blancas, ya llevan horas apostados.
La mayoría de los condenados a muerte que piden el perdón argumentan que la vida entre rejas los ha transformado.El caso de Williams, según su batallón de seguidores, tiene más peso, ya que el fundador de la famosa banda callejera "Crips", de Los Angeles, se ha convertido en todo un símbolo contra este castigo.
Propuesto para Nobel de la Paz
El condenado, de 51 años, fue propuesto la semana pasada por sexta vez consecutiva para el Nobel de la Paz por su trabajo para contra la violencia callejera, y los nueve libros para niños que ha escrito durante su larga estancia en prisión le han valido una nominación al Nobel de Literatura.
Williams fue sentenciado a muerte en 1981 por matar de un disparo al dependiente Albert Owens, dos años antes, y por el asesinato de los propietarios de un motel de Los Angeles y la hija de ambos durante un atraco, también en 1979.

El reo se convertirá en el duodécimo preso ejecutado en este estado desde 1992, cuando se reimplantó la pena capital después de 25 años.

A cualquier parte


I

Llega el momento
de limpiar el escritorio,
apurar el café y salir
con la mañana bajo el brazo.

Vuelve todo a su sitio:
la soledad cotidiana,
el puente de las noches,
el cigarro en la mano.
Acariciar las fotografías
ha perdido el sentido:
sólo miden la distancia.

II
Hay que caminar sin saber a dónde,
quizá nos encuentren los pasos.
Atender todas las charlas:
la voz que nos enamore
podría estar cerca.
Hay que cerrar con llave
la puerta que dejamos atrás,
abrir los brazos, las manos;
no malgastar el instante
en la suicida urgencia:
la muerte nos alcanzará
aquí o en otra parte

!4 sapientísimos consejos para holgazanear en el café


Por el Dr. en Ciencias del Ocio Jorgius A. Amarálicus

1 Procurad llevar plumas y papel, así evitaréis la molestia de conseguir una pluma prestada y el riesgo de plasmar vuestro escurrimiento nasal sobre la servilleta donde habéis derramado vuestro sentir.
2 El capuchino y el té son para púberes doncellas y enfermos de gastritis, vos sois un parroquiano exigente así que debéis tomar americano fuerte o Express sin azúcar pues “así se toma el café: tal cual”. Proclamad este precepto cada vez que sea posible.
3 Encender un cigarro con estilo es todo un arte, ejercitaos en casa mientras leéis libros complejos y poetizáis elevadas metáforas salidas del alma.
4 No miréis demasiado a alguien, seréis más interesante si miráis un punto de la nada.
5 Si hablan de conocidos, amigos, fútbol, política, religión o La Academia, hablad en voz baja; si la conversación gira en torno al arte y la filosofía, hablad fuerte y claro.
6 Recordad: el café es diurético y estimulante, las canciones de la estorbantina y los niños de la calle significan tiempo para ir al baño.
7 No acomodéis la silla frente a la mesa, ponedla un poco de lado para poder cruzar la pierna; eso dará mayor soltura a vuestro gallardo aspecto.
8 Siempre debe haber un libro de poesía, de filosofía, de cuentos o una novela sobre la mesa; la portada hacia arriba.
9 Cuando escribáis en el café, demostrad que pensáis cada palabra que escribís.
10 Cuando leáis, deteneros cada cinco o diez minutos, poned cara reflexiva, esbozad una sonrisa, bebed al café y regresad a la lectura... no olvidéis los lentes.
11 Si una desconocida en la mesa de a lado no tiene con qué encender su cigarro, ofrecerle vuestro fuego es un deber moral como caballero
(1)... sólo si es una mujer linda, que las feas compren cerillos.
12 Un mesero que ya os saluda de mano deja de ser mesero y se convierte en un conocido que, con el paso del tiempo, quizá se convierta en un amigo.
13 Si en diez minutos es la cuarta vez que el mesero os pregunta si se os ofrece algo más, tal insistencia significa: “pagad e idos, necesitamos la mesa para alguien cuyo consumo supera vuestros míseros quince pesos”.
14 Dicen que hay que dejar el 10% del consumo como propina pero $1.50 es una grosería, pagad e idos sin decir nada. Si un mesero os observa con singular atención, sólo dad las gracias.
(1) Ver el Manual del Fumador Distinguido.

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