Para
Alejandra y Fer, la luz más intensa
Mientras le
explicaba a mi hija de cuatro años el sentido de las ofrendas de Día de
Muertos, me vino a la mente todo lo que tenemos que celebrar en esa fecha,
cuántas ofrendas habría que instalar en honor a lo que muere y como aviso de lo
que está muriendo. Cuántos muertos, cuántas pérdidas, cuánto qué lamentar en
una época en la cual el egoísmo y la soberbia nos matan el espíritu, cuando
nuestra única función en la vida debería ser buscar la felicidad, entendida
ésta no como un fin, sino como un camino.
Vivimos una época
funesta en la que padecemos la muerte de las más sagradas virtudes humanas: la
amistad, la confianza en el otro, la fidelidad hacia nuestros principios, la
congruencia, el respeto por los demás y por el entorno, la solidaridad que
tanta falta hace en nuestra sociedad. Sí, quizás en casa pongamos una ofrenda
para nuestros muertos humanos, para quienes ya no están; pero no ponemos una para
la humanidad, no como especie, sino como conjunto de características que
deberían definir nuestros actos y nuestros sentimientos.
Por un lado, hay quienes
donan cinco o diez pesos para el Teletón
y lloran durante la transmisión en que Televisa
explota las emociones del público, horas y horas continuas de compadecer a esos
menores que no han nacido o crecido en condiciones óptimas para desarrollarse,
pero esa misma empresa jamás dedica un día de cobertura para transmitir los
Paralímpicos; claro, con los deportistas llamados especiales no puede hacer
negocio ni deducir impuestos pues no hay quién les done un centavo, ni siquiera
para lavar la conciencia. Un ejemplo de tal incongruencia lo vimos recientemente
en Morelia, pues mientras la primera dama de esta ciudad a diario sacaba una
nota periodística tomándose la foto con los deportistas discapacitados que
competirían en Morelia, nunca habló de apoyar a las familias de escasos
recursos que tienen un miembro con alguna deficiencia cerebral o motriz, o con
los múltiples amputados e inválidos que piden limosna en el Centro Histórico y
en los muchos cruceros de esta ciudad, ¿para ellos no hay Suma de Voluntades?
Una ofrenda para la congruencia.
Hace varios años,
mientras buscaba un café a las 07:30 horas antes de ir a mis actividades
normales de aquel entonces, a un costado de la Casa de las Artesanías, en la
Plaza Valladolid, vi a una mujer de edad madura, notoriamente perturbada,
descalza, semidesnuda y llena de lodo. Imaginando todo lo que le pudo haber
pasado para terminar en tan lastimoso estado, llamé al 066 y pasé el reporte,
pensando que las autoridades cuentan con albergues para indigentes con algún
desorden mental; estuve ahí media hora y jamás llegó una patrulla, claro, era
sábado por la mañana y el Centro estaba desierto. En otra ocasión, circulando a
las 20:00 horas por la calle Guillermo Prieto casi en la esquina con la Avenida
Nocupétaro, en El Triangulito pues,
el amigo con el que iba en el carro y yo vimos cómo un hombre golpeaba a una
mujer, incluso con la frente (un golpe muy doloroso, déjenme decirles).
Decidimos llamar a Seguridad Pública pero al describir los hechos y la
ubicación al operador, la respuesta de éste nos dejó atónitos: “¡Ah!, ha de ser
de las prostis que trabajan en la
zona; en este momento no hay unidades en el área pero en cuanto haya una, la
mandamos”. Nosotros simplemente comentamos: “O sea que si es prostituta, ¿que
la maten?”. Casos similares puede haber muchísimos, pero esos dos sirven para
ejemplificar la indiferencia de las personas (sobre todo en las zonas urbanas)
frente a las desgracias ajenas, pues es sabido que te pueden estar asaltando o
golpeando en la vía pública y nadie, o casi nadie, hará nada; es más,
acelerarán el paso y voltearán hacia otro lado con tal de no enterarse. En este
tenor, siempre he considerado que ser solidario no es nada más donar víveres
para los damnificados; ser solidario implica no ser indiferente hacia quienes
podrían estar necesitando ayuda, desde el conductor con un neumático ponchado
hasta quien perdió todo por un desastre natural. Pero hacemos uso de la
solidaridad sólo cuando los medios de comunicación, sobre todo la televisión,
nos dicen que ayudemos a “nuestros hermanos” de tal o cual parte, cuando en
otras circunstancias no les daríamos ni agua, y entonces nos lavamos la
conciencia con lágrimas de pobre. Una ofrenda para la solidaridad.
México es un país
de terribles contrastes pues por un lado, tenemos al hombre más rico entre los
ricos, y por otro, a muchos de los más pobres entre los pobres; lo que es peor,
mientras a un asalariado del gobierno, sea enfermera, profesor o de otro rubro,
la mitad de la quincena se le va en el pago de prestaciones, cuotas sindicales e
impuestos, a los grandes evasores fiscales como Grupo Televisa, Grupo Walmart,
Grupo Bimbo y muchas más se les condonan multimillonarias sumas de dinero
cuando deberían ser los mayores contribuyentes. Es por eso que resulta
insultante cuando los políticos hablan de combatir a la pobreza mientras viven
con grandes privilegios, o cuando los diputados federales del PRD, comandados
por Silvano Aureoles, se presumen de izquierdistas y de ser un partido cercano
a la gente, pero que en realidad no son más que, como dijera Hugo Chávez,
cachorros del imperio. Una ofrenda para la justicia social.
Que este Día de
Muertos sirva para poner ofrendas a todo aquello que ha muerto y lo que agoniza
en nuestra sociedad, incluso lo que ha abortado en ella: la equidad, el
respeto, la justica en todas sus formas, la cultura, el diálogo, los derechos
humanos, la democracia, la paz, la tranquilidad, la estabilidad económica, la
familia como núcleo de la sociedad y como sustento emocional de los individuos,
el entorno natural, la agricultura tradicional, las culturas originarias, la
alternancia política, los valores de la izquierda mexicana, el derecho a estar
informados, la memoria de los muertos de esta guerra entre cárteles, la ética
de la clase política, la idea de mandar obedeciendo, el afán de vivir en un
país donde sea posible que las personas exploten todo su potencial creativo, la
certeza laboral, la espiritualidad (que no es lo mismo que religiosidad), la
cortesía, la buena música, la política basada en ideologías y no en intereses
de grupo o mercantiles y un largo, larguísimo y extenuante etcétera.
En fin, es tanto lo
que muere en la sociedad actual que este Día de Muertos debería ser el más
triste del año, pero mi hija sólo tiene cuatro y no le voy a explicar todo eso,
ya lo irá descubriendo mientras crezca, lamentablemente.