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16 de junio de 2008

El Crisantemo Cielo de Enrique Carlos

En estos días en los que el poeta cada vez le tiene más fobia a los llamados lugares comunes, en que parece estar peleado con algo tan humano como el amor y lo que éste implica, se presenta a mi vista un libro que desde el título me resulta intrigante. Crisantemo cielo, primer libro de Enrique Carlos y editado por CONACULTA y la Secretaría de Cultura del Gobierno de Jalisco, es esa flor, alma que se deshoja para mostrarnos lo más esencial: el poeta que ama con el pecho hinchado y al final, sólo le quedan la nostalgia, el dolor y el vértigo, materias primas con que Enrique Carlos teje su poesía.
El crisantemo, flor de origen asiático que simboliza la longevidad y que en occidente es utilizado en ofrendas florales de día de muertos. Así son estos poemas, dolores que no mueren, decepciones longevas, ofrendas a quien se va dejando en los labios un cierto gusto a muerte. El crisantemo, flor que se abre y se deshoja, poeta que se abre el pecho arrojando al cielo un canto que pinta de azul la tarde.
Debo admitir que en cuanto leí el título de este libro, no soporté la tentación de encontrarle un sentido racional, no lo logré. Y es que a medida que leía los poemas aquí vertidos, pude percatarme de cómo el autor juega con el idioma hasta hacerlo de su propiedad y nadar en este mar como cualquier otro pez. Ejemplos de esto se pueden mencionar varios, pero llama mi atención particularmente un término acuñado por el autor: tristura, neologismo que designa aquella tristeza sombría y nostálgica del amoroso. Así pues, en el título de este libro, la palabra “crisantemo” no juega el papel de sustantivo, sino que es una forma de adjetivar al cielo entendiendo por crisantemo lo sombrío, triste, nostálgico y desolado; y de esta manera Enrique Carlos nos pinta el cielo en sus poemas.
Siempre he sido partidario de separar a la obra del autor, pero en este caso hago la concesión ya que en Crisantemo Cielo el lector se topará con un poeta que ha trabajado sobre su escritura a fin de lograr el resultado que encontramos en este libro, todo esto sin perder la jovialidad de sus 20 años. Hay en estos poemas una voz madura pero con la suficiente sinceridad para no ocultar la herida que no cierra. O quizá no sea su juventud la causa de tal honestidad al escribir; si esto fuera una mesa de café, le preguntaría al autor si su condición de bluesman tiene algo que ver con su registro poético (razón por la cual puedo considerar a Enrique Carlos correligionario de quien esto escribe).
En el blues, el dolor está tan metido en la carne, que se vuelve un estado natural; con la poesía de Enrique Carlos sucede algo parecido: le herida siempre viva, la desolación, o como el propio Enrique dice
la sensación de algo trepando por el cuerpo
de ver llover sin mojarse las entrañas
(hay cosas que prefieren arder)
Traigo a colación el tema del blues por dos razones: por un lado, el manejo del ritmo en algunos de los poemas aquí reunidos, son de una musicalidad y una cadencia tales, que de inmediato me remiten a la circularidad de un riff de blues. Por otro lado, las atmósferas planteadas en los poemas de este libro evocan la sombría, apasionada, catártica y humana pureza del blues. Como muestra de ello y como mejor manera de cerrar este comentario, el que desde mi perspectiva, es el poema central de este volumen:
hundido estoy hasta lo alto
pétalos demacrados de un crisantemo cielo
sumergido estoy sumergido solo

mucha guerra y pocos miembros
que perder
ahogado estoy
con dos golondrinas muertas en los párpados

hay un cuerpo tuyo que no descifro todavía
hay un sentido que no comprendo

nunca te lo dije pero era lindo
cuando te arrancabas los brazos
en un intento desesperado por acompañarme
en mi tormento

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