En la última semana
se han desatado rumores sobre la posible entrada de los grupos de autodefensa a
la capital michoacana, rumores difundidos a raíz del tránsito de este
movimiento por la ciudad de Pátzcuaro y sus inmediaciones. Los rumores han
crecido tanto que, en más de una ocasión, reporteros han cuestionado a las
autoridades sobre este asunto y lo han negado categóricamente, incluido el
gobernador; pero sucede que el jueves 27 de febrero, en Sinembargo.com se
publicó la noticia de que ya la Policía Estatal
y la Federal tenían montado un cerco y barricadas en la salida a Pátzcuaro, a
fin de evitar el paso de los autodefensas.
Esa situación y la
vivida el jueves pasado frente al Congreso del Estado hacen que se perciba una
tensa calma, sobre todo a sabiendas de que tanto el Ayuntamiento de Morelia
como el gobierno del estado se caracterizan por negar lo innegable a toda costa,
cuando así les conviene, o bien defender lo indefendible aunque tengan el agua
hasta el cuello. Hagamos memoria: cuando Fausto Vallejo pidió licencia por
primera vez, de inmediato se comenzó a especular sobre su estado de salud, una
y otra vez negaron que el gobernador tuviera un problema médico hasta que de
plano ya no pudieron tapar el sol con un dedo y no les quedó otro remedio que
aceptar que el gobernador había sido sometido a un proceso quirúrgico. Hace un
año, cuando surgieron los primeros grupos de autodefensa, el gobierno estatal
negó su presencia y más tarde minimizó su impacto social, definiéndolo en su
momento como un caso aislado. Un año después, estos grupos controlan gran parte
de Tierra Caliente y la Costa, avanzan por la Meseta Purépecha y se acercan
peligrosamente a Morelia. Durante todo este tiempo, tanto Fausto Vallejo como
Jesús Reyna (en su calidad de gobernador interino) negaron la gravedad de la
crisis de inseguridad que se ha vivido en Michoacán desde el gobierno de Leonel
Godoy; lo negaron, lo minimizaron, actuaron con gran opacidad y hubo tal
ausencia de resultados que fue necesaria la intervención directa de la Federación
a través de un comisionado que llegó a tomar las riendas de las acciones en
materia de seguridad.
Por todo ello no me
quiero imaginar el panorama si los grupos de autodefensa entraran a Morelia, y
no porque su servidor tenga algo que temer frente a ellos pues no soy policía
municipal ni tengo nexos con la delincuencia, explico mi incertidumbre. A
diferencia de otras ciudades y poblados que los grupos de autodefensa han
tomado, Morelia es una ciudad grande, con un sinnúmero de fraccionamientos y
colonias en la periferia y una conurbación que comprende la vecindad con dos
municipios, por lo cual, además de las salidas a Páztcuaro, Quiroga, Charo,
Salamanca y Mil Cumbres, hay múltiples caminos secundarios que conducen a la
ciudad o permiten salir de ella. Esta característica hace que la capital del
estado sea un tanto difícil de sitiar ya que mientras se instalaran retenes y
barricadas en las principales entradas y salidas, otros grupos podrían
transitar por los caminos secundarios, y para abatir esa dificultad no
bastarían 40 o 50 camionetas de autodefensas. Ahora supongamos que realmente se
logra cerrar Morelia con éxito, que nadie entre ni salga de la ciudad, ¿por
dónde empezarían a buscar a quienes persiguen?, ¿cómo los identificarían a
todos?, ¿o sucedería como con El Chapo,
que ya sabían dónde estaba y sólo tuvieron que ir por él después de la señal
estadounidense?
A las dificultades
tácticas hay que agregar una pregunta: ¿Realmente tienen los grupos de
autodefensa la capacidad de fuego como para enfrentar una oposición real en
Morelia? Este obstáculo se salvaría con la participación de soldados y
federales. En términos prácticos sería útil, pero en términos políticos sería
fatal para los grupos de autodefensa pues provocaría un caos en la capital del estado,
lo cual implicaría una situación de psicosis colectiva sumamente difícil de
manejar para el gobierno, con lo que perderían el respaldo social que tienen en
Morelia, donde mucha gente, movida por un romanticismo sediento de héroes, considera
a los grupos de autodefensa como la única vía para abatir a la delincuencia
organizada.
En un contexto así,
imagine usted a Morelia en estado de sitio, con los principales accesos
bloqueados, los negocios con sus cortinas abajo, las escuelas cerradas, sin la
posibilidad de hacer cualquier trámite ante el temor de los funcionarios que
decidirían no abrir las oficinas, sin transporte público y con el temor de que
en cualquier momento se dé uno o varios enfrentamientos. Preguntemos a
cualquier habitante de Apatzingán cómo es eso y multipliquémoslo por las
dimensiones de Morelia y las repercusiones que esto tendría a nivel estatal.
Para los ciudadanos
como usted y como yo, una situación de esa naturaleza tendría serias
implicaciones económicas, viales y de inseguridad, pero para el gobierno,
permitir que los grupos de autodefensa entren a la capital del estado traería
graves consecuencias políticas, pues sería dar más armas a la Federación para
terminar de desplazar al gobierno estatal, con lo cual, el Ejecutivo de la
entidad recibiría una serie de señalamientos y críticas a nivel nacional, e
incluso internacional, ya que un problema de ese tamaño lo haría ver como un
gobierno incompetente, incapaz de garantizar la seguridad a sus ciudadanos y a
los sectores productivos, con instituciones débiles y superado por los
problemas sociales.
Pero no todo es
malo pues ante ese caótico panorama, los partidos, no de oposición, sino de
diferentes colores, ya tienen listos el cuchillo y la chaira para sacar la
tajada política de todo este embrollo, pues no hay que olvidar que aunque el
estado se esté cayendo a pedazos, el año próximo hay elecciones, y a río
revuelto, ganancia de pescador.
Por todo ello y a
pesar del romanticismo, espero que los grupos de autodefensa desistan de su
idea de entrar a Morelia pues ya demasiado caliente está la caldera como para
seguir atizando el fuego. Por lo pronto y para que nadie vaya a estar con el
pendiente, nos leemos en quince días puesto que su servidor estará de
vacaciones en su cebollero terruño. Hasta entonces.