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26 de julio de 2013

Caminos de Michoacán, bloqueos que voy pasando

La noche del 5 de noviembre de 2010 había algo peculiar: ningún agente de Tránsito. Y es que cuando se tiene una ruta definida y cotidiana, ya el conductor sabe dónde hay agentes, dónde quitan placas, qué retornos cuidan en espera de los cafres y hasta en qué zonas de la ciudad operan en su cacería de conductores enfiestados. Pero esa noche nada, ningún elemento de corporación alguna.
Eran las 20:30 horas, yo salía rumbo a mi pueblo cuando, de repente, frente a las antiguas instalaciones de la Feria, me topé con un arroyo vehicular totalmente detenido. Lo primero que vino a mi mente fue la posibilidad de un accidente, y es que es bien sabido que el tramo que va del Pabellón Don Vasco al acceso al Fraccionamiento Santa Fe, en la salida a Salamanca, es zona de accidentes automovilísticos debido a quienes sin precaución alguna, toman esas curvas a velocidades de hasta 130 kilómetros por hora. Eso fue lo que pensé en aquel momento, pero a medida que el tiempo transcurría y la fila había avanzado escasos diez metros, comencé a preocuparme. Imaginé que se trataría de algún accidente grave, una carambola de tres carriles o algo así, lo pensé porque en ese tramo he visto de todo, incluso una vez estuve a punto de pasar con mi antiguo vocho sobre un cuerpo que yacía a un lado del camellón debido a una volcadura que se había suscitado segundos antes.
Los minutos pasaban hasta convertirse en media hora, yo trataba de sintonizar el reporte vial en alguna estación de radio y nada, música, noticias y hasta los esotéricos que tienen programas de radio, nadie decía nada. Había pasado ya una hora y decidí llamar a mi esposa, a quien le comenté lo del embotellamiento y le pedí que sintonizara alguno de los canales de televisión de Morelia a ver si algo informaban; mientras, yo seguía cambiando de estación cada cinco minutos. Pasó un cuarto de hora y por fin, al terminar un noticiero local, alcancé a escuchar que el locutor decía: “Con mucha calma queridos radioescuchas, si no tienen a qué salir, quédense donde están; si andan circulando por la ciudad, traten de llegar a su domicilio lo antes posible. No se confronten con nadie, manejen con precaución y seguiremos informando”. Volví a marcarle a mi esposa ya un poco más preocupado, le pedí sintonizar los canales de Morelia para saber qué ocurría.
Pasó otra hora, la fila avanzaba de cinco a diez metros cada 30 minutos, yo eventualmente prendía el carro para evitar que se descargara la batería por mantener la radio encendida; en esas estaba cuando vi que en el sentido contrario circulaban camionetas de soldados escoltando un camión de bomberos. En ese momento se reportó un locutor: “Nos han informado de balaceras en diversos puntos de la ciudad. Todas las salidas están bloqueadas. A través de las redes sociales nos informan que hay vehículos incendiados. Queridos radioescuchas, tengan precaución si están en los embotellamientos porque también nos informan que por los carriles contrarios, comandos fuertemente armados a bordo de camionetas pasan a gran velocidad rafagueando a los autos varados. También nos informan que todas las corporaciones policiacas están acuarteladas para evitar el derramamiento de sangre”.
Lo que el locutor acababa de decir, la verdad, me dio miedo. Y no es que yo me considere muy bragado, pero siempre he pensado que sólo el guajolote muere en la víspera. Sí, me dio miedo. Entonces hice lo posible por meterme a uno de los carriles centrales, pues yo estaba en el de la extrema izquierda; pensé “si pasan rafagueando, es más fácil salir librado si los del carril de alta me cubren un poco”.
Entre el estrés y el temor realmente necesitaba un cigarro. Metí la mano al bolsillo cuando, oh sorpresa, me quedaba uno. Lo prendí, le di tres caladas, lo apagué y lo puse en el tablero. Mi plan era darle dos fumadas pequeñitas cada hora pues no sabría cuánto tiempo estaría ahí. Para ese momento ya no me importaba la hora, pues entre más se consulta el reloj, el tiempo transcurre con mayor lentitud. Ya me había terminado el agua que habitualmente cargo en el carro y ahora, además de la carencia de cigarros, la preocupación, el temor y la incertidumbre, tenía ganas de orinar. Aguanté y aguanté durante lo que calculé como media hora hasta quedar entre una camioneta de redilas y un camión de pasajeros, destapé la botella vacía y vertí medio litro. El cigarro aún sobrevivía y los reportes de la radio iban de lo más alarmista a lo más inverosímil: se hablaba de bombardeos, decenas de muertos, código negro o rojo (no recuerdo pero era un color preocupante).
La fila avanzó con gran lentitud hasta que por fin, a unos metros de un tráiler que había sido incendiado, los militares estaban desviando el flujo vehicular hacia las calles aledañas a la carretera. Rodear esas dos manzanas se sintió como rodear Morelia, pero sabía que quizá estaba en la recta final del bloqueo. Pasé junto al camión que, destrozado por las llamas, permanecía atravesado en todos los carriles. Estaba relativamente a salvo. Recuerdo bien que al pasar bajo el letrero de “Morelia les desea buen viaje”, yo sólo exclamé una sentida mentada de madre hacia quienes lo habían hecho y hacia quienes lo habían permitido.
En esa carretera desierta, le saqué las dos o tres fumadas que le quedaban a mi cigarro, imprimí mayor velocidad y no la reduje hasta llegar a mi pueblo.
Traigo a colación esto porque lo que se vive actualmente en el estado evidencia la debilidad de las instituciones, es prueba fehaciente del Estado fallido que heredamos de Felipe Calderón y que la administración de Peña Nieto no ha sabido sacar adelante, pues es grande la problemática y escasa al capacidad de acción frente a la incertidumbre económica, las carencias educativas y la zozobra que invade a la sociedad en materia de seguridad pública. En lo local no estamos mejor, ya que son diversos los factores que abonan a la inestabilidad en Michoacán: la reciente solicitud de licencia aprobada a Fausto Vallejo que ha venido a provocar que tengamos dos gobernadores: el constitucional que no gobierna y el interino que hace como que gobierna; el ya tan trillado tema de la deuda, la tasa de desempleo que no tiene visos de disminuir. Ahora, si a todo lo anterior le sumamos los hechos violentos de las últimas dos semanas, parece ser que vivimos en una tierra sin ley donde cada quien ha de rascarse con sus propias uñas, pero dice el gobierno que la violencia significa que su “estrategia” está funcionando, ¿les creemos?

21 de julio de 2013

Fanfarrias por favor

Ha caído otro pez gordo, fanfarrias por favor. La reciente aprehensión de un conocido capo de la droga ha despertado muchas dudas y suspicacias, tanto por el hermetismo con que inicialmente se manejó la información como por una serie de inconsistencias rayanas en la contradicción: la versión de que se desplazaba por una brecha con sólo dos acompañantes, cuando se sabe que estos personajes suelen tener escoltas de mínimo diez hombres fuertemente armados; que si un helicóptero lo tomó por sorpresa y le “marcó el alto”, así de fácil; que si no lo esposaron porque ya con tal dispositivo de seguridad habría sido un exceso (palabras más, palabras menos de nuestro ilustre procurador); y va otra: si con una mano en la cintura se “robaron” el supuesto cadáver de su antecesor y con todo y camioneta se les hizo ojo de hormiga, no entiendo cómo fue que no se intentó rescatar al jefe de esa agrupación delictiva (recordemos los penales
de donde comandos de este cártel han sacado reos vaya usted a saber para qué cosa). Y va el pilón en todo este sospechosismo que me invade: por menos que eso han bloqueado Monterrey, Zacatecas, Matamoros y otras ciudades, y ahora nada; y no es que quiera que suceda, pero hicieron quedar mal a los que ya vaticinaban un estado de sitio en Nuevo Laredo, en cuyas cercanías fue detenido “sin un solo disparo” esta nueva estrella de El Canal de las Estrellas. Y acabamos de llegar a otra duda razonable: ¿Sin un solo disparo? No sé usted, estimado lector, pero yo no les creo y le digo por qué: Proceso, número 1913, 30 de junio de 2013: “Los mercenarios de élite”, extracto del libro Escuadrones de la muerte en México, de Ricardo Monreal, en el que se registra el testimonio del miembro de un cuerpo de élite de la Marina en torno al operativo de cacería de Ezequiel Cárdenas Guillén, en 2010: “Fueron cuatro horas de persecución y enfrentamiento, hubo cerca de 50 muertos entre sicarios del Cártel del Golfo, marinos y militares (el reporte oficial señaló sólo diez muertos)”. Con ese antecedente es inverosímil que haya sido “sin un solo disparo”, o como dijo Edgardo Buscaglia en entrevista con Carmen Aristegui, el jueves pasado: fue una entrega pactada. Y si fue esto último, no es de extrañar que el detenido se convierta en un testigo protegido como esos que fabricaba Maricela Morales: a modo y conveniencia del Estado para incriminar enemigos políticos o miembros del Ejército que se han vuelto indeseables al régimen.
En fin, son muchas las preguntas pero la más urgente de todas es ¿ahora qué? Recién lo aprehendieron y seguramente ya tiene un sucesor, el grupo sigue operando y el gobierno se embelesa en su actitud triunfalista por haber detenido a un capo importante. ¿Y con eso se acabarán los delitos que este grupo ha cometido?, lo dudo, pues no se ha tocado la estructura financiera ni se ha tocado a los yonkis de Estados Unidos que consumen droga que llega desde Sudamérica, las redes de trata de personas, extorsión y secuestro permanecen intactas, las rutas de trasiego de estupefacientes siguen ahí, esperando al nuevo mandamás.
Si realmente se quisiera acabar con esta problemática, el gobierno de México no se conformaría con meter a la cárcel a los delincuentes, pues esa es sólo una parte de la solución. En El almuerzo desnudo, William Burroughs lo deja muy claro: “La pirámide de la droga: cada nivel devora al de abajo (no es casualidad que los de arriba sean siempre gordos y los adictos de la calle siempre flacos) (…) Si se quiere alterar o anular una pirámide de números en relación serial, se altera o se elimina el número base. Si queremos aniquilar la pirámide de la droga, tenemos que empezar por la base de la pirámide: el adicto de la calle, y dejarnos de quijotescos ataques a los llamados ‘de arriba’, que son todos reemplazables de inmediato. El adicto de la calle que necesita de la droga para vivir es el único factor insustituible en la ecuación de la droga. Cuando no haya adictos que compren droga, no habrá tráfico. Pero mientras exista necesidad de droga, habrá alguien que la proporcione”.
El narcotráfico es un delito y el castigo es la cárcel, no así el consumo de drogas, esa es una adicción y ha de evitarse y prevenirse no con penalizaciones judiciales, sino con atención médica para quienes ya tienen el problema, con mejor educación en las escuelas y en los hogares para evitarlo a aquellos que son más propensos: niños y adolescentes, con mejores programas que verdaderamente sean sociales, no dádivas asistenciales, con mayor énfasis en la promoción de actividades culturales y deportivas que si bien no constituyen una panacea, sí coadyuvan en el combate a las adicciones y la delincuencia pues, como siempre digo, una mente ocupada no piensa estupideces. ¿Por qué mejor, en lugar de fanfarrias y triunfalismos efímeros, no hace nuestro gobierno algo que realmente impacte en la sociedad? Claro, la Cruzada Nacional contra el Hambre; ¿y si en lugar de combatir el hambre combatimos el desempleo, la corrupción y la ignorancia? La solución no está en combatir la pobreza extrema, la solución es combatir la riqueza extrema, desmesurada y grosera de unos cuantos que en la vorágine del capitalismo pasan encima de quien sea y de cuantos sean con tal de mantenerse entre los diez más ricos de este país, donde más de la mitad de la población viven la pobreza y un amplio porcentaje subsiste en condiciones infrahumanas.
Si se combatiera la base real del problema no habría estos encumbrados del crimen organizado, no existirían esos potentados empresariales y políticos, muchas veces tan delincuentes como los que cargan cuernos de chivo.
La falta de valores, la escasa formación ética y moral de los mexicanos, la voracidad del mercado y el afán de entrar en esa bola de nieve llamada consumismo, son algunas de las bases sobre las que se sustenta la existencia del crimen organizado. Por lo pronto, las dudas siguen surgiendo por doquier, habrá que ver en los siguientes días de qué será cortina de humo la captura del capo más sanguinario de México y si con esto realmente se hace mella en la estructura del grupo delictivo que más terror ha sembrado en el país en la historia de la delincuencia nacional.
Para concluir, dejo un spot que espero ver algún día en la televisión. Un político con acento rural y guayabera blanca muy al estilo Jolopo en Acapulco, le muestra un grupo de detenidos a un niño:
-Mire m’ijo, hemos agarrado a todos estos narcos.
-¿Y El Chapo apá?
-Mire m’ijo, hemos agarrado a todos estos narcos.


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