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27 de marzo de 2008

¡Sangre! ¡Sangre!

Es bastante común que en las comunidades virtuales y en los blogs, de repente se susciten controversias por tal o cual tema o comentario. Siempre habrá quien esté o no de acuerdo, siempre habrá quien lo agradezca o se ofenda, dependiendo siempre del tono del comentario y el grado de vulnerabilidad de la persona.
Hace tiempo, en Altaller, un fulano presentó un poema, déjeme decirlo, HORRENDO; tratábase del peor poema que he leído en meses. De repente, y después de la tunda que se le había dado por tal aberración, su novia, esposa o lo que sea, con todo y barriga de meses, se levantó y enfurecida dijo: si se olvidan del ritmo, la métrica, las cacofonías y los lugares comunes, verán que es un buen poema y que es una propuesta interesante. Nadie se rió pero mentalmente todos los presentes tradujimos el comentario a: ¡déjenlo, está bien guapo!
La cosa es que en un blog, cuando el autor es molestado por detractores o críticos, nunca falta la amiga buena onda que lo defiende y le dice "mijito, usté es talentoso y muy buena persona, no deje que lo molesten esos". Justo ahora me viene a la memoria doña Florinda: Vámonos tesoro, no te juntes con esta chusma. cuando me topo con ese tipo de cosas, no sé si reirme o también entrar a la pelea... en fin, algo se me tenia que pegar de Alfredo Carrera.

Un poema de Oliverio Girondo

No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de sorportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,
bajo ningún pretexto, que no sepan volar.














Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,
tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?
¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,
de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia
que nos aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...
la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?
¿Verdad que no hay diferencia sustancial
entre vivir con una vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando.

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