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12 de marzo de 2009

Intimidad al descubierto


En su libro Cómo acabar de una vez por todas con la cultura, Woodie Allen hace una excelente crítica de los albaceas, herederos y editores que, empeñados en seguir explotando el buen nombre de un artista, son capaces de publicar lo que sea que haya dejado. En este libro, Allen hace un “análisis” de Las listas de Metterling, libro ficticio que supuestamente es una antología de los pedidos del novelista a la tintorería. Dado el genio creativo del también director de cine, la reseña es ácida, inteligente y en demasía hilarante debido al absurdo que constituiría una publicación de esa naturaleza. Cuando alguien decide publicar el intercambio epistolar o los borradores de un artista, hay cierto mérito: ayuda a los teóricos a entender mejor la obra del personaje en cuestión y para los fanáticos y admiradores resulta ser un fetiche invaluable.
A últimas fechas, se acaba de publicar un libro tan absurdo como Las listas de Metterling, un libro que corrobora mi idea de que la estupidez y el amarillismo nunca dejarán de sorprenderme, la editorial Koehler & Amelang y con la edición a cargo de la investigadora alemana Christine Fischer-Defoy, acaba de publicar Frida Kahlo, das private adressbuch (Frida Kahlo, agenda privada). Así, este volumen no se trata más que de la agenda personal de Frida Kahlo, finamente rellena con reproducciones de sus obras y comentarios en alemán de la investigadora, con un encuadernado y empastado tan lujosos y bonitos que puedan justificar el insultante precio por el que sólo los grupies de la pintora y algunos snobs tendrán acceso a ella.
Por lo que sé de la investigadora, Christine Fischer-Defoy, se ha dedicado a publicar agendas de otros escritores y artistas, oficio más ocioso que las instalaciones de arte contemporáneo. No estoy diciendo que sea malo, en un país con libertad de expresión podemos hacer un libro hasta con fotografías de los calzoncillos de Octavio Paz y decir que tiene un gran valor para los estudiosos, teóricos y amantes de la poesía y la ropa íntima. No digo que sea malo, digo que es absurdo y eso lo comprobé con el sapientísimo comentario de Mónica Lavín cuando lo presentó en un noticiero: “… algo de resaltar es que Frida usó muchos colores (…) a Mario Moreno lo tiene como Mario Moreno y en la ‘C’ de ‘Cantinflas’…” (Palabras más, palabras menos). Es ahí cuando, en medio del desayuno, mi esposa brinca en su silla por mi intempestivo, sorprendido y elocuente “¡Wow! ¡No-ma-mes!”
No cabe duda de que Frida Kahlo, independientemente de si es buena pintora o no (para mí no lo es) es y será la rock star de la pintura mexicana. Por tal motivo, buitres y chichifos culturales siempre estarán al asecho de nuevas cosas qué explotar de ella por inútiles que sean, digo, puesto que la gente registrada en esa agenda está muerta, de poco o nada sirve tener direcciones o números telefónicos pues la única manera actual de contactarlos es a través de un médium en una sesión de espiritismo o mediante una ouija.

Como sea, ya le dije a mi esposa que guarde mis agendas, recordatorios y el celular por si llego a ser famoso, ella pueda asegurarse un ingreso extra… claro, eso es improbable pero hay que estar prevenido

10 de marzo de 2009

Hoy me voy a quejar

Si alguien está leyendo esto, si alguien por fin decide entrar, quiero externar mi malestar por la falta de comentarios en este blog. Sé que no tengo cibergrupies como el Alfredo o Diodoro, pero alguien podria al menos asentir o no estar de acuerdo conlo que aqui se publica. No es que quiera llamar la atencion, si así fuera, montaría una instalación pacheca y tendría mis cinco minutos de fama.

No soy un genio, en este blog no se escriben las Verdades útlimas pero de repente es cansado tener esta sensación de hablar en el vacío, como cuando mandas un mensaje y no te contestan, como cuando llamas por teléfono y te rechazan la llamada o te contestan de mala gana pero por ningún motivo tienen la delicadeza de decirte "no me llames, no me mensajees, no me interesa verte". Creo que eso sería más grato que la vil indiferencia.

Bueno, ya me estoy proyectando más de lo que había planeado así que, por el momento, cierro mi bocota y me voy a mentar madres al billar.

Sólo quiero pedirle, estimado ciberlector, que tenga la bondad de dejar un post para al menos saber que este blog sirve para algo más que como cajón de los calzones.

9 de marzo de 2009

RESEÑA FICTICIA A UN ARTISTA EXTREMO

El artista conceptual, Josafuck Perezakov, de nueva cuenta cimbra los cánones artísticos con su más reciente instalación montada en el Centro Cultural Pancho Rubalcaba. Recordemos cuando, en 1978, el entonces arte contemporáneo sufrió una fortísima sacudida desde los cimientos hasta los tendederos de la azotea con la instalación “El Huevo de Heidegger”.
Un huevo, dentro de una jaula cautiva en un horno eléctrico. Al accionar el aparato, el huevo, que tenía ojos y una gran sonrisa pintados con marcador rojo, estallaba. Aunque esa instalación movió el morbo colectivo y contó con más de diez visitantes (mismos que más tarde escribieran profundas reseñas a petición del artista), sólo dos se atrevieron a encender el horno. El propio Perezakov para comprobar que, aunque tenía cara, el huevo no lloraría; y el velador del museo, al intentar una omelet. Las reacciones no se hicieron esperar y varios grupos conservadores intentaron clausurar la instalación acusando al autor de estulticia. Por otro lado, los amantes del desayuno continental tuvieron grandes ideas, como agregar tomate y cebolla al huevo. El artista, al ser cuestionado, argumentó que con esa instalación pretendía dar el mismo mensaje que Heidegger, aunque nunca dijo exactamente cuál era.
Después de trabajar en diversos proyectos colectivos como marchas, plantones, mítines, bloqueos en autopistas y secuestro de edificios gubernamentales, el nombre de Josafuck Perezakov vuelve a hacer eco entre los círculos intelectuales de los que siempre ha querido formar parte. El motivo de tal revuelo es su nuevo trabajo: “De tu arte a mi arte”.
La nueva instalación de Perezakov es un ocurrente y ocioso recorrido conceptual desde la peculiar visión del artista. En la primera sección, el espectador se enfrenta con la más cruel aversión hacia la estupidez al presenciar una recreación de El lado oscuro del corazón, sólo que aquí un taquero arroja aceite hirviendo e increpa soezmente a Oliverio por pretender pagar los tacos con poemas de Neruda y Benedetti. Aunque el vulgo, como lo llama el artista, no entienda el significado, los críticos y especialistas se encuentran con una catártica alegoría y una fuerte crítica al poeta que no haya cómo decir que lo es o que al menos presume su buena memoria.
En la segunda sección denominada “El cuerpo del arte”, Perezakov tiene a una mujer desnuda, recostada y con las piernas abiertas. A un costado hay una mesa con diversos objetos como pinceles, martillos, café hirviendo, cuchillos, pintura en aerosol, plumeros, polvo pica-pica, taladros, sierras y otros artefactos con los que el espectador puede hacer lo que quiera al cuerpo de la mujer. Dado el éxito de esta obra, el artista se ha visto en la necesidad de contratar a una enfermera que constantemente inyecte morfina a la modelo; este recurso, si bien no estaba planeado, aporta a la obra un factor emotivo que ha arrancado lágrimas a muchos, empezando por los padres de la modelo, quienes aseguran estar orgullosos de la incursión de su hija en el contemporáneo y efímero arte de las instalaciones.
Para no cansar al lector, pues posiblemente no es tan culto como quienes sí encontramos sentido a lo que a todas luces no son más que ocurrencias, finalizaré esta reseña con lo que, a decir de la crítica especializada, es el punto culminante de toda la obra: “Música rara, música buena”. En esta sección hay cinco estudiantes del Conservatorio de Música “Paolo Boti”. Uno de ellos hace sonar un morral lleno de monedas de diez centavos, otro sube y baja la cremallera de su pantalón, el tercero sopla en una botella a medio llenar y el cuarto golpea un tambo con un bastón, todo mientras una estudiante de canto entona un agudísimo “¡Cuac! ¡Scuirt-scuirt! ¡Moc-moc!”. Todos estos sonidos conforman un imponente ensamble que, catártico a fin de cuentas, conmociona al espectador hasta hacerlo experimentar la más vomitiva experiencia estética.
Así pues, según la crítica especializada, este nuevo trabajo de Josafuck Perezakov constituye un canon más elevado en el arte contemporáneo y traza un nuevo reto en el devenir artístico de las futuras generaciones que pensarán en Josafuck Perezakov como en el iniciador de una era en la que entre más absurda, ociosa e incomprensible sea una obra, mejor.

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Clan Amaral

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