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18 de diciembre de 2007

Reseñando a Eutiquio Gongorino Reyes

Conocí a Eutiquio Gongorino Reyes allá por el año de 1986. era el primer día de clases y ambos teníamos seis años de edad, éramos de esa generación víctima de la histeria maternal por la que nos acostumbramos a vigilar siempre el suelo, el terremoto del 85 y sus estragos estaban frescos en la memoria colectiva. Durante esos seis años de primaria, descubrí al enorme poeta que era mi amigo, su habilidad para jugar con el idioma y la nitidez de sus metáforas. He aquí una muestra de su alto e interesante registro poético:

Pepito no tiene pito

porque yo se lo moché

con un cuchillo filoso

que ni huevos le dejé.

Su caudal de metáforas salía a la luz dada su capacidad para extraer lo distintivo de cada persona y a partir de ahí llamarlos de las más diversas y lúdicas maneras. Así, la niña a la que le faltaban dos dedos de la mano, era “La Dieciocho”, el niño que por pobre usaba las botas aceiteras que ya habían pasado por sus dos hermanos mayores, era “Botas Meadas”.

Si Eutiquio Gongorino Reyes fuera un aclamado poeta, así iniciaría mi reseña sobre él. Y es que parece ser que una reseña tiene más credibilidad si quien la escribe fue o es amigo del reseñado. De esta manera, un texto crítico se convierte en la presuntuosa confidencia de que se conoce o ha departido alegremente con la crema y nata del ambiente literario, intelectual y editorial.

Hace algunos años, se publicó un libro llamado Las huellas del Che Guevara (no recuerdo la editorial ni el año). Si se busca una buena biografía del icono-caudillo-fetiche, ese libro no es la gran cosa: sólo se trata de un compendio de anécdotas de gante que lo conoció, lo trató alguna vez, lo vio pasar u oyó hablar de él. Muy similar a lo que en cine hiciera Juan Rulfo hijo sobre el autor de Pedro Páramo: entrevistas a personas y personajes que por circunstancias geográficas y temporales debieron conocerlo pero que no logran tener una idea clara del escritor jalisciense; el nombre del documental lo deja asentado desde un principio: Del olvido al no me acuerdo.

Si Eutiquio Gongorino Reyes fuera una vaca sagrada, un monstruo de la literatura y yo el perico-perro de siempre y le hiciera una reseña, no faltarían los comentarios sobre mi arribismo y afán de colgarme de la fama de mi amigo. Si Eutiquio (sin apellidos, recordad la amistad que nos une) fuera quien suponemos y yo un respetado poeta y crítico, no faltaría la víbora trepadora que jurara conocerme y haber escuchado mis hilarantes anécdotas sobre mi brother; incluso, presumiría a sus compañeros que yo accedí a revisar sus textos y que hasta se los mostré a Gongorino Reyes para que, juntos, saquemos algo decente de sus escolares remedos poéticos.

Así pues, como entre mis amigos más cercanos no hay escritores afamados, me quedan dos opciones para reseñar: esperar a que sean vacas sagradas ganadoras de becas y premios, o seguir escribiendo sobre la obra de gente que no conozco más que a través de sus letras. Al final, cada reseña es a título personal.

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