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26 de marzo de 2007

De vuelta

Viajar es descubrir, pero también es redescubrirse, toparse de nueva cuenta con la libertad de beber, comer y hablar sin la presión laboral, sin el hastío que a veces se posesiona del hogar. Viajar, estimado lector, es darse cuenta de que hay otras personas, otras rutinas y otras ciudades donde uno puede comprar un sombrero, usar lentes de sol, tomar fotos y ser, aunque sea sólo por tres días, un niño que se sorprende por cada nuevo descubrimiento.
Ahora bien, regresar del viaje es reintegrarse a la rutina con nuevas perspectivas, nuevos bríos y, más que nada, con una mirada actualizada para descubrir lo que de nuevo hay en el mundo que, antes del viaje, creíamos conocer.
Dos viajes en este mes: primero fue a Guadalajara, la urbe provinciana por excelencia. Ahí conocí personas realmente buenas que dan su hospitalidad y comparten su mesa con la más amplia sonrisa. Ahí brindamos con charanda, tequila, cerveza y hasta vino de mesa, todo en la grata compañía de personas que quisiera conservar entre el selecto grupo de mis amigos.
El segundo viaje de este mes fue Guanajuato: el tercero que hago a esta mágica ciudad que, desde que la conocí, me maravilló por su laberíntica arquitectura, su ecléctica industria turística y su amplia oferta cultural. Ahí probé lo que puedo cosiderar la mejor quesadilla de mi vida: a las casi 4 de la mañana, frente a un bar y por diez pesos. También ahí hubo gente que hizo del viaje una gratísima experiencia, gente que con honestidad supo decir en qué concepto nos tenían y cómo este cambió, gente con la que se pudo hablar de todo tipo de cosas y reir por todo tipo de chistes.
Quizá, querido lector, me estoy poniendo cursi pero es que ando crudo y laboralmente estoy pagando el precio de mis viajes. Total.

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