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18 de octubre de 2006

Wet West


Ya es de madrugada y no he podido dormir más de veinte minutos seguidos. En la grabadora, la misma cinta de música country ha dado varias vueltas pero para quitarla debo levantarme.

Mama, no dejes que tu hijo sea un vaquero
porque luego andará de chofer de camión
dile que sea abogado o doctor...


A las doce de la noche, hacíamos el amor en el asiento de un camión mientras el conductor hablaba de las hermosas luces en un lago seco que, antes de acostarme, ya inundaba algunas casas. En el asiento, tú y yo tratábamos de concentrarnos pero el chofer, que de vez en cuando volteaba, nos sonreía. A mí me daba vergüenza y tú te tapabas lo ojos. Era difícil concentrarse, al chofer le faltaban dientes y su sonrisa era un ventanal abierto. Por distracciones del chofer, un carro pasó demasiado cerca de nosotros; cuando nos pitó, el claxon sonó como violín y yo salté del asiento, todo se desvaneció.


Llegan los niños, quieren jugar
sobre las camas se van a brincar
llega la abuela a regañar
a todos manda a bailar...


Era casi la una de la mañana, estábamos en una cama llena de almohadas y, desnudos, nos acariciábamos con plumas. Eras hermosa, la más bella de las mujeres desnudas y vestidas; el clímax estaba cerca. De repente, una manada de casi quince niños con sombrero entró en la habitación. Empezaron a bailar en torno a la cama, saltaron a ella y siguieron su danza; tú y yo teníamos que hacer esfuerzos sobrehumanos para esquivar las pisadas. Intempestivamente, la puerta se abrió de par en par y apareció mi tía de noventa años con una escoba en la mano. “Niños, no molesten a estas personas, salgan de aquí y jueguen en otra parte” dijo al tiempo que llegaba hasta nosotros para surtirnos a escobazos. Al salir de la habitación, desapareciste.


Vaquero, vaquero de rodeo
siempre en los rodeos vas jineteando
tu vida es ser vaquero y montar...


Hace media hora te encontré a la mitad del ruedo de una plaza de toros. Un hombre tocaba el banjo y una mujer coja tocaba un pandero bailando alrededor de él. Corrí a abrazarte pero tú no permitías que me acercara; de pronto, la mujer gritó “¿Quieres seducirla?”; “sí”, le respondí; “entonces, tendrás que hacerlo como el Viejo Caporal de la Muerte”. Se abrió la puerta del toril y apareció un toro de enormes cuernos grises que se detuvo justo frente a nosotros. “Debemos subir” dijiste mientras trepabas al animal. Era cansado hacer fuerza en las piernas para no caer y moverme al ritmo de los reparos para mantener el equilibrio con el animal mientras tú, dándole nalgaditas al toro, ibas y venías. De repente cerré los ojos, las piernas se me aflojaron, perdí el equilibrio y fui a dar al suelo con tremendo costalazo; al depertertar, estaba en mi cama pero tú ya habías desaparecido.


En el tren de Acapulco
sucedió una tragedia:
llovía como un zopilote
cuando sentí en la cara
algo que me mojaba,
del cielo me cayó un chorrote...


En vista de que me visitarás cada noche y de que tiendo a soñar lo que escucho, creo que sería mejor apagar la grabadora y dormir con mis ronquidos como único acompañamiento.

2 comentarios:

  1. puta madre, que buen texto.
    Tienes un estilo muy simple, que a su vez, no deja escapar ningún detalle de la narración.
    Muy trabajo.
    Saludos

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  2. Esa es una canción del tren de Acapulco que cantamos una rama de mi familia desde hace décadas!!!!!
    Sabes slgo mas de ello?

    ResponderBorrar

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