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18 de octubre de 2006


No te odio, la verdad, lo que pasa es que tú eres como uno de esos cuadros del pintor sin oreja: estridente, insoportable y sobrestimada; entiende mi situación: no puedo verte y respirar al mismo tiempo”. Le dije eso un día en que me sentía especialmente hasta la madre: esa sensación de ser un mojón mareado cuando es arrojado al mundo. No era la primera vez que se lo decía. Cuando me portaba brutalmente honesto con ella y le hacía toda una lista de sus defectos, en lugar de enojarse y mandarme al demonio, acariciaba mi mejilla y ponía su cara de “otro gran día de mierda, amorcito mío”. No soportaba tanta ternura, tanta devoción, tanto amor que se entrega sin más “porque eres un gran hombre y no sé qué me diste que me enamoré de ti como una loca y jamás voy a dejarte ni hacer nada que te lastime pero escúchame bien imbécil: si algún día te cacho en una movida, te castraré y colgaré tus morenos y peludos huevos en la entrada para que tintineen al abrir la puerta.” Así era la vida con Carolina: yo me quejaba de no soportarla y ella me amenazaba con toda clase de mutilaciones pero, al final del día, nos apareábamos como perros en celo.
Retrospectiva Hardcore tirándole a Gonzo
Ella había llegado a mi vida en uno de esos momentos en los que necesitamos de una pilmama, alguien que, de ser necesario, nos limpiaría el culo con la devoción de una madre.
Siempre nos encontrábamos en el mismo camión a la misma hora. Nos mirábamos el uno al otro sin sonreír y como preguntando qué tanto nos mirábamos. Así de patéticos éramos hasta que un día le agarré las nalgas, ella me mentó la madre, yo se las volví a agarrar, se bajó del camión, yo la seguí, la detuve, la besé, me besó, nos metimos a un hotel (ninguno de los dos llevábamos ropa interior), cogimos como locos toda la tarde, la invité a cenar, me llevó a su casa, volvimos a copular, me quedé a vivir con ella.
Así de fortuito fue el principio de nuestra relación. Después de varios meses, todo era agarrarle las nalgas y fornicar, ya no como locos pero sí conociéndonos cada vez más y mejor.
¡Corte! ¡Se imprime!
Casi todos sabemos querer /pero pocos sabemos amar...
Alguna vez me preguntó si la amaba, yo le respondí que, de haberla amado, no me la habría tirado a la primera oportunidad; la habría cortejado, le hubiera mandado rosas y poemas, le hubiera pedido que fuera mi novia, la hubiera llevado al cine o a algún baile, le hubiera propuesto matrimonio y hubiéramos vivido relativamente felices para siempre. “¿Eso significa que no me amas?” preguntó y se dio la vuelta. “Sí te amo, pero no como toda esa bola de imbéciles que creen que saben lo que es amar, quizá yo tampoco lo sepa pero tengo mi manera de hacerlo sin caer en la continuación del cliché”. Solía pensar que, como nunca me entendía, esa mujer era estúpida pues tenía que explicarle todo en la...
Clásica Forma De Diálogo.
–... la continuación del cliché puesto que se dejan ir por cualquier cosa que los impresione que, por lo regular, es otra letanía tan predecible como El Chavo Del 8.
–Por ejemplo...
–“Soy tu amigo más incondicional, anda, llora en mi hombro, ese hijo de puta no te merece”, los darketos de verano, los anarquistas de banqueta, los marxistas de café, “Hasta La Victoria Siempre”, “Todos Somos Narcos” –o Marcos–, “viva el amor”, “si Dios quiere”...
–No entiendo bien.
–Vuelve a escucharme que te lo repetiré en la...
Aún Más Clásica Forma De Diálogo.
–... la continuación del cliché puesto que se dejan ir por cualquier cosa que los impresione que, por lo regular, es otra letanía tan predecible como El Chavo Del 8 –le dije.
–Por ejemplo... –inquirió ella frunciendo el ceño.
––“Soy tu amigo más incondicional, anda, llora en mi hombro, ese hijo de puta no te merece”, los darketos de verano, los anarquistas de banqueta, los marxistas de café, “Hasta La Victoria Siempre”, “Todos Somos Narcos” –o Marcos–, “viva el amor”, “si Dios quiere” y toda esa serie de patrañas que impresionan al vulgo –concluí dando un puñetazo en la mesa del comedor.
Nunca conoces a alguien sino hasta que compartes el hábitat con esa persona, animal o cosa (o todas las anteriores compartiendo la misma masa corporal). Yo estaba acostumbrado a acostarme a las tres de la mañana y no despertar sino hasta las diez de la madrugada pero, al vivir con ella, mi tiempo de descanso se vio perturbado pues ella se levantaba a las ocho y, aún antes de bostezar y estirarse, Carolina ponía a todo volumen el famoso Tributo a Paquita la del Barrio.
–¿Tienes que escuchar ese pinche disco todos los días a la misma hora?
–¿Tanto trabajo te cuesta lavar tus calzoncillos que tienes que dejarlos en el cesto para que yo los lave por ti?
Esa era nuestra manera de dar los buenos días y yo no discutía, era culpable: de mis ganas, estrenaría calzoncillos cada vez que me baño. Como si Tributo a Paquita la del Barrio hubiese sido poco, una vez agarró mi cassette de Chava Flores, el de las borracheras, para grabar no sé qué ñoñadas de Maná. Esa fue la gota que derramó el vaso. La llamé a la sala, saqué su disco de Tributo a Paquita la del Barrio y lo tallé contra la pared, quedó inservible.
Close Up a la K–ra de K–rolina
El ceño fruncido, mordiendo sus labios, ojos llorosos, temblor en el párpado derecho, orejas rojas, narinas abiertas como de primate, nariz arrugada, mejillas apretadas, venita de la sien saltada (a punto de reventar), dificultad para respirar y pasar saliva, nudo en la garganta: RABIA.
–¿Porqué me odias tanto? –Me preguntó con la voz quebrada.
–No te odio, la verdad, lo que pasa es que tú eres como uno de esos cuadros del pintor sin oreja: estridente, insoportable y sobrestimada; entiende mi situación: no puedo verte y respirar al mismo tiempo.
En Lo Que Pudo Haber Terminado 1
Eso fue lo último que le dije antes de que ella aventara mis cosas a la calle y me corriera de su casa. Dicen que ahora vive con un ingeniero y que el tipo la golpea; yo nunca llegaría a tanto, ni siquiera ahora que dicen los doctores que soy bipolar y que, de no seguir el tratamiento, voy que vuelo para esquizofrénico.
En Lo Que Pudo Haber Terminado 2
Eso fue lo último que le dije antes de que ella se abalanzara contra mí con unas tijeras en la mano y yo, en un acto–reflejo, la jalara del cabello y la estampara contra la pared varias veces hasta que ya no supe qué hacer y llamé una ambulancia.
En lugar de meterme a donde merezco, me llevaron al psiquiátrico donde las enfermeras, en una actitud de solidaridad de género, dicen que soy un animal y que eso de la bipolaridad con principios de esquizofrenia en realidad fue una triquiñuela del abogado nomás para evitar que me violaran en la cárcel, a lo cual me hubiera acostumbrado.
En lo que pudo haber terminado 3
Eso fue lo último que le dije antes de que, para tranquilizarme, me fuera al café en lo que ella hacía su berrinche. Regresé a las diez de la noche con toda la intención de recogenciliarme pero no fue así; en cuanto entré, me llamó a la cocina y me dijo que estaba harta de mis arranques y que me dejaba por un skato–informático-amantedelarte celoso y obsesivo pero con alma de niño. Lloré un rato y salí para siempre; lo malo es que ni mis libros recogí y la Ingrata pérjida me provoca ardor en el estómago, un nudo en la garganta y enrojecimiento ocular.

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