La
información es un bien público, pero también es una mercancía, quien la tiene
posee el poder para utilizarla con fines empresariales o políticos, de igual
forma para desestabilizar a un grupo, a un gobierno o a una sociedad, pero
también para hacer una revolución; por eso es sumamente necesario que los entes
involucrados en su búsqueda y difusión actúen con responsabilidad y un alto
grado de ética periodística. Inicio con esta pequeña obviedad porque
actualmente, con la relativa facilidad para acceder a la información, se ha
dado un libertinaje tal que por doquier aparecen notas, comentarios y
publicaciones que, abusando de la libertad de expresión, sólo confunden a una
sociedad que ya no sabe hacia dónde voltear, que no se detiene a verificar si
la información emitida es verídica e imparcial o sólo se difunde con fines
propagandísticos.
La
matanza del 2 de octubre de 1968 tuvo una cobertura mediática a modo del Estado
por la fuerte censura a que estaban sujetos los medios informativos de la época,
como los periódicos, algunas revistas, radiodifusoras y una televisión aún en
pañales y enteramente al servicio del gobierno. Eso permitió que se difundieran
las cifras oficiales en un afán de minimizar la masacre, cosa que no logró el
gobierno pues una matanza de tales proporciones se volvió imposible de esconder
bajo la alfombra, además de los registros fotográficos y fílmicos que han
logrado sobrevivir hasta nuestros días. Pero a pesar de que la historia ha
juzgado tan lamentable y oscuro acontecimiento en la historia reciente de
México, tal dominio sobre los medios de comunicación quitó presiones, lo cual
permitió que ningún responsable pisara la cárcel.
Ya
26 años después, cuando se dio el alzamiento zapatista en territorio
chiapaneco, a pesar de que el Estado seguía teniendo cierta injerencia en los
medios masivos nacionales, sobre todo en las televisoras, la naciente
influencia del Internet permitió que el Ejército Zapatista de Liberación
Nacional, a través de Marcos, se
comunicara hacia el exterior de la Selva Lacandona por medio de la plataforma
digital, lo cual sirvió como presión para que muchos medios nacionales e
internacionales dieran la debida cobertura al movimiento armado. De no haber
sido por esa cobertura (destacando la de medios nacionales como La Jornada y Proceso), los ojos de México y el mundo no hubieran estado puestos
sobre Chiapas y quizá no hablaríamos de un Acteal, sino que estaríamos
lamentando diez, quince o 20 sucesos de iguales proporciones en torno a este
conflicto.
Con
Vicente Fox el panorama fue muy distinto, ya que en su sexenio se dio un cambio
de hilos en la relación entre los medios y el gobierno. En alguna entrevista
durante el foxismo, Rius dijo que en
tiempos de Díaz Ordaz, quien criticara al presidente corría el riesgo de ser
fusilado, pero que en tiempos de Fox, quien no criticara al mandatario podía ir
al paredón. Con esta vuelta de tuerca la labor informativa tuvo mayor soltura
dado que se abrieron más canales para los cuestionamientos, el análisis y hasta
para la mofa, y entonces se pudo acariciar más de cerca el sueño de una
sociedad más informada, más crítica y hasta más politizada.
Desde
Fox han pasado dos sexenios y fracción. Ahora hay muchos más canales para la
generación y difusión de información ya que ésta viaja más rápido y puede ser
dada a conocer en cuanto se genera. Pero sucede algo curioso: a pesar de contar
con un sinnúmero de medios informativos, no somos una sociedad más informada,
me explico.
Tenemos
medios digitales e impresos, radiodifusoras públicas y comerciales, así como canales
de televisión dedicados exclusivamente a transmitir noticias; sin embargo, el
ejercicio ciudadano de ponerse al tanto de lo que ocurre, por la velocidad a la
que se vive, cada vez demanda información más exprés, con notas más cortas y
concisas sin ahondar demasiado, simplemente decir qué pasó, dónde y qué dijeron
los involucrados. Esa premura hace al lector buscar la forma más rápida de
acceder a una noticia, y es aquí donde entra el Internet.
Navegar
en la red implica recibir indiscriminadamente información de todos lados, tanto
fidedigna como sensacionalista, pero como el mexicano promedio no tiene la
cultura de informarse, no sabe discernir entre una nota imparcial y una
tendenciosa, de lo contrario nadie vería López Dóriga ni escucharía a Ciro
Gómez Leyva. Entonces sucede que un ciudadano promedio, si no tiene la cultura
de la información periodística, al acceder a las plataformas digitales y verse
bombardeado por imágenes, videos y declaraciones de toda naturaleza y tendencia,
no sabe qué hacer con tantos datos que llegan a cruzarse y hasta a
contradecirse, por lo cual se ve confundido y desorientado en un mar de
versiones que se contraponen. El ejemplo actual lo tenemos en lo referente a la
lucha contra el narcotráfico.
Durante
el calderonismo proliferaron las imágenes, videos y testimonios de todas las atrocidades
que mostraron la cara más sangrienta de la guerra emprendida desde la
Federación y las pugnas entre cárteles, lo cual permitió tener una visión muy
amplia de este fenómeno y ver a la delincuencia organizada en su justa medida.
Si ponemos por un lado el terrible recuerdo del sexenio de Felipe Calderón y lo
contrastamos con el surgimiento de los grupos de autodefensa, ya en este
sexenio, es incluso normal que la ciudadanía aplauda la iniciativa de un sector
de la sociedad civil por hacer frente a quienes han venido lacerando el tejido
social, lo malo es que se puede incurrir en ver a Mireles, a Estanislao Beltrán
o a Hipólito Mora con un romanticismo tal que casi nadie cuestione la legalidad
de su actuación o de los recursos materiales con que cuentan los grupos que
comandan.
Puede
suceder que entre toda la información que nos llega a través del monitor de la
computadora nos sintamos confundidos al escuchar, por un lado, las
declaraciones de La Tuta a quienes lo
han entrevistado, y por otro, los señalamientos de los líderes de los grupos de
autodefensa, ambos en contraste con el discurso de las autoridades. Si a todo ello
le sumamos el bombardeo de dimes y diretes que se da en las redes sociales, más
que nada en el entendido de que es para lo único que mucha gente se conecta,
tenemos por resultado a una ciudadanía que ya no sabe ni qué y a quién creer,
víctima de la desinformación provocada por el exceso de datos mal
administrados.
Ante
este panorama de incertidumbre es imprescindible que los periodistas serios
luchen contra la desinformación con objetividad e imparcialidad y que el Estado
realmente garantice un clima de seguridad para tan noble labor y que los
atropellos y violencia contra los periodistas no queden impunes, pero eso sólo
es posible si todos los miembros de la sociedad luchamos al lado de los
comunicadores por nuestro derecho a estar bien informados y el de ellos a
ejercer su profesión con libertad de expresión y seguridad.