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6 de febrero de 2007

Programas de revista: circo, maroma y teatro por un minuto de atención.

Domingo, diez de la mañana: despierto (me duelen las costillas de tanto estar acostado), me levanto, voy al baño, me lavo la cara, me visto, bajo a almorzar. Mi madre y mi hermano ven Tempranito (programa de revista que los fines de semana engalana los hogares mexicanos con sus comiquísimas ocurrencias). No tardo en entender la dinámica: con tal de ganarse el premio (cinco minutos al aire), tres jóvenes actores de esos que alguna vez salieron en Lo que callamos las mujeres o La vida es una canción, deben identificar a una mujer con sólo verle los pies. Mi pregunta es “¿porqué estamos viendo esto?”, la respuesta: por que es eso o pelear con mi hermano porque yo preferiría ver Los videos más sorprendentes de América, donde los malos son atrapados y las mascotas recobran su salvajismo. Mi madre es más neutral: mientras no sea la hora de Montecristo, poco o nada le importa lo que sintonicemos.

¿Con cuántos programas de revista contará la historia de la televisión mexicana? No lo sé y eso sería como preguntar cuántas veces salió Yuri en Siempre en Domingo, de hecho, la respuesta sería la misma: a quién le importa. Lo que no dejo de preguntarme es qué tienen estos programas que, a pesar de todo, siempre acaparan la atención del público y algunos personajes llegan a ser verdaderos ídolos del pueblo, recordemos a Paco Stanley y su patiño Mayito (durante el funeral de Stanley, una señora gritó frente a la cámara “duele mucho ¡era la alegría de los pobres!”). Y es que no hay que ser un genio para saber que esos programas muchas veces son huecos y estúpidos y que eso acaba siendo una virtud puesto que, si a pesar de constituir un insulto a la inteligencia del televidente siguen teniendo rating, significa que están cumpliendo su misión: entretener.
Estos programas, igual que los noticieros de espectáculos y los del concepto Ventaneando, no buscan educar al televidente, no tienen el fin de aleccionar sobre nada; estos programas no tienen una intención didáctica o cultural, su objetivo es venderle tiempo al telespectador. Es fin de semana, domingo para ser precisos; es obvio que mucha gente está descansando de la rutina diaria: jornadas de ocho o diez horas, tránsito pesado, regaños del jefe, levantarse temprano, trabajo físico o en la computadora, mal dormir, mal comer y mal coger. Es lógico que en tales circunstancias, el ciudadano común no está para complicaciones, lo que quiere es descansar y relajarse y qué mejor que en actividades cuyo esfuerzo requerido sea únicamente tener la fuerza necesaria para subir el volumen y dos o tres neuronas para entender el idioma que se supone conoce. Tal es la razón de que estos programas (que también hay entre semana y uno por casi cada canal nacional, extranjero o local) tengan elevados niveles de audiencia: son fáciles de ver y no hay mucho qué entender. Mucho se ha dicho que cada sociedad tiene el gobierno que se merece, yo prefiero decir que cada sociedad tiene un entretenimiento a su justa medida. Por esta razón es que, más que quejarnos de la tele basura, preguntémonos hasta qué punto no sólo lo aceptamos, sino que lo pedimos.
En una sociedad consumista debe haber toda clase de productos para satisfacer la necesidad de cada cliente y entre más oferta haya, más consumirá pues los costos serán menores (no soy economista, es cosa de sentido común): al final, el consumidor tendrá tantas opciones que forzosamente deberá elegir una. Para la sociedad urbana y en sectores que están en la frontera entre lo rural y lo urbano, no basta tener un canal de noticias y telenovelas y otro con caricaturas y programación juvenil, no, ahora –y desde hace más de una década– es necesario contar con un mínimo de cuarenta canales, los cuales se pueden dividir en grupos de seis o siete parecidos entre sí: películas, deportes, caricaturas, noticias y entretenimiento juvenil; eso sin contar a los colados: cultura y religión.
Es domingo y Tempranito aún no termina. Bisogno ya se disfrazó de mujer, de conductor de noticiero y de maestro de primaria (patética y burda imitación del de por sí vomitivo Cero en conducta), una de las conductoras no se cansa de decir una barbaridad tras otra, la otra mujer sabe que su mayor talento está en sus piernas y el grupo musical toca cada vez peor. Recuerdo un capítulo de The Simpsons en el que Bob Patiño hace que las televisoras dejen de transmitir, así que Krusty va a una cabina de transmisión que el gobierno tiene en el desierto para casos de emergencia. Su sueño se ve realizado: es el único show man transmitiendo desde el único canal al aire así que tiene a toda la audiencia para él solo. El resultado es de esperarse: se le acaban las ideas y no haya qué más hacer para entretener al público. Lo mismo pasa con los programas de revista: demasiado tiempo al aire, muchos conductores, subestimación a la inteligencia del televidente y poca imaginación.
Por fin acaba Tempranito pero no hay motivos para alarmarse: mañana Paco de la O (más payaso y fantoche que Alfredo Adame) e Ingrid Coronado (flamante ex-Garibaldi) deleitarán al público con su singular entusiasmo en Venga la alegría; más tarde, la cosmopolitan crew de Con sello de mujer engalanará la pantalla con sus tips de belleza y la dignificación de la mujer banal. Por cierto, ¿quién cantaba esa canción que decía "chicas de hoy, tururú, tururú"? No sé, de repente me acordé.

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