El
Centro Histérico de Morelia, el más
alcohólico vallisoletano pues constantemente está tomado por cuanta razón y
grupo nos podamos imaginar: normalistas, antorchistas, magisterio,
trasportistas de pasaje y de carga, recolectores de basura, organizaciones de
izquierda, la CUL, cualquier Casa del Estudiante con sus albergues hermanos,
sindicatos de aquí y de allá, comuneros, en fin, cualquier organización capaz
de mover a más de 100 personas se puede inconformar, legítimamente o no, para
de ahí marchar hacia el Centro con el caos vial que ello implica. Cuando tal
cosa sucede, de inmediato las voces se levantan para esgrimir las más
encarnizadas críticas y vituperios hacia los manifestantes por hacerlos llegar
tarde, por no encontrar estacionamiento, por arruinarles las ventas o por
echarles a perder una linda tarde de ocio en cualquier café-cantina del primer
cuadro de La Ciudad de las Canteras Rosas.
Pero
más allá de las razones para protestar pacíficamente, salir con pancarta en
mano y consignas a voz en cuello, tomar las calles, las plazas y desquiciar una
ciudad, yo me pregunto qué caso real tiene manifestarse por esa vía. No soy
pesimista, tampoco se me confunda con un Alejandro Vázquez cualquiera, pero en
vista de la situación actual, en vista de que al gobierno y a los tres partidos
mayoritarios y dos o tres de la chiquitada les importan un soberano cacahuate
el descontento social y las afectaciones a la población, ¿realmente tiene
sentido hacer manifestaciones pacíficas?, ¿qué caso tiene salir a las calles a
poner de manifiesto que no estamos de acuerdo, que no queremos, que nos
afectaría como sociedad, si de todos modos la partidocracia avala las
decisiones del Ejecutivo y algunas cúpulas con prostibularia mansedumbre?
En lo
que va de este sexenio se han contabilizado más de 17 mil asesinatos, que multiplicados
por seis arrojan un promedio de 102 mil muertos al final del peñismo de seguir
esta tendencia; el salario mínimo en México que apenas si alcanza para sólo una
parte de lo más elemental de la canasta básica, el crimen organizado que controla
casi todo el país, los grupos de autodefensa que toman municipios como buenos
paramilitares, los feminicidios que no han cesado, los presupuestos que
resultan raquíticos para municipios como Copándaro en contraste con lo que de
aguinaldo se llevarán los funcionarios de primer nivel de la Federación y los
legisladores de ambas cámaras, una clase política que no representa a la
ciudadanía. Frente a todo eso, ¿bastan las manifestaciones pacíficas?
Sucede
que las actuales manifestaciones en México, igual que los gobiernos que las
provocan, tienen una cortedad de miras y objetivos tal, que por lo regular sólo
quedan en lo que popularmente se conoce como llamarada de petate; es decir, se
convoca a la movilización simple y sencillamente para decir que no están de
acuerdo, que no quieren y que no les conviene tal o cual acción gubernamental,
pero Papá Gobierno, siempre en su papel, dirá: “Es que no te pregunté si
quieres o no, se va a hacer y punto”. Y por eso, pese a las manifestaciones por
todo el país, las tomas, los bloqueos y los paros, el Estado deja que el pueblo
haga su coraje, su berrinche, pero no se detiene en la implementación de las
tonterías que se le ocurren.
A lo
anterior hay que sumar que los partidos políticos han fallado pues no constituyen
la representación popular que en sus estatutos se supone que son; no, los
partidos políticos mexicanos son agencias de colocación, de ahí que las
campañas sean grandes ferias del empleo, y por eso casi nunca se ven militantes
comprometidos con un ideal, con una causa social justa; no, lo que más abunda
son los militantes comprometidos con el candidato que habrá de darles trabajo
(tengan o no perfil para la función pública).
Recuerdo
que en 2011, a punto de concluir el proceso electoral, un allegado al candidato
panista a la Presidencia Municipal de Copándaro me preguntó el funcionamiento
de cada área de la administración, dado que en aquel entonces su servidor trabajaba
ahí. Me cuestionó área por área, desde Codecos hasta la Secretaría Municipal pues
le habían prometido empleo de ganar las elecciones; lo curioso es que no me
preguntaba por salarios o importancia administrativa o política de cada puesto,
lo que a mi conocido le interesaba saber era dónde se usaba menos la computadora
pues él desconocía casi todo lo referente al uso de la PC. Sonrió cuando le
dije “no te preocupes, ya estando ahí que te pongan una buena-secretaria-buena
y tú nada más firmas”, pensando que se lo decía de corazón y no haciendo gala
de mi habilidad para burlarme de cierto tipo de personas.
La
anécdota anterior me sirve para ejemplificar de qué manera los partidos
políticos no son más instrumentos de la democracia ni portavoces del pueblo al
que se supone representan. Por eso la plana mayor del PRD en el Congreso de la
Unión y desde la dirigencia nacional han prostituido los estatutos, los
documentos básicos y la ideología del partido diciendo que no son una izquierda
radical, que son una izquierda que dialoga, que es progresista y que busca
consenso a la hora de hacer acuerdos que lesionan a la ciudadanía, a la clase
trabajadora, a los obreros y a los campesinos. Entonces, si usted organiza una
movilización de protesta pero no habrá representación política que recoja sus
demandas y las lleve a donde se legisla, a donde se decide, ¿qué caso tiene
acabarse los zapatos en marchas y desgañitarse en consignas?
Quizás
ha llegado la hora, estimado lector, de salir a las calles, pero en lugar de llevar
consignas y pancartas, salir con mazo en mano para demoler esas instituciones
que sólo han servido para enriquecer a unos cuantos y menoscabar la economía de
los mexicanos; quizá llegó el momento de derribar el aparato gubernamental,
desaparecer poderes y disolver congresos para, a partir de la deconstrucción
del Estado mexicano, emprender la construcción de un país más justo, más
equitativo, donde a las nuevas generaciones se les inculquen valores, más que
cívicos, éticos; un país con leyes más justas y menos a modo de intereses
cupulares, una nación donde el humanismo predomine sobre la tecnocracia, una
nación que voltee más hacia América Latina que hacia Estados Unidos, donde la
distribución de la riqueza se base en principios de igualdad y bienestar social
y no en intereses macroeconómicos. Pero mientras eso no suceda, las marchas, mítines
y plantones sólo serán rabietas de una sociedad cuyos gobernantes simplemente
seguirán haciendo lo que les venga en gana, al fin que una valla y cientos de
granaderos los protegen.