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9 de enero de 2009




Enero 5, 2009.

Había quedado de verme con Ernesto Hernández en un conocido café europeizado del Centro de Morelia con la finalidad de beber café y hablar de cualquier cosa. Llegué a Morelia y me encontré con un tránsito asfixiante, desde la entrada de la ciudad hasta el Centro Histórico; tan drástico estaba el ambiente, que tardé media hora en encontrar un sitio para estacionar mi carro y cuando al fin hallé un lugar, tuve que pagar 25 pesos al franelero para que me lo lavara a cambio de dejar ahí el coche (si no se les paga el lavado, pueden rayarlo, saquearlo o ponchar las llantas en venganza). Al caminar hacia el café, me di cuenta de porqué estaba la ciudad tan alocada: víspera de Día de Reyes, compras de pánico, desfile y festival en el primer cuadro de la ciudad. 

Abriéndome paso entre peatones, carros y vendedores de cachivaches alusivos, pude llegar hasta el café sudando, agitado y sin cigarros; a un fulano de singular lenguaje corporal le llamó la atención mi atuendo o al menos eso creo, porque al escanearme de arriba a abajo, me guiñó un ojo y sonrió, yo hice como que no me había dado cuenta, puse cara de “sólo soy uno en la multitud” y avancé hacia el puesto de revistas para surtirme de cigarros. Por fin llegué al café, me senté y saqué el cuaderno para fingir que estaba muy ocupado y que el ruido no me molestaba. Garabateaba ingeniosos juegos de palabras cuando, de pronto, todos los inconvenientes valieron la pena: las chavas de la escuela de danza árabe en acción con sus trajes, sus cinturitas, sus caderotas, sus hipnóticos movimientos y toda la concupiscencia que sólo ellas, junto a las edecanes de la Cerveza Sol y las chicas Telcel, son capaces de desencadenar.

Veinte minutos después llegó Ernesto con la misma cara que yo antes de la danza árabe. Es curioso el grado de cursilería de nuestras sociedades provincianas, esa religiosidad y mitoterismo tan kitsch. Esta atmósfera me recuerda un libro de Woody Allen, Cómo acabar de una vez por todas con la cultura (Getting Even), en el que, haciendo gala del más ácido y elegante humor, se dedica a criticar desde la crítica literaria psicoanalista hasta la mafia italiana. Y me viene a la memoria este libro porque en ese momento se me ocurrió otro apartado para ese libro: Para acabar con los Reyes Magos. Ya no diré más sobre el asunto, baste con decir que el Desfile Navideño de la Coca Cola es patético, el show de los Santorreyes es el doble de cursi. 



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