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18 de octubre de 2006

Nacimiento, vida y muerte de una noticia en TV


En la televisión, lo efímero es cada vez más frecuente: artistas, programas, publicidad, modismos, modas; las noticias no son la excepción. Noticias escandalosas e impactantes que llegan a suplantar a otras y, a su vez, serán desplazadas por nuevos acontecimientos.
Supongamos un caso cuyo titular sería: “Juan de Las Pitas, asesinado a cosquillas en Amontonavit”. Ahora supongamos que Juan de Las Pitas era un hombre importante o poderoso, o bien que el asesinato con cosquillas sea algo desalmado por parte del agresor; eso causará gran impacto en la sociedad. En cuanto se vuelve noticia, empieza el bombardeo: encabezados en los diarios, cápsulas informativas en radio y TV; artículos, crónicas y fotografías en Internet; comentarios con el vecino, el carnicero y el taxista. La noticia ha nacido, caramelos para todos.
Una vez que la noticia se ha dado, hay que alimentarla para que tenga una larga y fructífera vida. Mientras la policía investiga el caso con el hermetismo acostumbrado, en televisión se inicia la indagación periodística. Así, hay enviados especiales haciendo guardia en las dependencias involucradas en el caso, los funcionarios son entrevistados, los testigos dan declaraciones, se investiga la vida de Juan de Las Pitas a fin de saber quién es el desalmado y porqué lo hizo. En el transcurso de una semana, quizá dos o sólo doce horas, ya ha sido entrevistada toda la familia de Las Pitas, vecinos, amigos, compañeros de trabajo o escuela. Al final de la jornada, el caso ya se comenta con políticos, periodistas, psicólogos, sociólogos, funcionarios, abogados, religiosos, cazafantasmas, artistas y transeúntes a fin de saber su opinión sobre el “brutal asesinato que ha paralizado al país”.
Las autoridades siguen investigando, caen dos o tres implicados en el caso, un “presunto” es aprehendido –para bien de todos, ya no anda suelto– pues le hacía cosquillas a su hijo. En cuanto la noticia toma fuerza, se le da un nombre pegajoso para que el televidente, minado por la cantidad de información que su cerebro debe procesar, recuerde al instante de qué está hablando el conductor del noticiero. Tal nombre puede tener como referente el lugar de la noticia o el nombre de la víctima; así podemos hablar del “Juanicidio”. Otras veces, al “presunto” se le pone un apodo, en nuestra noticia hipotética, hablaremos de “El Juanicida de Amontonavit”. La noticia adquiere rating.
En diversas televisoras se discute el tema desde todos los ángulos (en las dos más importantes de México, lo únicos tres ángulos son el amarillismo, el chantaje emocional y la mezcla de ambos). La autoridad local jura seguir diversas líneas de investigación para el desahogo de pruebas o algo así que puede durar meses, la autoridad estatal dice estar trabajando en estrecha colaboración con la federal a fin de mantener el Estado de Derecho.
Mientras las autoridades siguen las investigaciones sin llegar a algo concreto, los medios siguen entrevistando al Juanicida de Amontonavit para mostrar al televidente lo que llaman “radiografía de un asesino”, asedian a los familiares de Juan de las Pitas para concientizar a la sociedad de qué manera un asesinato puede dañar a una familia (algo novedoso en realidad). Los testigos cobran las entrevistas, dan autógrafos, el Juanicida de Amontonavit es aislado en una cárcel de máxima seguridad pues, aunque cometió un homicidio común y corriente, es toda una celebridad en las cárceles normales donde sus fans le darían una acalorada acogida. Derechos Humanos está al pendiente. Es una noticia en la plenitud de su vida.
Pero Roma no es eterna y el televidente, quien ya conoce santo y seña del Juanicidio, vida y obra de Juan de las Pitas, intimidades y secretos del Juanicida de Amontonavit, declaraciones de los testigos y los implicados, empieza a cansarse de que siempre se hable de lo mismo a todas horas: hace berrinche, está harto, cambia de canal, apaga la TV y le da por leer (sí, es posible). La noticia empieza a perder la atención del público. La noticia decae, envejece, la media hora que se le dedicaba en el noticiero se ha reducido a un comentario y dos o tres imágenes de archivo.
Pero, albricias, Amores que matan nunca mueren y el televidente, que quizá ya había leído dos páginas de un libro, se reconcilia con la televisión al escuchar otra noticia que con la difusión adecuada paralizará al país: “Eminente político le mienta la madre a una monja, Andrés Manuel tiene la culpa”. El conductor del noticiero, con la indignación en el ceño y un nudo en la garganta se pregunta hasta cuándo dejará de pasar es tipo de cosas. Caramelos para todos.

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