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27 de septiembre de 2013

El desierto de los poetas

Pero como dijo Dios
cruzándose de piernas:
veo que he creado muchos poetas pero
muy poca poesía.
Charles Bukowski

La polémica de la semana en el mundillo literario local se suscitó cuando, en lo que considero un acto de honestidad, el jurado calificador declaró desierto el Premio Estatal de Poesía Carlos Eduardo Turón 2013. De inmediato las críticas cayeron como avalancha por parte de aquellos que en los últimos años han estado estrechamente ligados al ramillete de laureles y becas con que el Estado agasaja a los nuevos próceres de la literatura local.
El hecho de que ese certamen se haya declarado desierto es indicativo de lo que actualmente es la actividad literaria en Morelia, y no hablo del estado en general, pues este tipo de actividades está bastante centralizado. Esa convocatoria fue atendida por 20 autores (según datos ofrecidos por la reportera de Cambio de Michoacán asignada a esta fuente), y de esos, ninguno merecía ganar, por lo que, a decir del jurado, tampoco premiarían al menos malo. Aquí saltan a la vista varias cosas.
Si un certamen estatal sólo atrae a 20 autores, podemos hablar de que la convocatoria no se difunde como es debido; y si se difunde en todo el estado, quiere decir que sólo a 20 personas les interesa formalizar “ante el gremio” (aludiendo a Édgar Omar Avilés) su actividad poética; a los demás poetas los tiene sin cuidado participar en un concurso de esta naturaleza, y una razón de tal apatía puede ser resultado de lo amañadas que supuestamente han resultado ediciones anteriores. Con tales antecedentes, es lógico el recelo hacia el concurso, aunque en esta ocasión el jurado haya estado conformado por poetas de probada calidad literaria y solvencia moral, quienes, hay que decirlo, en esta ocasión no fungieron como jueces por invitación directa, sino mediante un proceso de insaculación. En este tenor, recuerdo que el año pasado, cuando la Secretaría de Cultura emitió la convocatoria, se lo comenté a un amigo narrador (excelente, por cierto) a manera de sugerencia de participación, su respuesta cayó como losa: “¿Para qué, si esos premios se rolan entre los mismos mercenarios de siempre?”. Ahora imaginemos esa idea en cada poeta moreliano.
Por otro lado, creo que un concurso debe mantener cierto nivel para ser considerado importante, sobre todo si se destinan a él recursos gubernamentales. Es como una escuela: si su estudiantado es un hato de burros, pierde renombre, y por ello nadie querrá inscribir a sus hijos. En este caso fue bastante atinada la decisión del jurado de no dar los 25 mil pesos a quien resultara menos malo nada más para que no se perdieran “importantes recursos económicos y sociales”, diría Édgar Omar Avilés, una de las cabezas visibles de la Semich y uno de los más críticos a la hora de la declaratoria. Y pongámoslo en la balanza frente a la edición del año pasado, en que ganó un trabajo (bueno o malo, no lo sé) que de entrada violaba una de las bases más elementales de la convocatoria, pues ni siquiera alcanzaba las 30 cuartillas de extensión, con lo que no se acercaba al mínimo requerido. ¿Sería que el ganador era íntimo amigo de un integrante del jurado?, ¿sería que en esas escasas 27 cuartillas se concentraba lo que la poesía michoacana del año pasado esperaba?, o una de las anteriores o se lo dieron al menos malo. Piensa mal y acertarás.
Lamentablemente hay creadores que han aprendido a vivir del erario y a expensas de los afanes gubernamentales de fomentar la cultura, y ejemplos hay muchos. Lo malo de esto es que en las bodegas de la Secretaría de Cultura hay libros buenos que no se distribuyen, pero también están atiborradas de pilas y pilas de libros malos que nunca nadie va a leer, que quizá sirvan para la egoteca de sus autores pero hasta ahí. Coincido con Raúl Mejía en la idea de que al declarar desierto el concurso no se perdió nada (bueno, uno de los participantes dejó de embolsarse 25 mil del águila, pero como no los tenía asegurados, en realidad no hubo pérdidas), pues dudo que entre esos 20 paladines del verso y la imagen haya estado algún sucesor de Ocaranza, de ser así, Ernesto Hernández Doblás, Jorge Bustamante y Marco Antonio Regalado lo habrían notado y ahora estaríamos celebrando la parusía poética michoacana.
Con lo anterior no digo que no haya poetas buenos en el estado, pues he leído a algunos que gozan de un aliento poético encomiable, pero mientras los literatos sigan escribiendo en función de la beca o el concurso, seguirán en la mediocridad literaria, ya que de poetas o narradores prometedores, pasarán a ser mercachifles de las letras, bandas de cuatreros haciendo grilla en las dependencias sólo para mantenerse bajo la ubre presupuestal del Estado.
Lo apuntado en el párrafo anterior significa que no debe perderse la noción de escribir como una forma de interpretar, deconstruir y construir el mundo, pues el oficio de escribir, primero, debe satisfacer, divertir, agradar y enriquecer espiritualmente al autor, incluso a los potenciales lectores, no sólo a un jurado; segundo, debe ser en función de lo que se tiene para decir, no de las cuentas que se tienen que pagar, pues al menos en México, esa pretensión es un castillo en el aire; y tercero, el oficio de escribir no necesariamente significa empeño en publicar libros o ganar concursos, pues sólo es una consecuencia del proceso creativo, no el sustento.

Para concluir, los premios literarios sirven para dos cosas: por un lado, reconocer a quienes han decidido encaminar sus pasos por la senda de las letras logrando con ello un nivel artístico destacable; y por el otro, incrementar el currículum -y hasta la vanidad- de quien se hace merecedor de tal distinción. Para lo que no sirven los certámenes literarios es para impulsar la creación, fomentar la actividad literaria o conseguir que los literatos locales tengan buen nivel respecto de los de otras latitudes, para eso están los talleres, la lectura que se vuelva hábito desde el nivel básico de la educación, teniendo siempre como factor primordial el oficio, la disciplina, la humildad para recibir críticas, la honestidad para, pasado el púber arrebato de los primeros versos, reconocer si se tiene o no talento, y por último, la sensatez para darse cuenta de que, a menos que seas amigo de tal influyente o miembro de tal grupo, la manutención está en otro lado.

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