Cuando
se fundó, el Partido de la Revolución Democrática representaba el sentir de
muchos mexicanos que deseaban con todas sus fuerzas un cambio democrático en
México, y con las subsecuentes candidaturas de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano,
en 1994 y 2000, y la de Andrés Manuel López Obrador, en 2006 (2012 es tema
aparte), el partido se constituyó como la tercera fuerza política del país. Esa
consolidación del PRD desde su fundación costó mucha represión, hostigamiento y
vidas humanas a lo largo de los años. Recuerdo las anécdotas de los miembros
fundadores del partido en que cuentan cómo tenían que andar en grupo, incluso
armados, pues en cualquier curva podían toparse con policías al servicio de
otros intereses o con grupos caciquiles que podían no sólo amedrentarlos
mediante amenazas, sino atentar contra sus vidas.
Durante
muchos años fue un partido de sombrerudos,
como solía decirse, pues sus bases estaban constituidas mayoritariamente por campesinos
y líderes agrarios que veían en el PRD la herramienta para luchar contra el
enemigo político de generaciones y generaciones de mexicanos: el PRI. Y es que
muchos de mi generación, incluso de las anteriores, si algo escuchamos desde la
infancia fue a nuestros padres quejarse del viejo dinosaurio, y ahora repetimos
el ciclo pues nuestros hijos escuchan las mismas quejas que nosotros oímos de
nuestros mayores; tan es así que de niño, yo escuchaba en la sobremesa cómo mis
padres decían
Con su
carga ideológica de partido de izquierda, el PRD creció con cierta ingenuidad
encantadora que le daba el poder de convocatoria para llenar plazas pero sin
saber cómo llenar urnas, y aún así consiguió importantes victorias electorales
que al paso del tiempo se constituyeron como bastiones de su militancia, sobre
todo si nos referimos al Distrito Federal y a Michoacán, siendo éste la cuna y
el feudo de los Cárdenas. Pero hay un postulado que dice que cuando algo ya no
puede superarse a sí mismo tiende a decaer, y es lo que ahora le ocurre al PRD.
En el PRI,
los subgrupos pueden pelearse por algunas posiciones, pero por su tradicional
verticalidad, a la hora de la hora se quedan derechitos y acatan las
disposiciones cupulares; el PRD, casi por el contrario, está lleno de tribus
demasiado acostumbradas a una convivencia más horizontal, y es por ello que si
una corriente no obtiene una candidatura, puede boicotear a la otra incluso a
riesgo de perder la elección o, en el mejor de los casos, querrá negociar a
cambio de una curul plurinominal. Entonces, esta constante pugna entre
corrientes (mote que a veces es más un adjetivo calificativo) ha hecho que en
ese estira y afloja, las posiciones, las candidaturas, las consejerías
estatales o nacionales, las regidurías y las pluris importen incluso más que la unidad que permite conseguir
adeptos para ganar elecciones.
Es por
eso que ha llegado el momento en el que al PRD le urge renovarse pues los
denominados Chuchos no han hecho sino
sepultar cada vez más al partido, y por esos errores, un sector de la
militancia y un amplio espectro del electorado le han pasado a este instituto
político una pesarosa factura; ello ha quedado evidenciado en los pobres, casi
mediocres, resultados electorales que se han obtenido en los últimos comicios,
pues la desunión al interior del partido ha sido un factor determinante para
sumir al sol azteca en un estado de
agonía. Claro que cualquier dirigente podrá contradecirme y presumir que sólo
en Michoacán hay 80 mil afiliados, pero yo pregunto, ¿cuántos de esos
atendieron el llamado de, por ejemplo, Jesús Zambrano para emprender una lucha
real en defensa del petróleo?, ¿cómo hacerlo si el líder nacional no consultó a
la militancia para sujetarse al Pacto por México? Pero no todo es malo, en
nuestro estado al menos hubo dignidad y no se firmó el malogrado Acuerdo por
Michoacán, que presentaba la misma tendencia que el documento firmado a nivel
federal.
Estatutariamente
y desde el plano ideológico, el PRD puede ser una herramienta social sumamente
valiosa, pero para ello debe replantearse su forma de hacer política y
redefinir el rumbo, pero eso sólo es posible con un trabajo de fondo. De nada
sirve hacer campañas de afiliación y cubrir requisitos numéricos si no se
ocupa, por ejemplo, de educar políticamente a su militancia reforzando las
campañas de concientización y formación política para que un simpatizante
promedio se convierta en un militante que se compromete con una causa porque la
conoce a plenitud. De nada sirve ufanarse de ser un partido de izquierda si sus
militantes no saben lo que la izquierda es, lo que significa, lo que representa
y lo que puede detonar en el devenir político de México, como tampoco sirve
autoproclamarse como un partido izquierdista si a la menor tentación se
suscriben acuerdos de índole derechista con los pregoneros de la servidumbre
neoliberal.
La
dirigencia perredista debe despojarse del doble discurso y de la incongruencia
para que el partido recupere la credibilidad perdida a pulso y por méritos
propios. Es verdad que el momento político que vivimos parece ser distinto a
las circunstancias de finales de los 80, pero en realidad los problemas son, si
no los mismos, sí muy parecidos con un poder adquisitivo gravemente diezmado
para la mayoría de los mexicanos, una clase política sumamente alejada de la
sociedad a la que dice
Los
principales actores del sol azteca
tienen mucho trabajo por delante se quieren sacar del atolladero al partido,
pues al igual que yo, hay mucha gente que no se va a otra fuerza política porque
la chaqueta debe ser de un solo color, pero necesita volver a creer que puede
ser posible el viejo lema del PRD: ¡democracia ya, patria para todos!
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