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6 de enero de 2014

De celebridades y otras joyas

Abatimiento de Pablo Escobar
I
Que un capo sea conocido por la opinión pública no es nuevo ni inaudito, porque pueden darse casos como el de Pablo Escobar, quien además de ser el narcotraficante más célebre, poderoso y temido de su época, era una figura pública bajo la delgada máscara de empresario y político, llegando incluso a ser senador en Colombia, además de sus facetas como filántropo y dueño de equipos de futbol. Con una vida mediática, su muerte también lo fue, a tal grado que aún en la actualidad es un referente en lo que a narcotráfico se refiere, siendo motivo de libros biográficos e inspiración para filmar series de televisión, documentales y películas cuyos personajes tienen a Pablo Escobar como modelo.
Juan Nepomuceno Guerra. De pie, García Ábrego.
Fiesta en el Restaurante Piedras Negras
En México también ha habido casos de narcotraficantes que han adquirido notoriedad por el poder político y económico que han llegado a acumular, o porque de plano ponen en jaque a las instituciones de seguridad y procuración de justicia de éste y de aquel lado de la frontera norte. En la primera mitad del siglo pasado, en Matamoros, Tamaulipas, un hombre forjó su fortuna con el contrabando de alcohol y mariguana a Estados Unidos y dólares y neumáticos a México, así como por haber matado, en abril de 1960, al comandante Octavio Villa Coss, hijo del caudillo revolucionario Pancho Villa; al ser detenido, se cuenta que otro hombre se declaró culpable para que el capo quedara en libertad. Juan Nepomuceno Guerra durante décadas consolidó su organización criminal (entonces conocida como Cártel de Tamaulipas) y una red de corrupción a su servicio, entre quienes había jueces, agentes aduanales, gobernadores, presidentes municipales y mandos policiacos. De esa forma creó un imperio en el que tenía nexos con Joaquín Hernández Galicia, La Quina, líderes de la CTM y el padre de Carlos Salinas de Gortari, Raúl Salinas Lozano.
Juan García Ábrego
Este hombre que terminó sus días a los 83 años de edad en una silla de ruedas a consecuencia de la amputación de ambas piernas, era temido y respetado en Tamaulipas, y la ciudadanía y las autoridades sabían que, al más puro estilo de los mafiosos italianos, su centro de operaciones estaba en un restaurante de su propiedad, el Piedras Negras; desde ahí movía los hilos de una estructura que pasó a llamarse Cártel del Golfo, cuyo heredero fue su sobrino, Juan García Ábrego. El resto de la historia lo conocemos por la serie de sucesiones en el liderazgo de la organización desde Osiel Cárdenas Guillén hasta Eduardo Costilla y demás cabecillas que han caído abatidos o en manos de las autoridades sin haber adquirido la fama de García Ábrego o los Cárdenas Guillén (Osiel y Ezequiel).
Al otro lado del país, durante la década de los 80 y ya entrados los 90, una estirpe puso a temblar a México teniendo como epicentro la ciudad de Tijuana, Baja California. Ampliamente estudiados por el periodista Jesús Blancornelas, los hermanos Arellano Félix hicieron de esa ciudad fronteriza la más violenta de la geografía nacional pues, al igual que Ciudad Juárez o la zona conocida como La Frontera Chica, en Tamaulipas, es paso obligado de migrantes ilegales, estupefacientes y armas.
Siendo originarios de Jalisco y con socios y pistoleros originarios de Sinaloa, la organización delictiva de los Arellano Félix ayudó a reforzar la identidad multifacética que ya tenía Tijuana, pues cuenta un integrante de
Los Arellano Félix
Nortec Collective (agrupación de músicos, DJs y artistas visuales de esta ciudad) que por influencia de los narcotraficantes sinaloenses asentados en esa frontera, por toda la ciudad proliferaron los restaurantes de mariscos alegrados por bandas de viento al más puro estilo de los establecimientos de Mazatlán. Pero los hermanos Arellano Félix llegaron a la cúspide de su fama el 24 de mayo de 1993, cuando en un supuesto enfrentamiento entre sus pistoleros y los del Cártel de Sinaloa para asesinar al líder de éste, Joaquín El Chapo Guzmán, murió el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo en el estacionamiento de la terminal aérea de Guadalajara, Jalisco. A partir de ese momento los Arellano Félix y El Chapo se convirtieron en los hombres más buscados de México, capturando al sinaloense en su intento de fugarse hacia Centroamérica.
Sin ser el primer narcotraficante famoso tras las rejas pues ya habían sido aprehendidos El Güero Palma, Don Neto y Caro Quintero, entre otros, Joaquín Guzmán Loera se convirtió en toda una celebridad al ser presentado bajo una pertinaz llovizna enfundado en su uniforme color café, propio de los presos del más célebre penal de México desde la década de los 90: Almoloya, que tiempo después pasaría a ser hogar de Mario Aburto, Raúl Salinas, El Mochaorejas y demás estrellas del hampa.
Pero el boom mediático de El Chapo llegó cuando al más puro estilo hollywoodense se fugó del penal de Puente Grande (desde entonces llamado Puerta Grande), en Jalisco. Ya en libertad se casó con una veinteañera, viaja de México a Colombia y de regreso con total impunidad, gusta de los restaurantes caros donde paga la cuenta de todos los comensales, previa confiscación de celulares mientras él está en el establecimiento; ha aparecido en algunos videos interrogando a operadores de grupos rivales, lidera una de las organizaciones delictivas más fuertes del país, le han compuesto un sinnúmero de corridos, se han escrito libros sobre su persona y hasta la revista Forbes lo ha ubicado entre los hombres más ricos y poderosos del mundo.
Junto a El Chapo, otro hombre pieza clave del Cártel de Sinaloa, El Mayo Ismael Zambada, el mismo de quien se dice que ha pavimentado pueblos y repartido despensas, el mismo que hace años se hizo entrevistar por Julio Scherer en alguna montaña de Sinaloa y que, dada su experiencia de capo de la vieja escuela, ha sabido mantener un perfil público bajo, aunque su popularidad mediática sea más que evidente por todo el poder que ese grupo ha acumulado, no sin ayuda de las autoridades estatales y federales.
Capos famosos hay muchos, pero hay uno que constantemente sale a cuadro y cuyos videos, a escasos minutos de ser publicados en Internet, registran cientos de visitas y decenas de comentarios. Considerado por Mundo Fox como un hombre mediático, este hombre, siempre enfundado en playera y gorra, y portando una escuadra al cinto, ha hecho declaraciones que han provocado revuelo en los medios de comunicación y más de algún escozor a ciertos actores políticos, toda vez que sus señalamientos suelen caer como lápidas pues no tiene ningún empacho en decir a qué se dedica, qué busca y quiénes le han pedido favores. Quizá se deja entrevistar o lanza comunicados en busca de respaldo social; quizá mienta, quizá diga la verdad, no lo sabemos, pero algo sí queda claro: sin olvidar de quién se trata, hay personas que están de acuerdo con sus declaraciones, pues el gobierno y sus instituciones nos han quedado a deber bastante, y dado el descrédito del gobierno y de la clase política, tiene que aprovechar la oportunidad para poner a dudar a más de uno. Feliz cuesta de diciembre y más feliz muro de enero.

II
La semana pasada, su servidor hacía un breve ­–brevísimo– recuento de algunos capos famosos como Pablo Escobar, del Cártel de Medellín, en Colombia; Juan Nepomuceno Guerra, fundador del Cártel del Golfo; los sucesores en el liderazgo de esta organización criminal, Juan García Ábrego y Osiel Cárdenas Guillén; los Arellano Félix, de Tijuana, y El Chapo Guzmán y El Mayo Zambada, del Cártel de Sinaloa, y cerraba la primera parte de esta colaboración aludiendo al líder de otro grupo que regularmente aparece en videos dando comunicados o concediendo entrevistas.
La Tuta, en entrevista para Mundo Fox
Con la mayoría de los capos ha sucedido que la opinión pública apenas si sabe de ellos, tan es así que muchos sólo son conocidos por una o dos fotografías que se han difundido, el video que alguien grabó de manera furtiva (y eso ahora, con el uso del Internet y los dispositivos móviles) o los retratos de que las autoridades se valen para difundir el característico “se busca” con recompensa y todo como en el Viejo Oeste, aunque sabemos que nadie en su sano juicio será capaz de dar información que ayude a la captura del más buscado en turno así lo tenga de vecino. Y es que recuerdo que cuando las autoridades mexicanas se volvieron locas buscando a Joaquín Guzmán Loera después del asesinato del cardenal Posadas Ocampo, lo único que se difundía era un retrato hablado del capo y otros involucrados en dicho enfrentamiento; incluso ahora, años después de haberse fugado de Puerta Grande, no se han dado a conocer fotografías más recientes, a grado tal que puede que esté más operado que Lucía Méndez y se haya vuelto irreconocible, sobre todo si tenemos vigente la imagen de cuando fue presentado en Almoloya. Casos similares han sido los de Arturo Guzmán Decena y Heriberto Lazcano Lazcano, de quienes sólo se conocía una fotografía respectivamente pues eran de esas personas a las que, por el tipo de vida que llevan y todo cuanto arriesgan por la naturaleza de sus actividades, no les conviene ser reconocibles tan fácilmente.
Pese a todo lo anterior, al líder de cualquier organización ilícita le conviene que se sepa de él en términos corporativos, pues un capo conocido es un capo respetado y temido porque en eso radica gran parte del poder de la organización que dirige, que se sepa quién manda y a quién hay que rendirle cuentas, sobre todo en estos tiempos en que hasta una pequeña célula o un grupúsculo local recibe órdenes y apoyo de organizaciones grandes que los dotan de armamento y protección a fin de que mantengan las plazas, ya que, a diferencia de la drogadicción que es un problema de salud pública, el negocio del narcotráfico se sustenta en el poder económico y político para ser exitoso, pero para ello es necesario que un grupo determinado sea conocido, temible y respetado para ser tomado en serio, y entonces es que se recurre al chantaje, las amenazas, la intimidación y la violencia para infundir temor en quienes pudieran pretender pasarse de listos o las autoridades que no quieran dejarse sobornar, pero tradicionalmente esto sólo ocurría de manera interna, entre homólogos.
Mario Puzo
Hasta aquí no hay nada del otro mundo, pero en México, en los últimos años se ha dado un cambio de hilos en la relación entre el crimen organizado y la opinión pública. Las mafias italianas como la Cosa Nostra tenían códigos para enviar mensajes, como poner un canario en la boca del muerto para exhibirlo como soplón o mandar a un Don un pescado envuelto en la prenda de uno de sus soldados para decir “duerme con los peces” (no, no fue ocurrencia de Mario Puzo en The Godfather). El cambio al que me refiero en México se dio hace algunos años, cuando diferentes organizaciones delictivas empezaron a hacer uso de mantas, cartulinas, panfletos y videos para ­–jugando con los términos– promocionarse. Y es que para recibir un mensaje, los líderes de estos grupos no necesitan esos medios, lo saben todo y por doquier
tienen informantes, o podrían enviarse un correo electrónico o una tarjeta; no, esos mensajes en lonas, panfletos, videos y demás recursos son para las autoridades y para la opinión pública primordialmente.
Lo curioso de esta difusión casi masiva de mensajes y comunicados es que puede deberse a dos cosas: pretender amedrentar a la población para mantenerla presa del miedo y la zozobra si pensamos como calderonistas, o bien, como creo que ha sucedido en Michoacán, para buscar el respaldo social. Si nos vamos por la primera posibilidad no hay nada nuevo bajo el sol al ser el miedo su principal método de sometimiento, simplemente están asumiendo el rol que les conviene dado que así se evitan las traiciones, las tomadas de pelo y a los posibles delatores, esto en vista de que un pueblo temeroso es un pueblo dócil y manipulable. Si nos encaminamos por la segunda opción, la búsqueda de respaldo social, el panorama, aunque distinto, no es menos preocupante. En la primera posibilidad el motor es conseguir y acumular poder político que ayude a proteger sus intereses económicos, únicamente como algo utilitario, y es cuando los funcionarios coludidos son meros peones; en la segunda se trata de valerse de la ciudadanía para que sea ésta la que desestabilice al gobierno. Y entonces, al dirigirse a la opinión pública en tono conciliador para que los ciudadanos crean aún menos en las instituciones (de por sí bastante cuestionables en su desempeño casi todas ellas), se logra aumentar la percepción o incluso evidenciar la cualidad fallida del Estado mexicano. Así pues, esto nos hace pensar que al involucrar a la opinión pública en asuntos que sólo serían de su competencia y de las autoridades, al decirnos que no es a ellos a quienes debemos temer pues sólo procuran nuestro bien, podríamos estar frente a un intento –o a la gestación– de un movimiento social armado, un movimiento presto para la insurgencia cuando esto le truene al gobierno de la República en las manos.
Servando Gómez Martínez, el capo mediático
Podría decirse, como mucha gente lo asume, que sólo es un delincuente frente a una cámara tratando de darnos atole con el dedo, pero alguien dijo (guardando toda proporción): “Recuerda que Francisco Villa era abigeo y terminó de revolucionario”. En este tenor sí llama la atención el tono de las declaraciones que este líder hace porque, como decía la semana pasada, han provocado escozor en más de algún actor político, y cuando el río suena es porque agua lleva.
Ya para concluir y saliéndome del tema aunque no por completo, quiero aprovechar para externar mi deseo de que el año que entra este diario siga siendo el referente que es en el estado (sin denostar a otros medios), y a usted, amable lector, le deseo que 2014 sea próspero, de proyectos concretados con éxito, de mucha salud, paz y concordia para usted, su familia y para nuestro atribulado Michoacán, que en 2013 no la tuvo fácil. Con las reformas groseramente aprobadas y la inseguridad se avizora un panorama complicado, pero si desde nuestra respectiva trinchera asumimos la responsabilidad que como ciudadanos tenemos, podremos lograr grandes cambios; si no, sigamos viendo La rosa de Guadalupe mientras esperamos a otro caudillo o las próximas elecciones, al cabo que eso de la pasividad se nos da.

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