Hace
tiempo tuve un sueño, lo cuento de manera breve. Vivía con mi familia en el
fraccionamiento donde actualmente habito, pero mi casa estaba situada en un
extremo del desarrollo habitacional, el cual, apenas separado por una barda,
colindaba colina abajo con un cinturón de miseria. En mi sueño acabábamos de
llegar a vivir ahí y le dije a mi esposa que iba a conocer el rumbo, entonces
agarré una bicicleta y me interné en esa colonia. Todo ese arrabal estaba lleno
de casuchas de cartón, otras estaban construidas con tablas costeras y las que
eran de ladrillo parecían haber sido bombardeadas. En las calles de terracería
había algunos niños panzones de lombrices, semidesnudos, sucios y desnutridos
que me miraban con desconfianza mientras jugaban con pedazos de juguete entre
la basura y las polvaredas de la calle, los hombres y mujeres me observaban
como con intenciones de algo. Mientras hacía una pausa para descansar sonó mi
teléfono, era mi esposa para decirme que Juanita (la mejor regidora que ha
tenido el Ayuntamiento de Copándaro) había ido a visitarnos, entonces pedalee
aprisa hasta llegar a la casa.
Al
entrar, visiblemente irritada Juanita me preguntó por qué había ido a ese
asentamiento; “para conocer”, respondí yo y ella me increpó: “De suerte que no
te mataron, esa colonia está dividida entre Zetas y Templarios y cada rato hay
balaceras”. De repente se escucharon sirenas, muchas sirenas, y a zancadas subí
las escaleras para asomarme por la ventana del cuarto de mi hija, que tenía
vista justo hacia ese arrabal. De pronto constaté lo que Juanita me había dicho
cuando una cruenta balacera se desató a 100 metros de mi casa, en tanto mi hija
dormía en su cama. Recuerdo que mi esposa me dijo: “Ojalá no se meta una bala,
le puede dar a Fer”, a lo que yo reaccioné acostándome entre la niña y la
pared, cubriéndola con mi cuerpo para en dado caso de que una bala perdida
entrara a la habitación, ser yo quien recibiera el eventual disparo.
Desperté
agitado, asustado y sudando, entonces me levanté y fui a cerciorarme de que mi
hija estuviera bien. Al sentir el movimiento, mi esposa despertó y me preguntó
qué pasaba, le conté mi sueño con lujo de detalles, pasaba de las 03:00 horas y
ella apenas si me escuchó para enseguida volver a dormirse, yo ya no pude
conciliar el sueño en toda la madrugada hasta casi llegado el amanecer.
Hago
este relato porque a raíz de ese sueño constantemente me pregunto qué futuro
nos espera. Crecí en el campo, en un pueblo que de tan tranquilo se torna
aburrido, pero el Lago de Cuitzeo era mi piscina y las parcelas y cerros de
Copándaro de Galena eran mi campo de juegos. Años después aprendí lo que todos
debemos saber: no usar alhajas pues son una tentación para los asaltantes, no
sacar el dinero frente a desconocidos en la calle y traer sólo el necesario, no
recibir una cerveza si no veo cuando la destapan, no recibir cigarros de
extraños, no aceptar nada de comer en los camiones, caminar por una ciudad
desconocida con la actitud de quien la conoce como la palma de su mano, no
abordar taxis sin placas, no mirar fijamente a quien no conozco y toda una
serie de medidas precautorias que debemos tomar en cuenta para no exponernos. Y
en ese sentido es que me pregunto: ¿A qué tendrán que acostumbrarse las nuevas
generaciones?, ¿de qué tendrán que aprender a cuidarse mientras crecen y cuando
sean adultos?, ¿qué riesgos acecharán a nuestros hijos?
Es
sumamente preocupante, por ejemplo, la información que varios medios estatales
difundieron sobre una supuesta red de tráfico y prostitución de menores cuyo centro
de operaciones se ubica en Morelia, eso nos demuestra que no es una ciudad
segura porque no sabemos en qué momento un extraño puede estar fotografiando a
nuestros niños o el destino de muchos menores que desaparecen sin que haya
rastro alguno de su paradero. No me quiero imaginar el horror, la angustia, la
muerte en vida de quien tiene un familiar desaparecido, sobre todo si es su
hijo y peor si es un niño.
El
crimen organizado no se va a detener por algunas simples y sencillas razones:
mientras haya drogadictos habrá narcotraficantes, mientras haya quienes paguen
por sexo habrá proxenetas, mientras existan los negocios ilícitos existirán
personas dispuestas a sacar partido de ello, mientras haya políticos corruptos
abundarán quienes lo aprovechen para beneficiarse económicamente; esos son
hechos que se avizoran irremediables e irreversibles, al menos a corto y
mediano plazos, y es que vivimos en un entorno tan hostil, tan lleno de odio y
rencor que a veces pareciera que estamos todos contra todos en la absurda
competencia por ser más y mejor que el otro, y por eso mucha gente se olvida de
inculcar en sus hijos los valores que los hagan, más que buenos ciudadanos,
buenas personas.
La
sociedad atraviesa por una crisis moral en la que el mercado parece determinar
el valor de las personas con base en la marcada brecha económica que divide a
los diferentes estratos sociales; esa es la razón por la que la delincuencia
organizada y otros males del México contemporáneo son tan difíciles de
erradicar. Para muchas personas la senda delictiva es el único camino a seguir
si quieren salir de la pobreza y la marginación, ya que con una preparación
académica trunca y deficiente por factores que pueden ser económicos o
geográficos, las oportunidades de conseguir un empleo digno, si ya de por sí
son escasas para un amplio espectro de la población, para los sectores más
vulnerables se nulifican, y entonces, si en el entorno familiar no se
inculcaron los principios éticos apropiados (y a veces a pesar de ello),
tendremos individuos que por algo de dinero estarán dispuestos a asaltar,
robar, vender drogas o asesinar, y no hay corporación policiaca o fuerzas
militares suficientes para erradicar la violencia pues el sistema, entendido
como un todo, está podrido desde el tuétano.
Tenemos
mucho trabajo pendiente y destacan dos labores fundamentales: por un lado, ser
mejores nosotros, los ciudadanos de hoy, a fin de construir un entorno social y
natural más benéfico basando nuestra conducta en los más altos preceptos; sólo
así dejaremos un futuro mejor a nuestros hijos. Por otro lado, debemos educar a
nuestros niños para que sean buenos ciudadanos, éticos, responsables y
respetuosos de la ley y de sus semejantes, con conciencia social y ecológica,
eso es lo que heredaremos al mundo. Sin estas dos acciones juntas todo intento
será en vano, pues de nada sirve preocuparnos por dejar un mejor futuro a
nuestros hijos si no nos ocupamos en dejar mejores ciudadanos para el futuro.
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