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6 de diciembre de 2013

Real de Catorce: poesía y blues

Creo en tu belleza desvergonzada,
creo en la promesa de tus labios.
José Cruz
Hace ya varios ayeres, un amigo publicó en el suplemento de otro periódico un poema sobre el cual hice una crítica pretenciosa y cargada de recursos gratuitos; entonces, Neftalí Coria, quien coordinaba el suplemento en el que yo también colaboraba, después de recibir mi texto me citó en un café a fin de aclarar ciertos puntos sobre el escrito. Toda la charla que sostuvimos se puede resumir con lo que me dijo al despedirnos: “Como tu maestro y tu amigo, te digo que está bien que critiques lo que no te gusta, pero antes de eso te aconsejo que aprendas a escribir sobre lo que sí te gusta”. Inicio con esta anécdota porque en lo que va de la semana he leído y escuchado tantas sandeces por parte de los políticos estatales y nacionales, que hoy, la verdad, me da flojera hablar de ello, así que he decidido tomarme un receso y escribir sobre algo que sí me agrada. Entonces prendo la computadora, me sirvo un escocés, pongo a reproducir los discos de Real de Catorce y empiezo a teclear.
Como escritor soy buen melómano, como melómano soy ecléctico y como poeta he sido amante del blues desde hace muchos años, es por eso que recuerdo un homenaje pendiente, una deuda que tengo con José Cruz Camargo, virtuoso de la harmónica y maestro del slide en la guitarra, pero también un poeta maldito que ha llegado a las fibras más sensibles de sus escuchas con poemas de oscura belleza.
A finales de los 80 y principios de los 90 se dio el boom llamado “Rock en tu idioma” con bandas que saltaron a la fama, sobre todo aquellas bendecidas por Televisa, pero hubo grupos que permanecieron fieles a su música y ajenos a los circuitos del mainstream, y en virtud de ello cultivaron un público cautivo, seguidores que buscan sus discos y van a sus presentaciones sabiendo lo que van a escuchar, tal como desde los 60 lo ha venido haciendo Javier Bátiz o como desde los 70 ha procurado permanecer la parte auténtica de La Revolución de Emiliano Zapata, no los de “Mi forma de sentir”, sino los que a la fecha, en cualquier bar de Guadalajara donde se presentan, siguen tocando y cantando “Nasty sex” con la misma maestría con que grabaron el tema alrededor de 1970. A esos grupos pertenece Real de Catorce, nombre en honor a ese mágico pueblo otrora minero enclavado en tierras de los huicholes, donde el híkuri ilumina a quienes buscan la trascendencia espiritual y provoca alucinaciones a los que sólo van por el lado divertido del peyote.
Cierto es que músicos de blues en México hay muchos, pero si algo ha distinguido a lo largo de todos estos años a Real de Catorce es, además de los excelentes músicos que han pasado por sus filas, el contenido de sus canciones porque más que letras a las que se les han hecho los arreglos musicales, se trata de poemas musicalizados.
Las canciones de esta banda de blues, escritas por José Cruz en su totalidad, están cargadas de atmósferas que bien pueden transportarnos a un bar nublado por el humo de longevos cigarrillos, a lo sombrío de una despedida, a lo sórdida que puede ser una urbe como la Ciudad de México con todos los personajes que la habitan, al deseo carnal más puro, al amor más sublime, a la pérdida de la fe en cualquier dios ante los embates de la vida, al desconsuelo de la orfandad o a la noche y todos los demonios que la recorren.
Explorando todos los sonidos del género como el Mississippi blues, el Chicago blues, el boogie-woogie o el rag time, José Cruz ha cantado y recitado poemas que se han vuelto clásicos de esta banda.
En el disco Voces interiores apareció “Pago mi renta con un poco de blues”, uno de sus temas emblemáticos cuya su fuerza me recuerda lo que Alaín Derbez escribiera alguna vez para Letras libres en un artículo sobre John Lee Hooker: “En el blues como en el coito, más allá de la acrobática virguería, es la rítmica continuidad, la continuidad rítmica, el pulso, la respiración, lo que deviene clímax”. Esta pieza, que ya de por sí en su versión original es exquisita, en el disco en vivo titulado Azul se vuelve un tema casi instrumental al más puro estilo Chicago blues (que no le pide nada a cualquier canción de Buddy Guy), donde José Cruz hace gala de su virtuosismo con la harmónica pero también se pone de manifiesto la intensidad del poeta que se desgarra para mostrar las entrañas al mundo, el poeta que se desnuda para invitar a la musa a derrumbarlo todo al fin y al cabo no hay nada que lo ate al mundo, ya que “pago mi renta con monedas de mi alma abaratada, recargada en los muros de un sueño, de mi alma de música hambrienta perdida en el corazón de taciturnos bebedores”, por eso la invita a estar “sentados en la antesala del Infierno, fumando y riéndonos, bebiendo colillas de entusiasmo” y no dejarle “nada al Señor”.
Su último disco de estudio, Voy a morir, es por mucho el más oscuro de todos. En él encontramos a un Real de Catorce más diversificado en cuanto a ritmos pues no se limitan al blues, sino que exploran distintos ritmos del rock, del jazz, incluso hay un rap casi al final de “El Virrey”, tema que describe la rutina de un vendedor de drogas. Pero también nos topamos con un José Cruz más maduro como poeta, con letras quizá menos grandilocuentes pero por lo mismo más francas y desgarradoras. Este disco es una obra por muchos momentos desoladora porque ya desde el primer corte, “Crecimiento cero”, se hace patente un sentimiento de soledad que llega como una noche que lo devora todo: la esperanza, el amor, la calma, la vida misma y un amor que simplemente no acaba de llegar. Pero también destacan temas como “El boxeador”, un bebop muy influenciado por Gillespie y que sirve como marco musical para un poema en el que el protagonista vive una relación destructiva en la que constantemente sale golpeado pero que, a final de cuentas, siempre termina regresando al ring sin importar quedar completamente derrotado.
Podría hablar de cada canción contenida en este álbum pero el espacio me lo impide, es por eso que te invito, apreciable lector, a escuchar esta banda que, a pesar de la esclerosis múltiple que ha aquejado al maestro José Cruz en los últimos años, no ha dejado de trabajar, de hacer música, de recorrer el país y Estados Unidos llevando, como buenos apóstoles, la palabra hecha blues.

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