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23 de mayo de 2014

Los que ya son gobierno



 En Michoacán vemos lo que el gobierno hace, pero ignoramos lo que en el fondo ocurre, no sabemos con qué fundamento se toman ciertas decisiones de las que más tarde sólo padecemos las consecuencias. Hace más de un año, cuando surgieron los primeros grupos de autodefensa, de inmediato cosecharon la simpatía de los michoacanos que estaban hartos de los embates de la delincuencia, y no me refiero a los michoacanos de Morelia, que vemos todo de lejos y a través de los medios -muy viciados algunos de ellos-, me refiero a los michoacanos de esos municipios de Tierra Caliente que, dicho de manera vulgar, saben de qué lado masca la iguana en ciertos temas. Pero también se rumoró en la prensa que en realidad se trataba de grupos paramilitares o miembros de cárteles foráneos que querían apoderarse de Michoacán y por eso el abierto combate a Los Caballeros Templarios. Así que mientras eran peras o manzanas, los grupos de autodefensa crecieron ante la mirada distante del gobierno federal y la mirada impotente del estatal, que estaba más enfocado en la salud del gobernador que en la fragua en que se estaba convirtiendo la entidad.
Cierto, los grupos de autodefensa comandados por José Manuel Mireles, Hipólito Mora y Estanislao Beltrán crecieron, tomaron el control de decenas de municipios de Tierra Caliente, la Costa y la Meseta Purépecha, desplazaron a los miembros de la delincuencia organizada y acapararon la mirada internacional, tan es así que la Federación tuvo que intervenir anunciando con bombo y platillos millonarios recursos para el estado, con la obvia invasión de policías federales y soldados, justo como en el Operativo Conjunto Michoacán implementado por Felipe Calderón a inicios de su administración. Y así como con el operativo calderonista no ocurrió nada bueno, con las acciones peñistas no se han visto resultados positivos que verdaderamente sean palpables para la atribulada sociedad michoacana, pues aunque en algunas regiones, aseguran, se acabó con las extorsiones, las ejecuciones siguen a la orden del día, los enfrentamientos continúan ocurriendo y la economía estatal nomás no repunta más que en las estadísticas triunfalistas del gobierno.
Lo ocurrido el pasado 10 de mayo, establecido como fecha límite para el desarme de los grupos de autodefensa, evidencia lo que desde el principio se dejó ver porque al nombrar como comisionado para la Seguridad y el Desarrollo Integral de Michoacán a Alfredo Castillo Cervantes, la Federación, mientras argumentaba que la seguridad pública es facultad exclusiva del Estado, se daba la mano con los principales líderes de los grupos de autodefensa ante su incapacidad para frenarlos, y es que el simple intento de desarmarlos por la fuerza podía acarrear severas consecuencias nada deseables para un gobierno que se sustenta en la buena imagen. Lo malo fue que nunca contaron con que Hipólito Mora y Mireles no se sujetarían a los dictados de Alfredo Castillo, sino que lo encararon, lo contradijeron y al gobierno estatal y a muchos municipales los señalaron como lo que sabemos que son: imposiciones de los poderes fácticos que tenían en los ayuntamientos auténticas minitas de oro.
Ahora, con Hipólito Mora desvirtuado por los señalamientos de sicarios disfrazados de autodefensas y una mujer biónica que presenció y escuchó todo a 500 metros de distancia y en una oscura noche, con José Manuel Mireles diezmado en su salud a raíz del accidente aéreo que sufrió y con la acusación (un tanto vacía) de haber participado en cinco homicidios, Alfredo Castillo ahora tiene en Papá Pitufo al alfil perfecto pues éste sí se ajustó a lo que el comisionado, por órdenes de sus jefes, determinó: legalizar a un grupo señalado como refugio de sicarios, dotándolo de placas, uniformes, patrullas y armas.
“¡Ya somos gobierno!”, exclamó Estanislao Beltrán al conformase oficialmente la Fuerza Rural, y esa es una frase muy peligrosa por sus serias connotaciones. Ser gobierno es tener el poder para hacer y decidir, aún sobre otros, y si además se tiene el cobijo del aparato de Estado, ese poder es un arma de doble filo pues además de ayudar a recuperar la paz de la entidad, también ayuda a enriquecerse, a emprender cacerías de brujas y terminar convirtiéndose en lo que se supone que combatirían, y para darse cuenta de ello basta echar un vistazo a la historia de las revoluciones que terminan en dictaduras, como la del PRI en México y la de Fidel Castro, en Cuba. Por eso, ahora que Papá Pitufo ya es “gobierno”, preocupa lo que vaya a ocurrir con la Fuerza Rural, pues no sabemos si ahora ellos serán los nuevos halcones del crimen organizado (de La Tercera Hermandad, por ejemplo). Y si Estanislao Beltrán piensa que ya con ese uniforme podrá combatir abiertamente a la delincuencia organizada, está muy equivocado pues un policía rural no tiene las facultades para combatir delitos federales ya que tendrá aún menos rango que un municipal, y no importa que la Fuerza Rural esté adscrita a la Policía Estatal, con el Mando Unificado Policial están en el mismo barco. Así que con la legalización de los grupos de autodefensa la Federación mata varios pájaros de una pedrada: en primer lugar, mantiene cerca a valiosos colaboradores (ahora subordinados) en las regiones más peligrosas del estado; en segundo término, los legaliza para regularlos y así impedir su crecimiento tanto en armamento como en número de elementos, y en tercer lugar, al darles el estatus de rurales, los limita para actuar como lo habían venido haciendo y que afectó demasiado a la buena imagen del gobierno federal, pues hacia el exterior daba la impresión (que aquí ha sido una realidad) de que había un vacío de poder, un Estado fallido imposible de remediar para los golden boys del gabinete federal.
“¡Ya somos gobierno!”, dijo Estanislao Beltrán enfundado en el uniforme color azul marino y con ese semblante meditabundo, casi triste, de quien sabe que muy posiblemente se ha vendido barato. Sólo espero que el poder no lo corrompa, que haya valido la pena perder autosuficiencia (la institucionalización siempre es un acto de sujeción) y que los discursos de Castillo Cervantes no sean nada más un canto de sirena, más aún si tomamos en cuenta que 2015 es año electoral y que, de seguir así las cosas, el ambiente va a estar sumamente caldeado y de verdad, como siempre digo, no está el horno para bollos.

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