En
Michoacán vemos lo que el gobierno hace, pero ignoramos lo que en el fondo ocurre,
no sabemos con qué fundamento se toman ciertas decisiones de las que más tarde
sólo padecemos las consecuencias. Hace más de un año, cuando surgieron los
primeros grupos de autodefensa, de inmediato cosecharon la simpatía de los
michoacanos que estaban hartos de los embates de la delincuencia, y no me
refiero a los michoacanos de Morelia, que vemos todo de lejos y a través de los
medios -muy viciados algunos de ellos-, me refiero a los michoacanos de esos
municipios de Tierra Caliente que, dicho de manera vulgar, saben de qué lado
masca la iguana en ciertos temas. Pero también se rumoró en la prensa que en
realidad se trataba de grupos paramilitares o miembros de cárteles foráneos que
querían apoderarse de Michoacán y por eso el abierto combate a Los Caballeros Templarios. Así que
mientras eran peras o manzanas, los grupos de autodefensa crecieron ante la
mirada distante del gobierno federal y la mirada impotente del estatal, que
estaba más enfocado en la salud del gobernador que en la fragua en que se
estaba convirtiendo la entidad.
Cierto,
los grupos de autodefensa comandados por José Manuel Mireles, Hipólito Mora y
Estanislao Beltrán crecieron, tomaron el control de decenas de municipios de
Tierra Caliente, la Costa y la Meseta Purépecha, desplazaron a los miembros de
la delincuencia organizada y acapararon la mirada internacional, tan es así que
la Federación tuvo que intervenir anunciando con bombo y platillos millonarios
recursos para el estado, con la obvia invasión de policías federales y
soldados, justo como en el Operativo Conjunto
Michoacán implementado por Felipe Calderón a inicios de su administración.
Y así como con el operativo calderonista no ocurrió nada bueno, con las
acciones peñistas no se han visto resultados positivos que verdaderamente sean
palpables para la atribulada sociedad michoacana, pues aunque en algunas
regiones, aseguran, se acabó con las extorsiones, las ejecuciones siguen a la
orden del día, los enfrentamientos continúan ocurriendo y la economía estatal
nomás no repunta más que en las estadísticas triunfalistas del gobierno.
Lo
ocurrido el pasado 10 de mayo, establecido como fecha límite para el desarme de
los grupos de autodefensa, evidencia lo que desde el principio se dejó ver porque
al nombrar como comisionado para la Seguridad y el Desarrollo Integral de
Michoacán a Alfredo Castillo Cervantes, la Federación, mientras argumentaba que
la seguridad pública es facultad exclusiva del Estado, se daba la mano con los
principales líderes de los grupos de autodefensa ante su incapacidad para
frenarlos, y es que el simple intento de desarmarlos por la fuerza podía acarrear
severas consecuencias nada deseables para un gobierno que se sustenta en la
buena imagen. Lo malo fue que nunca contaron con que Hipólito Mora y Mireles no
se sujetarían a los dictados de Alfredo Castillo, sino que lo encararon, lo
contradijeron y al gobierno estatal y a muchos municipales los señalaron como
lo que sabemos que son: imposiciones de los poderes fácticos que tenían en los
ayuntamientos auténticas minitas de oro.
Ahora,
con Hipólito Mora desvirtuado por los señalamientos de sicarios disfrazados de
autodefensas y una mujer biónica que presenció y escuchó todo a 500 metros de
distancia y en una oscura noche, con José Manuel Mireles diezmado en su salud a
raíz del accidente aéreo que sufrió y con la acusación (un tanto vacía) de
haber participado en cinco homicidios, Alfredo Castillo ahora tiene en Papá Pitufo al alfil perfecto pues éste
sí se ajustó a lo que el comisionado, por órdenes de sus jefes, determinó: legalizar
a un grupo señalado como refugio de sicarios, dotándolo de placas, uniformes,
patrullas y armas.
“¡Ya
somos gobierno!”, exclamó Estanislao Beltrán al conformase oficialmente la
Fuerza Rural, y esa es una frase muy peligrosa por sus serias connotaciones.
Ser gobierno es tener el poder para hacer y decidir, aún sobre otros, y si
además se tiene el cobijo del aparato de Estado, ese poder es un arma de doble
filo pues además de ayudar a recuperar la paz de la entidad, también ayuda a
enriquecerse, a emprender cacerías de brujas y terminar convirtiéndose en lo
que se supone que combatirían, y para darse cuenta de ello basta echar un
vistazo a la historia de las revoluciones que terminan en dictaduras, como la
del PRI en México y la de Fidel Castro, en Cuba. Por eso, ahora que Papá Pitufo ya es “gobierno”, preocupa
lo que vaya a ocurrir con la Fuerza Rural, pues no sabemos si ahora ellos serán
los nuevos halcones del crimen
organizado (de La Tercera Hermandad, por ejemplo). Y si
Estanislao Beltrán piensa que ya con ese uniforme podrá combatir abiertamente a
la delincuencia organizada, está muy equivocado pues un policía rural no tiene
las facultades para combatir delitos federales ya que tendrá aún menos rango
que un municipal, y no importa que la Fuerza Rural esté adscrita a la Policía
Estatal, con el Mando Unificado Policial
están en el mismo barco. Así que con la legalización de los grupos de
autodefensa la Federación mata varios pájaros de una pedrada: en primer lugar,
mantiene cerca a valiosos colaboradores (ahora subordinados) en las regiones
más peligrosas del estado; en segundo término, los legaliza para regularlos y
así impedir su crecimiento tanto en armamento como en número de elementos, y en
tercer lugar, al darles el estatus de rurales, los limita para actuar como lo
habían venido haciendo y que afectó demasiado a la buena imagen del gobierno
federal, pues hacia el exterior daba la impresión (que aquí ha sido una
realidad) de que había un vacío de poder, un Estado fallido imposible de
remediar para los golden boys del
gabinete federal.
“¡Ya
somos gobierno!”, dijo Estanislao Beltrán enfundado en el uniforme color azul
marino y con ese semblante meditabundo, casi triste, de quien sabe que muy
posiblemente se ha vendido barato. Sólo espero que el poder no lo corrompa, que
haya valido la pena perder autosuficiencia (la institucionalización siempre es
un acto de sujeción) y que los discursos de Castillo Cervantes no sean nada más
un canto de sirena, más aún si tomamos en cuenta que 2015 es año electoral y
que, de seguir así las cosas, el ambiente va a estar sumamente caldeado y de
verdad, como siempre digo, no está el horno para bollos.
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