Desde hace algunos años, la inseguridad y la violencia en
México han tomado dimensiones exorbitantes, eso no es nada nuevo. Un tema muy
discutido ha sido el de la remasterización de la barbarie en la que los grupos
criminales recurren a técnicas de tortura y ejecución que pueden ser verdaderas
obras del ingenio más macabro, tanto, que Los
120 días de Sodoma del Marqués de Sade, parece el manual de experimentos Mi
Alegría, y no por el uso de conocimientos técnicos o médicos con que el narco lleva a cabo tales atrocidades,
sino por el grado de deshumanización y la sangre fría con que se realizan estos
actos, además del significado social de tales hechos, muchos de ellos
registrados en videos que circulan por la red.
Es verdad que a lo largo de la historia de la humanidad han
existido la tortura y las ejecuciones, y que la exhibición del cuerpo de un ejecutado
siempre constituye un llamado de atención y una advertencia a quienes se
sientan tentados a cometer la misma falta, para que lo piensen dos veces y
desistan de ello o se atendrán a las consecuencias.
![]() |
Joaquín Guzmán Loera |
Volviendo al contexto contemporáneo de México, hay voces que
dicen que hasta el salinato y el foxismo los cárteles de la droga se
mantuvieron en relativa paz. Lo que sucedía en aquel entonces era que, al no
haber mayor presión gubernamental, ellos se encargaban del reparto de plazas,
ya fuera por la vía de la negociación o enfrentándose entre sí, y vale recordar
que si había muertos y balaceras, era entre los estrictamente involucrados; si
un funcionario o policía era víctima de una ejecución, se debía a que
posiblemente estaba coludido; recordemos que los Arellano Félix, El Chapo, El Señor de los Cielos, el Cártel
del Golfo y demás organizaciones arrojaban auténticos cañonazos de dinero a
funcionarios, militares y autoridades judiciales y civiles a cambio de
protección, información y cooperación; de otra forma, los imperios construidos
por Juan Nepomuceno Guerra en Tamaulipas, los hermanos Arellano Félix en
Tijuana, Caro Quintero en Jalisco, Amado Carrillo en Ciudad Juárez o Joaquín
Guzmán Loera en Sinaloa, jamás habrían sido posibles.
Así estaba el país, repartido entre grandes cárteles que
controlaban células y grupos locales a cambio de proteger los feudos y las
plazas, y salvo por desaguisados como el asesinato del cardenal Posadas Ocampo
a inicios de los 90, nadie los molestaba pues el gobierno sabía que no iba a
poder contra grupos perfectamente armados, estructurados y con una capacidad
económica y operativa que los hacía, y los sigue haciendo, rivales casi invencibles.
![]() |
Aspecto tras un enfrentamiento |
Pero de repente, en 2006 llegó un presidente de la República
que a fin de legitimar su entrada a Los Pinos emprendió una cruzada contra el
narcotráfico apenas pasados unos días desde su toma de posesión. Felipe
Calderón, el mismo que no pudo ser gobernador de Michoacán y que llegó a la
Presidencia por la vía del fraude, cometió el error que aún ahora ha costado
alrededor de 100 mil vidas y decenas de miles de desaparecidos: irse a tontas y
a locas contra grupos que, como ya dije, están bien organizados y
estructurados, más que el mismo gobierno. Su estrategia consistió en mandar
miles de soldados a las calles y saturar con policías federales el panorama.
Si a los palos de ciego de Calderón, a la corrupción en el
Ejército y las procuradurías General de la República y las estatales, así como
en los diferentes cuerpos de seguridad, le agregamos los reacomodos que en
aquel entonces se daban al interior de las estructuras criminales por pugnas
internas y entre grupos, el surgimiento de nuevas y más sanguinarias
organizaciones y la laxitud de nuestro sistema penal, era lógico que el país
estallara en la violencia.
Pero tampoco hay que caer en la irresponsabilidad de decir
que el más infame de los michoacanos tiene toda la culpa de esta situación que
vive el país, pues si la delincuencia organizada llegó a lo que ahora es, se
debe a los años de corrupción, lagunas legislativas, crisis concatenadas y
escasos valores éticos a lo largo del siglo XX. Así pues y dicho de manera
vulgar, el hormiguero ya estaba, Calderón sólo lo alborotó.
![]() |
Heriberto Lazcano Lazcano |
Pero algo que se ha visto en los últimos años y que sí es más
o menos nuevo, al menos en este rubro, es la sanguinaria forma de actuar de los
delincuentes. A pesar de los cuantiosos recursos económicos que poseen, el poderoso
armamento que pueden utilizar, con redes de intercomunicación tan sofisticadas
como las del gobierno, con el entrenamiento que suelen demostrar en sus
acciones y una capacidad operativa digna de cualquier ejército, llama la
atención que sigan recurriendo a formas de tortura y ejecución que, aunque
sanguinarias y variadas, no dejan de ser rudimentarias, prácticamente cosa de
bárbaros.
Con la entrada de Los
Zetas a la escena criminal, la sociedad vio atrocidades que en su momento
sólo se habían visto, al menos en años recientes, en la forma de asesinar de
los miembros de la Mara Salvatrucha:
machetazos, decapitaciones, desmembramientos y un largo y macabro etcétera.
Cierto, publicaciones como Alarma! ya
daban cuenta de brutales asesinatos, pero eran casos aislados en los que un
marido celoso, una mujer agraviada o un compañero de parranda incurrían en
acciones cuyo calificativo más acertado es lo grotesco. Pero lo que sucedió a
raíz de la aparición del grupo fundado por Arturo Guzmán Decena al servicio de
Osiel Cárdenas Guillén constituyó una contradicción e inauguró una nueva
modalidad de nota roja.
![]() |
Ejecuciones como mensajes |
La contradicción que se mostró con el antiguo brazo armado
del Cártel del Golfo fue que siendo
militares altamente entrenados, con una formación en lo más avanzado en
técnicas de combate a guerrillas urbanas y grupos terroristas, con un
adiestramiento altamente efectivo en materia de logística, comunicación,
inteligencia militar, espionaje y contraespionaje, uso de armas, vehículos y
explosivos, vaya, con la capacitación que sólo los soldados de élite poseen,
resultó contradictoria la manera tan brutal y bárbara de asesinar y torturar a
sus víctimas, y no es necesario describir las atrocidades que han hecho que
este grupo criminal sea considerado el más sanguinario en la historia del
crimen en México, incluso al grado de que el gobierno estadounidense lo
considere una amenaza a su seguridad nacional. Cientos de publicaciones que
inundan Internet y otras más de manera impresa, han dado cuenta de los
colgados, desmembrados, decapitados, calcinados, cuerpos apilados en lugares
transitados para mandar mensajes a sus contrincantes.
![]() |
En busca de reclutas |
Con lo que en 2006 era una ola de violencia pero que a estas
alturas ya es un tsunami, pues los demás grupos han adoptado las formas de
matar y mandar mensajes del también llamado La
Última Letra, se instituyó una nueva forma de hacer nota roja. Hasta hace
unos años, las atrocidades eran vistas con mayores cantidades de morbo pues
eran casos extraordinarios que daban al imaginario colectivo el aliciente para
sus más mórbidas fantasías. Por eso es que publicaciones como Alarma! o Semanario de lo Insólito se vendían, leían y sobretodo, se
apreciaban con tal fruición, que casos como el de Diego Santoy (inocente, por
cierto) eran masticados y comentados durante semanas, y no sólo por los medios
de comunicación, sino por la propia sociedad que incluso planteaba teorías
sobre lo sucedido, teorías que daban forma a la opinión pública en estos temas,
que eran una suerte de postre a la hora de leer el periódico o ¿de qué otra
forma se explica que la sección de política antecediera a la deportiva para
rematar con la nota roja? Mi hipótesis es que el lector común hacía corajes con
la sección política, se regocijaba con la deportiva viendo los resultados de su
equipo de futbol y se daba un baño moral con la nota roja.
![]() |
Alarma!, el diario de nota roja de más tradición |
Eso era en los buenos tiempos de la información
sanguinolenta, hoy todo ha cambiado. En primer lugar, ser reportero o
periodista de nota roja se ha vuelto un oficio de alto riesgo, a menos que se
haga lo que muchas agencias informativas hacen: reportar sólo el accidente
automovilístico, la pelea de borrachos que acabó en un muerto y un prófugo, o
la nota sobre el violador capturado o el asalto. En segundo lugar, de unos años
para acá la violencia se ha democratizado de tal forma, que reportar un
ejecutado o una balacera llama la atención del lector sólo si el suceso tuvo
lugar en las cercanías de su domicilio o centro de trabajo, pues de otro modo
ya no es novedad, sobre todo si el hecho se suscita en estados como Michoacán,
Guerrero, Durango, Zacatecas, Sinaloa, Chihuahua, Jalisco, Coahuila,
Tamaulipas, Morelos, Nuevo León, Baja California Norte o Veracruz, y ahí
tenemos el caso Heaven, que llamó la atención porque los levantados y asesinados eran de la Ciudad de México, los levantaron en un bar de la Zona Rosa y
sus cuerpos aparecieron en un rancho. Y aquí valdría preguntar por qué razón,
los miles de casos de desapariciones a lo largo y ancho del país no se han
resuelto de manera tan rápida y bajo tal presión televisiva; simple, porque en
la Ciudad de México, un caso de esta naturaleza sí es un hecho aislado,
extraordinario.
Lo anterior sirve para definir el nuevo estilo de la nota
roja del que hablaba párrafos arriba. Si hace años estas notas eran la comidilla
o el comentario ingenioso de la charla, la nota roja actual, cuando da cuenta
de los hechos violentos relacionados con la delincuencia organizada, tiene
además un uso estadístico, pues el lector asiduo a esta información o quien
tenga un interés profesional o periodístico (que no es menos profesional) sabrá
identificar las señales que la violencia da; por lo anterior, las víctimas
dejan de cobrar importancia, pues rara vez se sabe quiénes son, por lo que el
hecho violento se lee menos como un suceso extraordinario y más como el síntoma
de una enfermedad social.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Jorge te escucha, habla con él