Pero
como dijo Dios
cruzándose
de piernas:
veo
que he creado muchos poetas pero
muy
poca poesía.
Charles Bukowski
La polémica de la semana en el
mundillo literario local se suscitó cuando, en lo que considero un acto de
honestidad, el jurado calificador declaró desierto el Premio Estatal de Poesía
Carlos Eduardo Turón 2013. De inmediato las críticas cayeron como avalancha por
parte de aquellos que en los últimos años han estado estrechamente ligados al
ramillete de laureles y becas con que el Estado agasaja a los nuevos próceres
de la literatura local.
El hecho de que ese certamen se
haya declarado desierto es indicativo de lo que actualmente es la actividad
literaria en Morelia, y no hablo del estado en general, pues este tipo de
actividades está bastante centralizado. Esa convocatoria fue atendida por 20
autores (según datos ofrecidos por la reportera de Cambio de Michoacán asignada a esta fuente), y de esos, ninguno
merecía ganar, por lo que, a decir del jurado, tampoco premiarían al menos
malo. Aquí saltan a la vista varias cosas.
Si un certamen estatal sólo atrae a
20 autores, podemos hablar de que la convocatoria no se difunde como es debido;
y si se difunde en todo el estado, quiere decir que sólo a 20 personas les
interesa formalizar “ante el gremio” (aludiendo a Édgar Omar Avilés) su
actividad poética; a los demás poetas los tiene sin cuidado participar en un
concurso de esta naturaleza, y una razón de tal apatía puede ser resultado de
lo amañadas que supuestamente han resultado ediciones anteriores. Con tales
antecedentes, es lógico el recelo hacia el concurso, aunque en esta ocasión el
jurado haya estado conformado por poetas de probada calidad literaria y
solvencia moral, quienes, hay que decirlo, en esta ocasión no fungieron como
jueces por invitación directa, sino mediante un proceso de insaculación. En
este tenor, recuerdo que el año pasado, cuando la Secretaría de Cultura emitió
la convocatoria, se lo comenté a un amigo narrador (excelente, por cierto) a
manera de sugerencia de participación, su respuesta cayó como losa: “¿Para qué,
si esos premios se rolan entre los mismos mercenarios de siempre?”. Ahora
imaginemos esa idea en cada poeta moreliano.
Por otro lado, creo que un concurso
debe mantener cierto nivel para ser considerado importante, sobre todo si se
destinan a él recursos gubernamentales. Es como una escuela: si su estudiantado
es un hato de burros, pierde renombre, y por ello nadie querrá inscribir a sus
hijos. En este caso fue bastante atinada la decisión del jurado de no dar los
25 mil pesos a quien resultara menos malo nada más para que no se perdieran
“importantes recursos económicos y sociales”, diría Édgar Omar Avilés, una de
las cabezas visibles de la Semich y uno de los más críticos a la hora de la
declaratoria. Y pongámoslo en la balanza frente a la edición del año pasado, en
que ganó un trabajo (bueno o malo, no lo sé) que de entrada violaba una de las
bases más elementales de la convocatoria, pues ni siquiera alcanzaba las 30
cuartillas de extensión, con lo que no se acercaba al mínimo requerido. ¿Sería
que el ganador era íntimo amigo de un integrante del jurado?, ¿sería que en
esas escasas 27 cuartillas se concentraba lo que la poesía michoacana del año
pasado esperaba?, o una de las anteriores o se lo dieron al menos malo. Piensa
mal y acertarás.
Lamentablemente hay creadores que
han aprendido a vivir del erario y a expensas de los afanes gubernamentales de
fomentar la cultura, y ejemplos hay muchos. Lo malo de esto es que en las bodegas
de la Secretaría de Cultura hay libros buenos que no se distribuyen, pero
también están atiborradas de pilas y pilas de libros malos que nunca nadie va a
leer, que quizá sirvan para la egoteca de sus autores pero hasta ahí. Coincido
con Raúl Mejía en la idea de que al declarar desierto el concurso no se perdió
nada (bueno, uno de los participantes dejó de embolsarse 25 mil del águila,
pero como no los tenía asegurados, en realidad no hubo pérdidas), pues dudo que
entre esos 20 paladines del verso y la imagen haya estado algún sucesor de
Ocaranza, de ser así, Ernesto Hernández Doblás, Jorge Bustamante y Marco
Antonio Regalado lo habrían notado y ahora estaríamos celebrando la parusía
poética michoacana.
Con lo anterior no digo que no haya
poetas buenos en el estado, pues he leído a algunos que gozan de un aliento
poético encomiable, pero mientras los literatos sigan escribiendo en función de
la beca o el concurso, seguirán en la mediocridad literaria, ya que de poetas o
narradores prometedores, pasarán a ser mercachifles de las letras, bandas de
cuatreros haciendo grilla en las dependencias sólo para mantenerse bajo la ubre
presupuestal del Estado.
Lo apuntado en el párrafo anterior
significa que no debe perderse la noción de escribir como una forma de interpretar,
deconstruir y construir el mundo, pues el oficio de escribir, primero, debe
satisfacer, divertir, agradar y enriquecer espiritualmente al autor, incluso a
los potenciales lectores, no sólo a un jurado; segundo, debe ser en función de
lo que se tiene para decir, no de las cuentas que se tienen que pagar, pues al
menos en México, esa pretensión es un castillo en el aire; y tercero, el oficio
de escribir no necesariamente significa empeño en publicar libros o ganar
concursos, pues sólo es una consecuencia del proceso creativo, no el sustento.
Para concluir, los premios
literarios sirven para dos cosas: por un lado, reconocer a quienes han decidido
encaminar sus pasos por la senda de las letras logrando con ello un nivel
artístico destacable; y por el otro, incrementar el currículum -y hasta la
vanidad- de quien se hace merecedor de tal distinción. Para lo que no sirven
los certámenes literarios es para impulsar la creación, fomentar la actividad
literaria o conseguir que los literatos locales tengan buen nivel respecto de
los de otras latitudes, para eso están los talleres, la lectura que se vuelva
hábito desde el nivel básico de la educación, teniendo siempre como factor
primordial el oficio, la disciplina, la humildad para recibir críticas, la honestidad
para, pasado el púber arrebato de los primeros versos, reconocer si se tiene o
no talento, y por último, la sensatez para darse cuenta de que, a menos que
seas amigo de tal influyente o miembro de tal grupo, la manutención está en
otro lado.
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