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12 de diciembre de 2006

Desfile refresquero: vade retro

Tras cuarenta y cinco minutos metido en el tránsito de mi trabajo al Centro, vienen otros veinticinco para hallar dónde estacionarme. Claro, hay estacionamientos públicos, pero para la gente que no pone más de cien pesos de gasolina, pagar a veinte o treinta pesos la hora en un estacionamiento es más que una frivolidad, eso ya constituye una grosería imperdonable. Por fin estacionado y con un mal presentimiento, avanzar dos cuadras rumbo a los portales es más complicado que de costumbre: turistas que se saben exentos de todo insulto pues saben que el gobierno los ve como al Mesías, señoras estúpidas con niños salvajes, señores huraños seguidos por mujeres intransigentes.
Antes de llegar al café hay que comprar cigarros, como en el puesto de revistas no hay de los que me gustan, sólo me queda la tienda donde la cerveza es barata y el servicio malo. Tienen cigarros, tienen cambio, pero la atención de esa cajera es impunemente acaparada por una madre complaciente y un mocoso incapaz de escoger la chatarra que engullirá. Me asusta reconocer mis ganas de golpear a ese niño, pero hay mocosos que se merecen la patada de un adulto.
Por fin en la pseudo-parroquia: con las caras largas y hartos de esperar, los contertulios ya se han terminado su café; pedirían la cuenta si no supieran que, tarde o temprano, habría de llegar sudando, sonriendo, con las manos empalmadas y disculpándome por la bola de inútiles que no saben qué hacer cuando hay demasiado tránsito y que por ello entretienen a los buenos conductores.
De repente, el centro está abarrotado, no habrá Cathedral Extreme Show, no es jueves. Alguien comenta sobre cierta marca de refresco que, hasta Dios lo sabe, es mejor que la Pepsi... el veinte cae: ¡Claro! Es el desfile Coca-Cola: ositos, santacloses, renos, música, alegría, luces, carros alegóricos. Ese afán de ser una ciudad cosmopolita cuando no se es más que un pueblo grande en el que la gente va a la plaza y bailan al son de cualquier bote chilero tocado con dos palitos.
Salir del café. Me iría pero antes tengo que ir al cajero, justo en la Madero Avenue; así que a codazos, empujones y mentadas, rompo la atmósfera prenavideña-happy snob y paso frente a Palacio de Gobierno donde ya se ha montado una especie de tribuna, algo así como la zona VIP del desfile. Sólo hay una de dos: esos lugares están reservados para los que ya piden su refresco por internet y al mayoreo pues no beben menos de dos litros al día, o son a los que la empresa ha pensionado por ya no tener estómago, ni hígado, ni riñones y, para evitar que eso se divulgue, les cumple todos los caprichos antes de convertirlos en tapa-rosca.
Pese al infierno en que el Centro está convertido, automovilistas ilusos e inconscientes siguen tratando de atravesar o transitar por la Avenida. No importa la cantidad de gente que ya se desborda de la acera, no importa la magnitud del evento –reconozcamos que los ositos mercadológicos no vienen muy seguido. Nada importa, a sabiendas de la estupidez que implica intentar cruzar la Madero en esas circunstancias, ellos quieren pasar (también es su ciudad). De repente y antes de llegar al banco, recuerdo una diligencia pendiente por el rumbo del templo de San Francisco y, al igual que los automovilistas, intento cruzar la Avenida. “Por aquí no puede pasar”, sentencia una señora; “estoy pudiendo, ¡mire!”, contesto haciendo gala de cinismo y altanería. Seamos honestos: no respondería igual si en lugar de la señora me interceptara un policía o alguien de mayor estatura y peso que yo. El diablo sabe a quien se le aparece.
Por fin en el banco. Fue lo mismo pero más difícil: antes de llegar, alguien me agarró el trasero y no quise voltear a ver, prefiero mi ilusión de que fue una mujer hermosa y no algún marica viejo o un carterista que no me pudo robar. En fin, ser guapo tiene su precio. Por fin en el banco. Saco el dinero, espero la tarjeta y salgo de ahí tan rápido como puedo, debo llegar al vocho antes de que sea más noche y sólo encuentre el chasis. Decido tomar una calle paralela a la Madero pero está muy desolada y, a dos cuadras de mi carro, decido volver a lidiar con la multitud... quien quita y me desquite con alguna mujer por la tascaleada. Me arrepiento: me temo que las bonitas están en la otra acera.
¡Ah, sí! ¡El desfile! Sí... bueno... estoy junto al carro y cuando me vine de la Madero aun no empezaba.

1 comentario:

  1. La descripcion es muy larga, necesitas hacerlo más concreto y mas directo. Sería mejor si evitas todo el rencor aunque yo estuve ahí así que entiendo.

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