Ha caído otro
pez gordo, fanfarrias por favor. La reciente aprehensión de un conocido capo de
la droga ha despertado muchas dudas y suspicacias, tanto por el hermetismo con
que inicialmente se manejó la información como por una serie de inconsistencias
rayanas en la contradicción: la versión de que se desplazaba por una brecha con
sólo dos acompañantes, cuando se sabe que estos personajes suelen tener
escoltas de mínimo diez hombres fuertemente armados; que si un helicóptero lo
tomó por sorpresa y le “marcó el alto”, así de fácil; que si no lo esposaron
porque ya con tal dispositivo de seguridad habría sido un exceso (palabras más,
palabras menos de nuestro ilustre procurador); y va otra: si con una mano en la
cintura se “robaron” el supuesto cadáver de su antecesor y con todo y camioneta
se les hizo ojo de hormiga, no entiendo cómo fue que no se intentó rescatar al
jefe de esa agrupación delictiva (recordemos los penales
de donde comandos de
este cártel han sacado reos vaya usted a saber para qué cosa). Y va el pilón en
todo este sospechosismo que me
invade: por menos que eso han bloqueado Monterrey, Zacatecas, Matamoros y otras
ciudades, y ahora nada; y no es que quiera que suceda, pero hicieron quedar mal
a los que ya vaticinaban un estado de sitio en Nuevo Laredo, en cuyas cercanías
fue detenido “sin un solo disparo” esta nueva estrella de El Canal de las Estrellas.
Y acabamos de llegar a otra duda razonable: ¿Sin un solo disparo? No sé usted,
estimado lector, pero yo no les creo y le digo por qué: Proceso, número 1913, 30 de junio de 2013: “Los mercenarios de
élite”, extracto del libro Escuadrones de
la muerte en México, de Ricardo Monreal, en el que se registra el
testimonio del miembro de un cuerpo de élite de la Marina en torno al operativo
de cacería de Ezequiel Cárdenas Guillén, en 2010: “Fueron cuatro horas de
persecución y enfrentamiento, hubo cerca de 50 muertos entre sicarios del Cártel del Golfo, marinos y militares
(el reporte oficial señaló sólo diez muertos)”. Con ese antecedente es
inverosímil que haya sido “sin un solo disparo”, o como dijo Edgardo Buscaglia
en entrevista con Carmen Aristegui, el jueves pasado: fue una entrega pactada.
Y si fue esto último, no es de extrañar que el detenido se convierta en un testigo protegido como esos que fabricaba
Maricela Morales: a modo y conveniencia del Estado para incriminar enemigos
políticos o miembros del Ejército que se han vuelto indeseables al régimen.
En fin, son
muchas las preguntas pero la más urgente de todas es ¿ahora qué? Recién lo
aprehendieron y seguramente ya tiene un sucesor, el grupo sigue operando y el gobierno
se embelesa en su actitud triunfalista por haber detenido a un capo importante.
¿Y con eso se acabarán los delitos que este grupo ha cometido?, lo dudo, pues
no se ha tocado la estructura financiera ni se ha tocado a los yonkis de
Estados Unidos que consumen droga que llega desde Sudamérica, las redes de
trata de personas, extorsión y secuestro permanecen intactas, las rutas de
trasiego de estupefacientes siguen ahí, esperando al nuevo mandamás.
Si realmente se
quisiera acabar con esta problemática, el gobierno de México no se conformaría
con meter a la cárcel a los delincuentes, pues esa es sólo una parte de la
solución. En El almuerzo desnudo,
William Burroughs lo deja muy claro: “La pirámide de la droga: cada nivel
devora al de abajo (no es casualidad que los de arriba sean siempre gordos y
los adictos de la calle siempre flacos) (…) Si se quiere alterar o anular una
pirámide de números en relación serial, se altera o se elimina el número base.
Si queremos aniquilar la pirámide de la droga, tenemos que empezar por la base
de la pirámide: el adicto de la calle, y dejarnos de quijotescos ataques a los
llamados ‘de arriba’, que son todos reemplazables de inmediato. El adicto de la
calle que necesita de la droga para vivir es el único factor insustituible en
la ecuación de la droga. Cuando no haya adictos que compren droga, no habrá
tráfico. Pero mientras exista necesidad de droga, habrá alguien que la
proporcione”.
El narcotráfico
es un delito y el castigo es la cárcel, no así el consumo de drogas, esa es una
adicción y ha de evitarse y prevenirse no con penalizaciones judiciales, sino
con atención médica para quienes ya tienen el problema, con mejor educación en
las escuelas y en los hogares para evitarlo a aquellos que son más propensos:
niños y adolescentes, con mejores programas que verdaderamente sean sociales,
no dádivas asistenciales, con mayor énfasis en la promoción de actividades
culturales y deportivas que si bien no constituyen una panacea, sí coadyuvan en
el combate a las adicciones y la delincuencia pues, como siempre digo, una
mente ocupada no piensa estupideces. ¿Por qué mejor, en lugar de fanfarrias y
triunfalismos efímeros, no hace nuestro gobierno algo que realmente impacte en
la sociedad? Claro, la Cruzada Nacional contra el Hambre; ¿y si en lugar de
combatir el hambre combatimos el desempleo, la corrupción y la ignorancia? La
solución no está en combatir la pobreza extrema, la solución es combatir la
riqueza extrema, desmesurada y grosera de unos cuantos que en la vorágine del
capitalismo pasan encima de quien sea y de cuantos sean con tal de mantenerse
entre los diez más ricos de este país, donde más de la mitad de la población
viven la pobreza y un amplio porcentaje subsiste en condiciones infrahumanas.
Si se
combatiera la base real del problema no habría estos encumbrados del crimen
organizado, no existirían esos potentados empresariales y políticos, muchas
veces tan delincuentes como los que cargan cuernos
de chivo.
La falta de
valores, la escasa formación ética y moral de los mexicanos, la voracidad del
mercado y el afán de entrar en esa bola de nieve llamada consumismo, son
algunas de las bases sobre las que se sustenta la existencia del crimen
organizado. Por lo pronto, las dudas siguen surgiendo por doquier, habrá que
ver en los siguientes días de qué será cortina de humo la captura del capo más
sanguinario de México y si con esto realmente se hace mella en la estructura
del grupo delictivo que más terror ha sembrado en el país en la historia de la
delincuencia nacional.
Para concluir,
dejo un spot que espero ver algún día en la televisión. Un político con acento
rural y guayabera blanca muy al estilo Jolopo
en Acapulco, le muestra un grupo de detenidos a un niño:
-Mire m’ijo,
hemos agarrado a todos estos narcos.
-¿Y El Chapo apá?
-Mire m’ijo,
hemos agarrado a todos estos narcos.
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