“Está de
la chingada”, dijo Gustavo Madero el jueves 4 de julio en entrevista con Carmen
Aristegui, cuando la periodista le preguntó cuál era su panorama de cara a las
elecciones del pasado 7 de julio. La importancia a nivel nacional del pasado
proceso electoral en catorce estados del país radica en que puede servir para
vislumbrar lo que seguramente serán las elecciones de 2015 en otros estados,
incluido Michoacán, y el proceso federal de 2018.
Once
asesinatos, un levantón, más de
quince denuncias de amenazas y siete atentados (es lo contabilizado), además
del robo de urnas y paquetería electoral más la reciente presunta desaparición
de 92 morelenses en el estado de Veracruz, quienes habrían sido contratados por
el PRI para cuidar casillas. Todos estos ilícitos contra candidatos,
militantes, coordinadores de campaña, operadores políticos y familiares de personas
involucradas en dicho proceso electoral y de distintos partidos dan un
horizonte desalentador. Ya desde las pasadas elecciones de 2011 vimos cómo los
poderes fácticos (como se les llama ahora para no comprometerse), en
contubernio con el PRI y viceversa, enturbiaron lo que se suponía era un
proceso ciudadano para elegir a los titulares de puestos de elección popular; y
el proceso, como siempre, fue todo, menos del pueblo.
Lo que
llama la atención de los últimos sucesos es que los focos rojos fueron aquellos
estados gobernados por el PRI y las alianzas encabezadas por el longevo partido
institucional, excepto Oaxaca y Sinaloa. En este tenor, no estamos más que
frente a lo que ya se avecinaba desde 2011. En aquel entonces, quienes nos
oponíamos al regreso del dinosaurio al Solio de Ocampo, lo hacíamos a sabiendas
de que no era tanto que les interesaran las presidencias municipales, sabíamos
que eso de un gobernador municipalista era, por decirlo de alguna forma, puro
cuento (y los resultados ahí están, en los ayuntamientos que carecen de
recursos para lo más básico: seguridad, infraestructura, generación de
empleos). Sabíamos que para regresar a Los Pinos, y más con un candidato
ignorante, acartonado y sin propuestas, debían empezar por lo más bajo de la
pirámide gubernamental: los municipios, los cuales permiten ganar gubernaturas
y curules que coadyuvan en el acceso a la silla grande; de arriba hacia abajo
es prácticamente imposible consolidarse entre el grueso de la sociedad y eso lo
sabe cualquier operador político: las gorras, el cemento, las despensas, el
fertilizante, las bolsas, las tortas y todos los artículos promocionales se
reparten entre el pópulo, no entre la cúpula, pues a ellos les llega otro
millonario tipo de aliciente.
El
pasado domingo pudimos ver al dinosaurio redivivo, ese mismo que es capaz de
usar toda una maquinaria de Estado y de choque a fin de proteger sus feudos, a
fin de mantener intocados los intereses electorales basados en la ambición por
el poder y el dinero, por eso no es de extrañar que en los estados gobernados
por el PRI todas las tendencias los favorecieran. A lo largo de las últimas
semanas pudimos apreciar cómo el dinosaurio lanzaba coletazos para quitar de en
medio cualquier estorbo, aún a costa de la legalidad y la integridad de muchas
personas, eso nunca les ha interesado cuando de defender sus cotos de poder se
trata y basta revisar la historia.
Si en
2011 y 2012 veíamos a un PRI que emergía de las catacumbas como un zombi pero
con mucho dinero de quién sabe dónde, ahora lo vemos perfectamente restablecido
en lo que siempre fue. Lamentablemente mucha gente no entendió -o no quiso
entender- lo que implicaba el regreso del tricolor
a Los Pinos, y ahora que está de vuelta y bien consolidado en los estados de la
República y todo el aparato gubernamental de la Federación, será una odisea
volver a sacarlo pues sabemos que el autoritarismo y el cinismo sustentan su
forma de gobernar.
Por otro
lado, ¿qué garantía tenemos de que con otro partido habría sido distinto?, y
pregunto esto porque vimos que la oposición era nada más en las boletas pues,
en cuanto se convocó, corrieron a firmar el Pacto por México, que sólo fue un
acuerdo de sujeción; y cuando sus militantes reclamaron tal mansedumbre, los
líderes nacionales del PRD y el PAN intentaron legitimarse diciendo “sí, el
Pacto es de ellos, pero ahí hay propuestas de nosotros”, migajas, diría yo. ¿Y
el afamado Adéndum?, caray, no es otra cosa que una forma elegante de decir “en
eso no quedamos, corazón”.
Hace un
tiempo alguien me hablaba de Morena, de cuando esta organización fuera partido
político. Respetable opinión pues ojalá en Morena hubiera puros López Obrador,
y aún así tengo mis reservas. Pero creo que la solución no es otro partido
político cuando los que ya están (con sus estructuras anquilosadas unos y como
negocio familiar otros) resultan tan costosos, cuando el IFE, el TEPJF y sus
homólogos estatales salen tan caros a los ciudadanos. No. La solución sería que
los partidos existentes realmente fueran congruentes, que la izquierda
partidista no fuera sólo discursiva y estatutaria, que realmente fuera de
acción y gobernanza; que Acción Nacional realmente constituyera el contrapeso
(dejémoslo así) que fue hace algunas décadas y no sólo un sirviente
empresarial, corporativo y eclesiástico. La solución no está en crear más
partidos, la solución sería que los que hay realmente representaran los
intereses de la ciudadanía y no una bolsa de trabajo para sus militantes
durante las campañas.
En ese
sentido, bien valdría la pena exigir el derecho a las candidaturas
independientes, pero como ya se ha visto en Michoacán, parece que sale más
fácil y barato fundar otro partido que ser candidato independiente. Sí, por
donde se vea y como dijo Gustavo Madero: está de la chingada.
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