Es de esas mujeres que desnudan cabezas y sonríen para negarlo, pero en el fondo saben que sólo ellas son capaces.
Te mira fijo, quita el cabello de su frente, sonríe un poco y, de repente, el sombrero sale volando a diez metros de tu cabeza. Se antoja molestarse, renegar, reclamarle porque hay sombreros de ala ancha que, una vez volando, hay que considerarlos perdidos. Pero no se puede, ella no es una mujer con la que sea fácil enojarse, a ella no se le puede recriminar. Entonces te levantas, vas por el sombrero, te lo pones y te sientas a esperar que lo próximo que salga volando sea tu camisa.
Con este poema participo en el primer Concurso de Poesía de Heptagrama