El otro día compré Gimme the power, documental dirigido por
Olallo Rubio que aborda de manera muy rápida la historia contemporánea de
México, como pretexto para llegar a la banda de rock sobre la que al final se
trata: Molotov. He de admitir que como buen adolescente de los 90, compré el
DVD seducido por el título, mismo de una de las más emblemáticas canciones de
la banda nacida en aquella época y que para muchos de mi generación fuera
bandera de identidad.
Recuerdo aquel 1997. Después
de haber pasado gran parte de mi infancia y adolescencia escuchando rap en
inglés, el cual retrataba una realidad completamente ajena a mi persona, de
repente empezaron a salir a la luz grupos que venían a reconfigurar a una
generación demasiado joven para la ola de “rock en tu idioma” auspiciada por Televisa, donde lo mismo nos daban a
beber traguitos de Café Tacuba que nauseabundos borbotones de Soda Estéreo. En
fin, por esos años (mediados de los 90) surgieron bandas que ya no se
conformaban con emular a The Cure o The Police, sino que buscaban un sonido más
agresivo, más radical y que vendría a llamarse rap core o rock funk (depende
quién escriba), siendo una mezcla de rap y rock con tintes de metal (y lo digo
con pinzas porque los metaleros suelen ser bastante sensibles).
Para esas fechas, ya Control
Machete nos había tomado por sorpresa con “Comprendes Méndez” y “Andamos
armados”, Illya Kuryaki and The Valderramas con “No way Jose” y Resorte con “La
mitad más uno”, por poner algunos ejemplos para dar a entender que, después de
Caifanes, sí se siguió haciendo rock. Pero de repente, escuchar voz en cuello
“Que no te haga bobo Jacobo”, como una de las primeras críticas sin cortapisas
a la televisora más importante de México, fue toda una revelación.
¿Dónde
jugarán las niñas? es un disco que desde el título brilla por la
irreverencia y el desenfado al parodiar ¿Dónde
jugarán los niños? (1992), de los ecologistas, revolucionarios (¡) y
siempre predecibles de Maná. En ese álbum se condensa lo que ha sido Molotov a
lo largo de estos más o menos quince años: duros críticos de las instituciones
mediáticas y gubernamentales, anti priistas exacerbados, detractores de toda la
clase política mexicana, irreverentes, sin la más mínima autocensura y
excelentes músicos.
“Gimme the power”, un grito
de odio hacia la clase política, hacia las autoridades y las instituciones que
muchas veces no sirven para nada, salvo para enriquecer a quienes viven de la
mega ubre gubernamental de los contratos, las licitaciones y las prebendas
políticas, hacia los gobernantes que viven inmersos en la corrupción y el
tráfico de influencias porque a estas alturas ya no conocen otra forma de hacer
las cosas.
“Que no te haga bobo
Jacobo”, una denuncia a la forma de proceder de Televisa: idiotizar a la población con basura, autocensura,
informar sólo lo que conviene informar y según los intereses de quien
proporciona el chayote. Para nadie es nuevo lo que Televisa ha sido a lo largo de las décadas y lo que sigue siendo
ahora, con su Rosa de Guadalupe, su
Laura y cómo TV Azteca ha imitado a
la perfección el modelo de entretenimiento tercermundista diseñado para coeficientes
intelectuales de niños de cuatro o cinco años.
“Voto latino”, grito de
guerra frente al racismo que han sufrido los latinoamericanos en Estados
Unidos, postura que ya en Dance and dense
denso, con “Frijolero”, vino a concretarse.
Pero no todo en ¿Dónde jugarán las niñas? es crítica
social, pues Molotov no sólo innovó por su postura política o frente a los
medios masivos de comunicación. Recuerdo lo reconfortante, liberador y
catártico que era, por vez primera, escuchar una mentada de madre a todo volumen
y dedicársela a la ex novia, al vecino, al maestro o a quien fuera; gritar
“¡puto!” a todo pulmón y saltar mientras lo hacíamos sin que nada más
importara, sólo señalar a ese puto que todos conocemos y que de ninguna manera
se refiere a homosexualidad, pues como dicen los miembros de la banda en el
documental, “puto” se le llama al tranza, al aprovechado “que nos quita la
papa”, pero también al cobarde y agachón “que se creyó lo del informe”.
Quizá me estoy comportando
como un miembro de la momiza, pero
tome en cuenta, querido lector, que eran tiempos en que vivíamos más inundados
que nunca de punchis punchis, más artistas de plástico que en los 70 y 80
juntos, que la sociedad comenzaba a hartarse de los malos manejos, de la
opresión, de la corrupción. Hablo de la época en que, desde Chiapas, el EZLN
marcaba un nuevo sendero, que todos sabíamos quién había matado a Colosio pero
nadie hacía nada, que los autores de la matanza de Acteal seguían en la
impunidad, que aún no salíamos de la crisis del 94 cuando ya se dejaban venir
las demás, que estudiar una carrera ya no era garantía de un buen empleo, que
poco a poco el calentamiento global dejaba de ser una profecía para ser una
realidad, que vivíamos en pleno neoliberalismo con grandes pregoneros de la globalización,
que Internet no era lo que es ahora ni tenía el poder que tiene, que las redes
sociales eran algo impensable y que México comenzaba a enfilarse hacia el
despeñadero en que ahora está, y lo peor, sin tocar fondo aún.
En todo lo del párrafo
anterior encontró su nicho el rock post “en tu idioma”, ese que se consolidó
con Molotov, Zurdok, Plastilina Mosh, Resorte, Control Machete, Cabrito Vudú,
El Gran Silencio, Flor de Lingo y muchas bandas más. Un rock que no buscaba
tanto una identidad folclórica en el concierto de las naciones a la manera de
Café Tacuba, sino una identidad generacional ante la decadencia que se venía
arrastrando desde la década de los 80, en muchos sentidos la Edad Media del
siglo XX en términos ideológicos, demasiadas veces en lo estético y, sobre todo,
en lo político. De ahí la marca tan profunda que nos dejó esa oleada de bandas
de rock, muchas de ellas de Monterrey, Nuevo León; de ahí también la marcada
influencia que sobre mi generación tuvieron el EZLN, el reencuentro con el canto
latinoamericano, la revaloración de la canción de protesta como agente de
cambio (Manu Chao, por ejemplo, pero también Silvio Rodríguez y Violeta Parra),
el hacer menos caso de la televisión en la medida que Internet se volvía
accesible, el ver cómo MTV pasó de
ser un excelente canal para conocer las nuevas tendencias musicales, a un canal
de aguas negras.
En fin, quizá no deba
hacerme mucho caso, mi muy apreciable lector, pero el sentido de identidad
generacional me invade cada vez que cumplo años y aumenta a medida que mi edad
se incrementa.