La que le espera a Enrique Peña Nieto el día de
mañana. Él, tan amante que es del presidencialismo a la antigüita, no podrá
salir en el coche convertible a recibir los vítores de su pueblo en su camino
desde Palacio Nacional a San Lázaro, claro, con La Gaviota del guante. No, Peña Nieto posiblemente vuele en
helicóptero desde Los Pinos hasta Campo Marte, donde sus testaferros lo
protegerán en un sitio que de por sí es inaccesible al pópulo ajeno a la
milicia o a la élite política mexicana.
Con una Ciudad de México sitiada por los
maestros de la CNTE, quienes ya informaron que el fin de semana será de
intensas actividades en la capital del país, y con un pueblo de México harto de
las crisis económica, de inseguridad, educativa y moral, es imposible que el
jefe del Estado mexicano goce de lo que en otra época sería su primer Día del
Presidente.
El día del Informe de Gobierno se instituyó
como fiesta nacional gracias a Plutarco Elías Calles, poco después de fundar el
Partido Nacional Revolucionario. En aquel entonces y hasta hace apenas algunos
lustros, cada 1º de septiembre, las clases política, empresarial y militar lucían
sus mejores galas para acudir al Palacio Legislativo a escuchar cómo el
mandatario mexicano en turno hacía alarde de optimismo desarrollista, o decía,
de cara a la nación y con lágrimas en los ojos, que si ya nos habían saqueado,
ya no volverían a hacerlo.
Esa fiesta nacional era día de asueto en las
escuelas pero de pase de lista obligatorio a los empleados de gobierno que
tenían que hacer valla y acto de presencia en las calles para que el presidente
se sintiera arropado por la grey a la que guiaba como buen pastor del
federalismo.
Tal jolgorio institucional llegó a su fin el 1º
de septiembre de 1988, cuando Porfirio Muñoz Ledo, del Frente Democrático
Nacional, le quitó el aire festivo al interrumpir a grito pelado a Miguel de la
Madrid. Ese día terminó la era del Día del Presidente y la fiesta del Informe
de Gobierno vendría a menos en cuanto a fastuosidad pero a más en lo que a
críticas se refiere.
A partir de esa fecha, el formato del informe
comenzaría a cambiar de acuerdo con los intereses del gobierno y según el clima
político del país. Así, Carlos Salinas de Gortari llegó a utilizar el Centro
Médico Nacional Siglo XXI y el Palacio de Bellas Artes para presentar su
informe. Para esto han sido necesarias reformas a la ley a modo de las
intenciones de salvaguardar la buena imagen del mandatario, y como muestra,
basta recordar que el 15 de agosto de 2008 se publicó en el Diario Oficial de la Federación la
reforma al artículo 69 de la Constitución, en la que se eliminaba el requisito
de asistencia del presidente al inicio del periodo ordinario de sesiones del
Congreso; de esta forma, hoy es suficiente que el Ejecutivo envíe por escrito
su informe sobre el estado que guarda la administración pública del país para
que el Legislativo lo revise y dictamine.
Por un lado, este cambio en la dinámica
protocolaria da mucho de qué hablar, pues si el presidente teme por su
seguridad y por eso manda el informe con un secretario de Estado,
responsabilidad que recae en el de Gobernación, quiere decir que los ciudadanos
normales estamos en total vulnerabilidad. Venga el ejemplo: Jesús Reyna dice
que Michoacán está en paz, tranquilidad, concordia y armonía, pero si los
liderazgos del PRI o funcionarios federales dicen que Peña Nieto no va a venir
al estado porque no hay las condiciones de seguridad, saque usted sus conclusiones.
Pero la razón del miedo no es gratuita, sucedió
con Salinas, sucedió con Calderón y le pasa a Peña Nieto. Ese miedo a verse
vulnerables en público, donde una protesta puede devenir en muchas cosas, se
debe a que son gobernantes sin legitimidad pues los tres llegaron a Los Pinos
por la vía del fraude, unos de una forma y otros con métodos más sofisticados,
pero así accedieron al poder. Entonces, esa ilegitimidad provoca que sean
blanco fácil de mofas, protestas y, si la masa está a tono, pueden sufrir
agresiones de cualquier tipo. No me lo saco de la manga, hay que leer a Sigmund
Freud para dilucidar acciones que de manera individual son impensables, pero
que de manera colectiva, al ser parte de una turba iracunda, se vuelven
fáciles, llegando a pensar que son incluso actos de justicia, como los actos
vandálicos a edificios y negocios, o los linchamientos.
Pero, ¿a qué le teme Peña Nieto en sí? Sabemos
que aunque su mensaje lo diera en San Lázaro, estaría resguardado de la CNTE y
demás manifestantes pues en esas ceremonias, el Palacio Legislativo es un
búnker. Lo que en realidad preocupa al presidente es la reacción de los
diputados no alienados al Pacto por México. Sabemos que el mensaje que dará en el
Campo Marte no será una relación de logros administrativos, económicos o en
materia de seguridad, porque simplemente no los hay, al menos de manera
palpable para los ciudadanos. Entonces, lo presumible es que su mensaje sea un
intento de argumentar la necesidad de la reforma en materia energética,
permitir la intrusión del capital privado en Pemex. Asimismo, tratará de vender
ese discurso de las reformas que según los oligarcas del poder, México necesita
para salir del atraso educativo y financiero. Esto lo dirá en ese campo militar,
mientras en las calles, miles de manifestantes se enfrentarán a los cuerpos de
seguridad prestos a reprimir cualquier intento de hacerse escuchar por el
mandatario.
Si durante su campaña se tuvo que refugiar en
los baños de la Ibero ante los abucheos y rechiflas de cientos de estudiantes,
ahora se refugiará entre militares ante el descrédito que padece y el rencor
que siente una sociedad timada por el discurso, ultrajada por la política
neoliberal que el presidente y sus secuaces han decidido seguir y violentada en
sus derechos.
Y es que el presidente, si tiene dos dedos de
frente y la cabeza no le sirve más que para el tupé, seguramente sabe que el
balance de estos nueve meses de gobierno no es positivo ni alentador, y por lo mismo
debe atrincherarse en un lugar seguro.
Por otro lado, a las instituciones se les rinde
culto y homenaje cuando sirven para algo, no cuando en ellas brillan la
mediocridad, la corrupción y la estulticia; asimismo, a los gobernantes se les
elogia cuando son auténticos hombres de Estado (por eso nunca se elogia a los
presidentes), no cuando incurren en actos de represión, cuando pretenden vender
una de las grandes riquezas del país y se empeñan en que no sólo sospechemos de
su estupidez, sino que nos hacen confirmarla y padecer las consecuencias.
Por lo anterior, se agradece que ya no se hagan
esas transmisiones maratónicas en las que el presidente, haciendo alarde de
buena vejiga, leía su Informe de Gobierno en cadena nacional para luego pasar a
los comentarios de quienes le lanzaban loas en los medios a fin de minimizar el
descontento social. En fin, mañana se verá.