Hace
unas semanas, en diversos medios locales se publicó la nota sobre un
adolescente de secundaria que tras propinarle una golpiza a uno de sus
compañeros, pretendió extorsionar a su joven víctima. Inicio recordando esta
penosa nota porque de inmediato, muchas voces se alzaron contra el bullying, contra nuestro fallido sistema
educativo, criticando el hecho de que el suceso tuvo lugar en una colonia más o
menos marginal de la ciudad de Morelia, esgrimiendo críticas contra el
deficiente sistema de valores éticos y morales que se le está inculcando a
nuestros niños y jóvenes. Estos pueden o no ser factores determinantes, aunque
la propensión existe, y más si tomamos en cuenta qué clase de entretenimiento
tienen los niños y adolescentes de algunos sectores de la población.
De
unos años para acá, el narcocorrido, aquel género iniciado en los años 70 con Los
Tigres del Norte, dio un giro radical que ayudó a que cobrara nuevo auge entre
varios estratos sociales, no sólo el rural o el urbano económicamente vulnerable.
Desde la década pasada, el narcocorrido dejó de narrar la trágica muerte de un
traficante (recordemos que a Emilio Varela lo mató Camelia La Texana y que La Banda del Carro
Rojo murió masacrada por los Rinches de Texas). Con el surgimiento de
grupos como Los Razos, Los Originales de San Juan o Los Tucanes de Tijuana,
tomó auge una idea: el crimen paga y a veces en dólares, muchos dólares.
Aunque
con el duranguense y otras abominaciones gruperas el corrido se vio opacado, en
2009 surgió un subgénero de la música vulgar mexicana: el llamado Movimiento
Alterado.
Con
ritmos que asemejan mucho al zydeco (género folclórico del sureste de Estados
Unidos cuyo distintivo es el virtuosismo de los acordeonistas) y letras
agresivas, el Movimiento Alterado -nacido en Sinaloa- muestra lo más crudo del crimen
organizado: balaceras, degollados, desmembrados, ejecuciones, levantones,
extorsión, secuestro y todo ese largo etcétera del que a veces los medios no
dan cuenta. Como muestra, basta escuchar “Las sombras de la muerte”, de Gabriel
Silva: “Espectáculos
de bombardeadas / incorporan satánicas granadas / torturas y rafagueadas /
colección de cabezas mochadas / dejando en historias los hechos / pa’ que
queden bien grabadas” (aclaro: sic).
Y ojalá sólo describieran esto,
lamentablemente, como decía más arriba, el narcocorrido da la idea de que el
crimen paga en dólares, y basta con que un adolescente sepa que no tiene
oportunidades de progresar por la vía legal para, más tarde que temprano, caer
seducido ante el embrujo del dinero fácil, la vida rápida y entrar a ese
universo donde a todo se le acomoda el prefijo “narco”: narcocamionetas, narcofiestas,
narcodólares, narconovias, narcocasas. Existencia
rápida en la que saben que su vertiginosa vida útil será de cuando mucho cinco
años, pues al cabo de ese tiempo o antes, o van a dar a la cárcel o acaban
nutriendo aún más las cifras negras de los últimos siete años.
Ahora, ¿qué pasa con estos cautivos de la
pobreza y la ignorancia que desde muy temprana edad delinquen?: es demasiado
fácil que caigan en las garras de delincuentes que con mucha facilidad y algo
de dinero los convertirán en halcones,
después empezarán a distribuir al menudeo; si todo sale según la regla, pronto
serán pistoleros entrenados por el mismo grupo delictivo que los reclutó
(recordemos al Monchis, el
tristemente célebre Niño Sicario),
dando a estos desposeídos una identidad regional casi de manera religiosa, tal
es el caso de Michoacán y sus grupos locales, como lo describe este corrido de
la Banda Imperio: “Los Templarios
sólo quieren / lo mejor para su gente, / combatir las extorsiones / y evitar
que los secuestren. / Morelia está controlado / y también Apatzingán, / ya llegaron
Los Templarios / y nadie los va a
sacar”.
Al
tener acceso a toda esta música a través de Internet, sumado a que los padres
muchas veces no tienen el criterio para imponer reglas en cuanto a qué escuchan,
qué leen (si es que lo hacen) y qué ven sus hijos, sucede algo similar a lo que
le pasaría a un niño que desde los seis años ve pornografía: en el mejor de los
casos será un masturbador compulsivo, pero también puede ser un violador. Igual
sucede al exponer a los menores a este tipo de manifestaciones de la
creatividad y el show bussiness: o
termina imitando este tipo de actividades, como el púber de secundaria del que
hablaba al inicio, o termina reclutado por algún grupo delictivo. Aunque tampoco
hay que ser tan alarmista, pues en la mayoría de los casos, estos adolescentes
sólo terminan siendo personas con pésimos gustos musicales y nula sensibilidad
hacia la nota roja.
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