Morelia, La Ciudad de las Canteras Rosas (sarcófago de cantera, le llamaría
un buen amigo), Valle de Guayangareo donde se tejió la gloria vallisoletana
orgullo de algunos vecinos de la Chapu,
la Vasco de Quiroga y familias de añeja historia en la capital del estado.
Morelia, otrora ciudad de estudiantes, ahora ciudad de salarios bajos para la
mayoría y dos o tres willylandias
para la privilegiada minoría.
Alguna vez en Guanajuato, comentaba
con mi compañero de viaje lo fácil que resultaría acabar con esa ciudad en caso
de una guerra: bastaría volar los túneles y la capital del estado vecino
colapsaría. Eso pensábamos omitiendo el hecho de que Morelia no es ningún
fuerte, que sólo se necesita cerrar la Avenida Madero o las cuatro salidas para
asfixiarla y eso lo hemos presenciado y padecido en múltiples ocasiones.
Llama la atención que de un tiempo
para acá, en Morelia se hayan incrementado las marchas, los plantones, los
bloqueos de calles y avenidas por grupos de diferente naturaleza, pero con un
mismo fin: protestar contra el gobierno, ya sea el municipal o el estatal. En
la serie de manifestaciones de esta semana, pudimos ver cómo diferentes grupos
de comerciantes apoyados por transportistas de materiales y ex braceros
sitiaron Morelia hacia los cuatro puntos cardinales y en el Centro Histórico
con las pérdidas económicas y de tiempo que ello implica, eso sin contar el
mensaje de advertencia que recibieron los manifestantes de Aquila al ser
quemado el camión en que viajaban.
Y es que en Morelia se ha visto un
fenómeno que, al menos que yo recuerde, no era tan notorio. Me refiero a la
proliferación de asociaciones, frentes y organizaciones que desde diferentes
trincheras y por diversas inconformidades han salido a las calles, a fin de
protestar contra un gobierno que aparentemente no tiene la capacidad para
dirimir conflictos y atender demandas ciudadanas.
Tomado de www.lajornadamichoacan.com.mx |
Quienes defienden la Loma de Santa
María, pulmón de la ciudad; quienes defienden sus derechos frente a un
consorcio transnacional que al parecer tenía al Ayuntamiento comiendo de su
mano, los vecinos que sólo han defendido su derecho al agua potable (carísima,
por cierto), los que han solicitado, pedido y exigido regulación a las
emisiones líquidas y gaseosas de las fábricas de la colonia Industrial, donde
no deberían estar pues ya quedaron en medio de la ciudad; los vecinos que bloquearon
la Avenida Madero para exigir que no pasara un gasoducto por sus calles, los
que se han manifestado para pedir transparencia en la elección de encargados
del Orden, el sinnúmero de colonias que se han atrincherado con portones y
guardias ante los embates de la delincuencia, la organización de ciclistas que
sólo ha pedido respeto a la hora de circular a bordo del medio de transporte
que han elegido para no contaminar, los vecinos que aún quedan en el Centro
Histórico y que se han cansado de pedir al Ayuntamiento mayor regulación a los
bares que a altas horas de la noche no los dejan dormir por la música a todo
volumen; los comerciantes, que sólo piden la destitución de un funcionario
acusándolo de favorecer a grupos afines. En fin, creo que la inconformidad en
esta ciudad sobrepasa los límites de los eslóganes y la publicidad.
En Detrás de nosotros estamos ustedes, dice el subcomandante Marcos que
no son las revoluciones lo que genera inconformidades, es la inconformidad lo
que genera revoluciones. Traigo esto a cuento porque asusta preguntarse qué
pasaría si por fin cayera la gota que derrame el vaso para que, entonces sí, se
genere un movimiento revolucionario basado no sólo en marchas y consignas, sino
ya haciendo uso de las armas, que en el estado son muchas y de grueso calibre.
Y si remotamente eso llegara a suceder, asusta aún más imaginar el papel que
jugarían en un movimiento semejante los diferentes grupos que operan en
Michoacán, sobre todo si nos remitimos al refrán que dice “a río revuelto, ganancia
de pescador”, y más repasando los diferentes señalamientos que han girado en
torno a los grupos de autodefensa.
Poco a poco vemos cómo el tejido
social se desgarra cada vez más, cómo el hartazgo social hacia la clase
política va en aumento; vemos los intentos de vender el patrimonio del Estado
(no de los mexicanos) atendiendo a las presiones de organismos internacionales
que de esa forma han condicionado al gobierno de México las migajas del primer
mundo. Somos testigos (y algunos incluso víctimas) de la violencia encarnizada,
del desempleo, de la carestía, del paupérrimo sistema educativo con todo y los
117 errores en los libros de texto, de las tropelías de los políticos, de los
abusos de las empresas, de la incapacidad del gobierno, de su ceguera para
decir que México no es un Estado fallido. En el mutismo, escuchamos que aunque
Osorio Chong admita que la estrategia que se ha seguido en el estado ha
fallado, Jesús Reyna salga y diga que todo va viento en popa, que Michoacán ha
recuperado la calma y que va a desarmar a estos pero no a aquellos.
Tomado de www.changoonga.com |
En Morelia no es distinto, pues
aunque haya lugares por donde no se puede transitar (incluso en el Centro) sin
ser asaltado, o colonias donde no se puede ni dejar una maceta fuera de la casa
porque no amanece, aunque muchas vialidades luzcan un estado deplorable con
baches, topes y topes en medio de los baches; aunque con la reciente clausura
de algunos centros nocturnos ahora hayan proliferado las prostitutas en
diversos puntos de la ciudad; con todo y eso, el presidente municipal no deja
de proclamar su Morelia de 10, la Suma de Voluntades y demás letanías que hacen
de esta ciudad un espejismo que sólo en el Palacio Municipal se ve, pues en la
Morelia de verdad se pueden pagar hasta 400 pesos por un agua potable que quizá
caiga cada tres o cuatro días, o bien una colonia se puede inundar por la mala
planeación o en otra no se sabe ni quién es su encargado del Orden porque los
colonos jamás votaron por él.
Ese es el espejismo vallisoletano
al que pocos tienen acceso, a menos que vayamos a turistear por Altozano, pero
qué flojera subir hasta la Acrópolis moreliana y luego tener que bajar a
nuestras colonias o fraccionamientos después de un baño de oropel para volver a
lidiar con las marchas, los limpiaparabrisas que nunca aceptan un “no” por
respuesta, los niños que venden dulces, los indigentes, los pedigüeños del
Centro, los cantantes callejeros que ante el desempleo tienen que amenizar el
panorama urbano, los embotellamientos que causa el tren, los cafres del volante.
No, mejor nos quedamos acá abajo, viviendo la realidad que estamos
construyendo, que el gobierno se niega a ver y que nosotros, mientras tengamos
a Monarcas, la Catedral, la televisión y los partidos, podemos soportar.
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